
Extorsión y miedo apagan la vida nocturna en Guayaquil
Guayaquil no duerme, pero por temor. Luminarias apagadas, bares vacíos y negocios cerrados son parte del entorno
Guayaquil no se ve bien de día. Y mucho menos de noche. La ola delictiva ha empujado a cientos a huir de sus barrios como si protagonizaran un éxodo interno.
Muchos buscan refugio en urbanizaciones de Daule o Samborondón. Otros han tenido que despedirse de sus negocios por culpa de la extorsión.
El miedo, hoy más que nunca -según reconocen los guayaquileños a EXPRESO- ha calado en la rutina diaria, y lo que antes era una ciudad bulliciosa, hoy lamentablemente se apaga al caer el sol.
“Estamos peor que hace dos o tres meses. La situación nos ahorca, no podemos más. Y como resultado, el Puerto Principal no hace más que apagarse. No importa qué zona uno recorra pasadas las 20:00 o 21:00. Incluso los sábados, que se supone eran los días más prendidos, todo está muerto. Hasta los bares cierran sus puertas. Y en las tiendas de barrio, el reencuentro de amigos o vecinos por las noches ha quedado en pausa”, reconoce Leonardo Segovia, habitante de Sauces, uno de los vecindarios del norte donde hoy reina la desolación en casi todas sus etapas.
El efecto es notorio en la ciudad: cada vez hay más sectores oscuros, abandonados, saturados de basura, impregnados de olor a orina, con indigentes en las esquinas y negocios que no despegan.
Actividad nocturna en Guayaquil ha decaído por la inseguridad
La vida nocturna, que en otro tiempo fue el alma de zonas como la Alborada, Garzota o Urdesa, hoy está casi extinta. Bares y discotecas que antes vibraban con música y gente ahora apenas sobreviven. Son pocos los que se animan a salir a bailar, despejarse del trabajo o revivir los clásicos de los años 90 o 2000.
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En el centro, por ejemplo, la llamada zona rosa intenta reinventarse con ofertas vespertinas: matinés, promociones para grupos y hasta propuestas gastronómicas. Sin embargo, fuera de ese pequeño foco, el panorama es desalentador.
Parques y plazas, ahora espacios olvidados y oscuros
EXPRESO constató que el parque Centenario cierra sus puertas al anochecer. Frente a él, apenas dos locales (un bar y un minimarket) se atreven a abrir. Pero el bar, a pesar de sus luces y música, está vacío.

Cecibel Macías, propietaria de un negocio, lo resume con amargura: “No tenemos un Guayaquil nocturno. Tenemos un Guayaquil que no es nuestro”, dice, sentada en una de sus sillas vacías. Recuerda que hasta hace algunos años la gente caminaba libremente y las bancas del parque eran puntos de encuentro. “Hoy, a las seis de la tarde, Guayaquil se pierde. Hace unos meses podíamos estar más tiempo. Este mes ha sido imposible. Son las seis (de la tarde) y todos se van”.
Esa desolación es compartida por un vecino que prefiere mantener el anonimato. Se muestra indignado por el avance de la prostitución en este sector. “Muchas mujeres se esconden entre los pilares y he escuchado de varios robos. Los soportales se han convertido en nichos de delincuencia”, lamenta.
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Jorge Martínez, dueño de un local en la avenida 9 de Octubre, lo dice sin rodeos: “Esto es soledad. Guayaquil de noche es como un domingo”. Asegura que a las siete u ocho de la noche no hay nadie, ni siquiera en el bulevar de la ciudad.
Durante el recorrido, este Diario comprobó que los únicos negocios que sobreviven al anochecer son los de comida rápida o snacks. No hay opciones de entretenimiento ni mayores atractivos. Incluso las plazas están vacías, ocupadas por palomas.
En calles como la 10 de Agosto, el abandono es evidente. Cerca de la avenida Chimborazo, una docena de luminarias no funcionan y el alumbrado depende de los semáforos o los focos de los hoteles. Las calles transversales, como Córdova o Junín, exhiben el mismo problema de siempre: montículos de basura adornando las esquinas.
Gustavo Rivadeneira, gestor de Seguridad de la Zona 8 y residente del barrio del Salado, busca ser un puente entre el Municipio y el Gobierno. Él se muestra cansado del “divorcio institucional” y reconoce que, aunque la inseguridad ha golpeado a toda la región (incluso menciona ciudades como Lima o Buenos Aires, que ha visitado recientemente), en Guayaquil el deterioro es más visible.

Rivadeneira dice que tiene un plan para recuperar el centro. Propone mayor presencia policial, reubicación de trabajadoras sexuales que hoy están en zonas comerciales y turísticas, y mesas de diálogo para encontrar soluciones. “Ya presenté el plan al comandante de la Zona 8, al distrito 9 de Octubre y al alcalde”, asevera.
El norte de la ciudad muestra un panorama ligeramente más alentador. En sectores como Garzota, los locales del Garzocentro siguen abiertos, pero les faltan clientes. Lo mismo ocurre a lo largo de la avenida Rodolfo Baquerizo, especialmente en el cruce con Benjamín Carrión: abundan más las sillas vacías.
Las salsotecas y discotecas intentan resistir, pero los salones de baile siguen vacíos. Los rótulos de ‘Alquilo’ o ‘Vendo’ se han multiplicado, como ya lo ha contado EXPRESO en zonas como la misma Urdesa. Y en muchos sectores visitados, la presencia policial es nula.
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Manuel Tomalá, habitante de Sauces, lamenta la situación: “Las extorsiones llegaron y cada vez se expanden más. El sistema falla. Instalé cámaras en mi casa porque ya no se puede vivir tranquilo”.
La proliferación de rejas: pagar por encerrarse en casa
Ese temor se refleja en las cifras del Municipio. Desde que entró en vigencia la ordenanza para regularizar rejas y portones, se han presentado 938 solicitudes. De ellas, 650 fueron rechazadas por no cumplir requisitos como la falta de firmas o diseños que obstruyen el paso de ambulancias o bomberos. Otras 223 están en trámite, y los ciudadanos tienen hasta el 31 de julio para legalizar las que se instalaron sin permiso.

Además del trámite, los solicitantes deben cubrir tasas municipales y asumir el costo de los materiales. Es decir, pagar por encerrarse.
Mientras tanto, Guayaquil se llena de barrotes. Una ciudad que antes no dormía, hoy vive con miedo y sin rumbo claro. No obstante, entre la ciudadanía están quienes coinciden en que aún hay tiempo, aunque también concuerdan en que se agota.

Escenarios similares en Samborondón y Daule
Sin embargo, esta situación no se experimenta solo en Guayaquil. En plazas comerciales de La Aurora, en Daule, y de La Puntilla, en Samborondón, el panorama suele ser similar. El viernes y sábado pasados, en otro recorrido que hizo EXPRESO, pasadas las 23:00 hubo espacios que cerraron sus puertas.
“Ya la ciudadanía no viene, siente miedo. En enero sentimos que las cosas mejoraron. Ahora vienen entre las seis de la tarde y las ocho de la noche. Es su hora de ‘farra’. Pero llegan las diez y los clientes se empiezan a levantar. La noche, para muchos, es sinónimo de inseguridad. Y no los culpo. Todos tenemos miedo de salir”, dijo el administrador de una de las plazas que se levantan en la zona que conduce hacia el sector del Nuevo Samborondón, por Ciudad Celeste.
“Vivo en Guayaquil. Salir de aquí, aun teniendo puentes que me facilitan el traslado más rápido, no me garantiza que no me roben. El miedo está latente. Más que nunca”, confesó.
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