
25N: El miedo obliga a las mujeres a vivir una Guayaquil diferente a la del hombre
Ellos temen el robo; ellas, la violación. Encuesta revela que la brecha de inseguridad altera su forma de habitar la urbe
No es fácil sobrevivir en Guayaquil, y mucho menos siendo mujer. La última encuesta de percepción ‘Guayaquil Cómo Vamos’ ha delineado una realidad que la población femenina enfrenta de forma rutinaria. Aunque paseen por la misma ciudad, las mujeres le temen más.
La ciudad que las mujeres temen más que los hombres
Y hay razones que evidencian esa grieta: Mientras que los hombres son el blanco principal del robo con violencia, representando el 64,4 % de los casos reportados frente al 55,4 % de las mujeres, la población femenina enfrenta una amenaza casi exclusiva: la violencia sexual. El 3,5 % de las mujeres víctimas de un delito en el último año reportó haber sufrido acoso, abuso sexual o violación, una cifra que en la realidad masculina es estadísticamente invisible (0,3 %).
EXPRESO, en el marco del Día de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, cuenta esta problemática desde la voz de ellas.

Para Maitté Martínez, de 27 años, esta estadística es su rutina diaria. Su testimonio destila la fatiga de quien vive en alerta constante. "Más allá de la inseguridad, las mujeres tenemos otro riesgo: ser agredidas sexualmente. El cuidado que tenemos con nosotras es grande" , confiesa. Maitté ya no espera el bus tranquila. La parada se ha vuelto un punto ciego donde "no sé quién se va a bajar y me va a interceptar". Por eso, su acceso al espacio público se ha vuelto condicional: si no hay un amigo o familiar que la acompañe, prefiere no salir. Mis amigos toman un bus sin problema; también les roban, pero el plus de ser mujer es que existe un riesgo más. Ante los ojos de estos hombres, solo somos un cuerpo para hacer trizas".
Ese "riesgo más" tiene nombre propio en los datos de movilidad. El sistema de transporte público, arteria vital de la urbe, se ha convertido en un territorio hostil. El 46,1 % de las usuarias afirma haber recibido silbidos, miradas persistentes, manoseos o gestos vulgares. Casi la mitad de las mujeres viaja bajo asedio.

Mucho más común de lo que se cree
Kristhel Macías lo ha vivido en carne propia y con desesperación. "Te silban, te dicen groserías y nos da miedo reaccionar", cuenta. Recuerda con angustia la vez que un hombre la siguió y tuvo que fingir conocer a una señora para salvarse. "Es supervivencia", sentencia Kristhel, quien ahora coordina su llegada a casa con el conductor del Uber para que no se vaya hasta que ella entre, porque en su barrio no hay luminarias.
Ese miedo ha detonado un repliegue masivo. El 67,8 % de las mujeres ha dejado de salir a espacios públicos, una cifra que supera el encierro masculino. Paola Cercado, psicóloga clínica, lo define no como una medida de seguridad, sino como una amputación social. "No es solo una brecha de miedo, es una brecha de libertad", explica. "Cuando una mujer deja de salir, pierde autonomía. Y cuando el 39 % deja de llevar a sus hijos al parque, se empobrece la vida comunitaria. Guayaquil se vuelve más pequeña y hostil".
Para la abogada de derechos humanos Inti Alvarado, este fenómeno no es casualidad, sino una exclusión histórica que se agrava en tiempos de crisis. "La violencia sexual es una herramienta de poder sobre el cuerpo del otro, una forma de ejercer dominio sobre un territorio", argumenta. Alvarado sostiene que las mujeres no se "autoencerran" por gusto, sino que son activamente expulsadas del espacio público mediante estas dinámicas de violencia lideradas, en su mayoría, por hombres.

Sin embargo, no todas leen este repliegue como una derrota. Martha Intriago, terapeuta comunitaria, rechaza la etiqueta del miedo absoluto y prefiere hablar de instinto. "No creo que nos estemos escondiendo. Por naturaleza somos protectoras", aclara con firmeza. Para ella, el confinamiento es una táctica de gestión de riesgo ante un Estado ausente: "Estamos tomando las decisiones correctas para proteger a nuestras familias. Si algo nos caracteriza es que somos valientes; en una manifestación, quien va al frente es la mujer".
Intriago matiza que la mujer no se encierra por debilidad, sino por sabiduría: "El hombre es arriesgado y confiado; nosotras somos cautas. Si la sociedad no te da seguridad, nosotras la creamos".
Pero el no salir tiene su parte negativa, como explica la docente Ana María González, "Si el peligro afuera es distinto para ella, es menos probable que salga a trabajar. Eso la hace dependiente y le impide salir de ciclos de violencia en casa", agrega, recordando que la violencia muchas veces se vive en el mismo hogar.

Limitar la vida, duele
Aun así, la psicóloga Natalia Baquerizo advierte sobre las secuelas de vivir con el cuerpo en tensión perpetua, sea por miedo o por precaución extrema. "Un cuerpo en constante estado de alerta nunca descansa. Esto afecta el sueño, el reposo y dificulta la construcción de vínculos por la desconfianza", señala.
Indira Vascones rechaza que la solución final sea limitar la vida. "No es justo que las mujeres tengan que 'autoencerrarse'. Esa responsabilidad es de un sistema que garantice seguridad real", afirma.
La psicóloga Odalis Chiquito también advierte que el miedo se traslada afuera de la ciudad. "Sin embargo, en un país como el nuestro que la criminalidad evidentemente esta alta y continúa subiendo, también incrementa el miedo", objeta, puntualizando que esto se complementa a una baja confianza en la respuesta de la Justicia y las fuerzas del orden.
Mientras las autoridades cuentan robos y muertes violentas, hay una violencia silenciosa que vacía los buses y parques de mujeres. Como concluye Cercado: "El desafío no es que las mujeres aprendamos a cuidarnos más. El desafío es que la sociedad aprenda, de una vez por todas, a no violentarnos".