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Carlos Alberto Reyes Salvador | ¿Quién pierde?

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Porque no perdió Noboa. Perdimos todos. Pero la verdadera derrota sería resignarnos

En medio de la resaca electoral, muchos insisten en reducir el resultado a un mero marcador futbolero: “Noboa perdió 4-0”. Pero esta lectura simplista es, además de falaz, profundamente engañosa. En democracia no se juega a goles ni a penales; se decide el rumbo de un país. Y la verdad incómoda que algunos prefieren evitar es esta: no perdió Noboa, no perdió ADN, no perdió la derecha. Perdió el país.

Porque más allá de las banderas partidistas hay un hecho incontrovertible: cerca del 40 % de los ecuatorianos votó por un cambio real, por un país distinto, por una hoja de ruta que nos sacara del estancamiento institucional y del modelo político que ha sido una camisa de fuerza durante más de quince años. Ese 40 % no desaparece, no es anecdótico, no es “una derrota aplastante”. Es un país dividido ante la pregunta más trascendental de los últimos tiempos: ¿seguimos atrapados en el mismo marco legal agotado y caduco, o nos damos la oportunidad de escribir un futuro diferente?

Lo que se perdió es mucho más profundo que una contienda coyuntural. Perdimos la oportunidad de reformar una constitución diseñada para concentrar poder, bloquear reformas, frenar inversión, encarecer la producción y garantizar que nada cambie sin permiso de sus autores originales. Perdimos la posibilidad de soltar ese lastre institucional que nos impide integrarnos a mercados internacionales, atraer capitales, impulsar la competencia, reducir trámites, flexibilizar el empleo y abrir la puerta al desarrollo sostenido.

Una constitución no es un capricho ideológico; es la estructura mínima para que un país deje de vivir a sobresaltos y empiece a caminar con estabilidad, reglas claras y un Estado que funcione para la gente y no para las mafias políticas que han pasado años perfeccionando el arte de la obstrucción. Esa posibilidad, hoy, queda archivada. Y cada día que pase, el costo de esa renuncia será más evidente: en falta de empleo, en inseguridad jurídica, en servicios públicos colapsados, en pobreza creciente y en un país que sigue mirando cómo sus jóvenes se marchan porque aquí ya no ven un mañana posible.

Entonces, ¿qué queda ahora? Gobernar.

Noboa deberá hacerlo con las reglas de un juego diseñado para que gobierne lo menos posible, para que cada decisión sea desafiada, distorsionada o bloqueada por quienes viven del caos. Será difícil, sí. Pero no imposible. Gobernar con una constitución hostil y con una oposición que celebra su capacidad de impedir, exigirá inteligencia política, pragmatismo, acuerdos y una narrativa clara que recuerde, cada día, que el país no puede seguir funcionando así.

Queda también algo más: la responsabilidad ciudadana de no dejar que esta derrota del país se normalice como si nada. Queda vigilar, exigir, apoyar las reformas posibles y seguir empujando, desde todos los espacios, la idea de que Ecuador merece un marco institucional moderno, eficiente y compatible con el siglo XXI.

Porque no perdió Noboa. Perdimos todos. Pero la verdadera derrota sería resignarnos. La política da segundas oportunidades a quienes saben construirlas. Y tarde o temprano, Ecuador deberá enfrentar de nuevo esa pregunta que evitó responder: ¿queremos seguir siendo el país del bloqueo o nos atrevemos, por fin, a ser el país del futuro?