Sexualidad
Un estudio de la PUCE revela carencias profundas en la educación sexual de los jóvenes ecuatorianos.Canva

Desinformación sexual en universitarios: mirada profunda a la realidad ecuatoriana

Internet y los amigos se han convertido en las principales fuentes de información sobre sexualidad

En un contexto social donde hablar de sexualidad sigue siendo incómodo o malinterpretado, un grupo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) decidió poner sobre la mesa una pregunta urgente: ¿qué saben realmente los jóvenes sobre su vida sexual? El estudio, titulado “Sexualidad y juventud: actitudes y conductas en estudiantes universitarios”, fue publicado en la Revista Publicando (Vol. 12, 2025) y dirigido por la psicóloga clínica Marie-France Merlyn, junto con Elena Díaz, Liliana Jayo y Rodrigo Moreta. 

A través de una encuesta aplicada a 590 estudiantes universitarios de entre 18 y 25 años, el equipo analizó creencias, prácticas y percepciones sobre temas como la educación sexual, el uso de anticonceptivos, la orientación sexual y la salud reproductiva, revelando vacíos preocupantes en la información y la formación de los jóvenes ecuatoriana.

Educación sexual centrada en la biología

Los resultados muestran que el 88% de los encuestados sí recibió educación sexual, pero de forma parcial. La mayoría de los contenidos se centraron en la anatomía, la reproducción y la prevención del VIH/SIDA, dejando fuera aspectos fundamentales como el placer, la afectividad y los derechos sexuales y reproductivos. 

Apenas el 47,6% de los jóvenes afirmó haber escuchado sobre estos derechos durante su formación, y solo el 36% dijo haber recibido orientación sobre temas como la masturbación o las relaciones sexuales. La investigación evidencia una visión biologicista de la sexualidad, enfocada exclusivamente en la salud física y en el control de riesgos, sin abordar la dimensión emocional y social que acompaña las relaciones humanas.

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El vacío institucional ha hecho que los jóvenes busquen información por su cuenta. Según el estudio, Internet y los amigos se han convertido en sus principales fuentes de referencia, mientras que los docentes, psicólogos y centros de salud ocupan los últimos lugares. La madre figura como la tercera fuente más consultada, pero el padre se mantiene distante, lo que evidencia una brecha comunicacional dentro del hogar. 

“Los jóvenes no encuentran un espacio seguro donde hablar de sexualidad”, afirma Merlyn. “Y ese silencio es el que deja el terreno abierto para que la pornografía se convierta en el modelo educativo predominante”. El problema, añade, no es que los jóvenes tengan acceso a información, sino que gran parte de esta está distorsionada, basada en la violencia y el rendimiento, no en el respeto ni en la empatía.

La primera vez: entre la curiosidad y el riesgo

El estudio revela que el 79% de los participantes ya había iniciado su vida sexual, con una edad promedio de 17,2 años: los hombres a los 16,8 y las mujeres a los 17,5. Aunque la mayoría considera que la edad ideal para iniciar la vida sexual es después de los 18 años, la práctica dice otra cosa. Los investigadores observaron además que el 12,5% de los hombres y el 16,1% de las mujeres tuvieron su primera relación con una pareja entre 5 y 25 años mayor, y un 7,4% de los encuestados reconoció haber iniciado su vida sexual entre los 6 y 14 años, lo que constituye un indicador de posibles casos de abuso o coerción. 

Las diferencias de género también resultan evidentes: mientras los hombres tienden a vivir su primera experiencia en entornos más riesgosos —como instituciones o prostíbulos—, las mujeres suelen hacerlo en lugares privados, generalmente con una pareja estable.

Otro de los hallazgos llamativos está relacionado con la percepción del placer. La mayoría de los jóvenes encuestados tiene una idea distorsionada sobre lo que debería durar una relación sexual: un 66% cree que el coito debe extenderse entre 13 y 30 minutos o más, cuando la literatura médica indica que su duración promedio oscila entre 7 y 13 minutos

Esta creencia, según Merlyn, se asocia al consumo de pornografía, que establece parámetros de “rendimiento” alejados de la realidad. Además, el estudio evidencia una marcada asimetría de género en la experimentación sexual: los hombres reportan un promedio de 6,5 parejas sexuales frente a 3,7 en las mujeres. Ellos también son quienes experimentan con más prácticas sexuales, excepto el uso de juguetes eróticos, más habitual en ellas.

El uso del condón, todavía intermitente

En cuanto a la anticoncepción, el preservativo masculino continúa siendo el método más usado y accesible. Sin embargo, su uso depende del tipo de relación y del contexto: un 55% lo utiliza con parejas estables, un 59% con relaciones casuales y apenas un 49% con personas desconocidas.

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Cuando se analiza el tipo de práctica sexual, los porcentajes bajan aún más: el condón se usa en un 62% de relaciones vaginales, un 39% en las anales y un 15% en las orales. Pese a la información recibida en los colegios, los jóvenes aún mantienen ideas erróneas sobre la anticoncepción. Más del 50% considera que el sexo sin condón es más placentero, lo cual los expone a enfermedades y embarazos no planificados.

La investigación también exploró las actitudes hacia la salud sexual. Las mujeres mostraron mayor compromiso con su bienestar: el 70% asiste regularmente a chequeos médicos, frente a solo un 30% de los hombres. Esta diferencia, según los autores, se asocia con los estereotipos masculinos que promueven la autosuficiencia y desalientan la búsqueda de ayuda profesional. 

Aunque el número de jóvenes que se ha realizado pruebas de VIH es similar al promedio latinoamericano (30%), la cifra sigue siendo preocupante: el 70% nunca se ha realizado un test, y de los tres casos positivos encontrados, uno admitió no tomar precauciones en sus relaciones. En el caso de los embarazos, los resultados son igual de alarmantes: de los 56 reportados, tres de cada cuatro terminaron en aborto, la mayoría inducidos, y muchos sin acompañamiento psicológico o médico.

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Los autores concluyen que el modelo actual de educación sexual en Ecuador no responde a las necesidades reales de los jóvenes. Si bien existen programas institucionales como la Estrategia Nacional de Educación Integral en Sexualidad, los contenidos aún no logran incluir de manera efectiva los componentes emocionales, afectivos y sociales que proponen la OMS y el UNFPA. “La sexualidad es mucho más que el sexo”, insiste Merlyn. “Tiene que ver con la identidad, el cuerpo, la empatía y el respeto por el otro. No se trata de enseñar a practicar, sino de enseñar a comprender”.

El equipo investigador plantea que la educación sexual integral debe iniciar desde edades tempranas, adaptándose al nivel de desarrollo de los niños y adolescentes, sin tabúes ni juicios morales. La comunicación familiar es clave en este proceso: padres y madres deben asumir un rol activo, abierto y respetuoso, evitando discursos basados en el miedo. “Si los adultos no hablan de sexualidad, otros lo harán —Internet, la música, las series—, y lo harán desde la distorsión”, advierte la psicóloga.

El estudio, realizado en una universidad privada de Quito, deja abierta una reflexión urgente: incluso en sectores con acceso educativo privilegiado, la desinformación sexual sigue siendo una realidad estructural. Hablar de placer, consentimiento, diversidad y respeto no fomenta la promiscuidad; al contrario, construye ciudadanos emocionalmente sanos, capaces de ejercer su sexualidad con conciencia y responsabilidad. “El peligro no está en hablar de sexualidad”, concluye Merlyn, “sino en seguir callando”.

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