
Plaguicidas aplicados en el maíz causarían daño celular, según estudio de UTPL
El estudio se desarrolló mediante ensayos in vitro con modelos celulares ampliamente utilizados en investigación biomédica
El uso intensivo de plaguicidas en la agricultura ecuatoriana vuelve a encender las alertas desde la ciencia. Una investigación desarrollada por científicos de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) evidencia que mezclas de plaguicidas y fertilizantes utilizados en el cultivo de maíz pueden provocar daño genético y alteraciones celulares, incluso cuando se aplican en dosis consideradas legales y seguras por la normativa vigente.
“Uno de los principales problemas es que la mayoría de estudios se concentran en evaluar el ingrediente activo de manera aislada, cuando en el campo los agricultores utilizan formulaciones comerciales complejas y, muchas veces, las mezclan entre sí”, explica Natalia Bailón Moscoso, Ph.D., investigadora de la UTPL y autora principal del estudio.
La investigación fue publicada en la revista científica internacional Toxics y responde a una realidad preocupante: Ecuador se encuentra entre los países con mayor uso de plaguicidas por unidad de tierra cultivada, lo que incrementa el riesgo de exposición tanto para trabajadores agrícolas como para las comunidades cercanas.
Evaluar lo que ocurre realmente en el campo
El estudio analizó cuatro plaguicidas de uso común en el cultivo de maíz —los herbicidas atrazina y pendimetalina, los insecticidas clorpirifos y cipermetrina— además de un fertilizante agrícola, todos en sus presentaciones comerciales. Los ensayos se realizaron in vitro, utilizando células CHO-K1, un modelo ampliamente empleado en investigación biomédica.
“Decidimos trabajar con dosis subtóxicas, es decir, concentraciones que están dentro de los límites permitidos por la legislación ecuatoriana y por la Organización Mundial de la Salud, porque queríamos evaluar si aun en esos rangos existe un impacto biológico”, señala Bailón Moscoso.
Además de analizar cada producto por separado, el equipo científico evaluó las mezclas que los agricultores preparan habitualmente, como la combinación de herbicidas entre sí o de insecticidas con fertilizantes, una práctica común en el manejo agrícola.
Daño al ADN y activación de alarmas celulares
Los resultados evidenciaron que las formulaciones comerciales y sus mezclas indujeron genotoxicidad, es decir, daño directo al material genético de las células, confirmado mediante el ensayo cometa, una técnica estándar para detectar rupturas en el ADN.
“Las células no solo mostraron daño en el ADN, sino que activaron mecanismos internos de reparación, lo que indica que están respondiendo a una agresión genética real”, explica la investigadora. Este proceso se reflejó en el incremento de la expresión del gen H2AX, un biomarcador ampliamente reconocido de daño genético.
Según los resultados del estudio, la expresión de este gen aumentó entre 1,89 y 2,63 veces en las células expuestas, incluso en tratamientos realizados con dosis consideradas seguras desde el punto de vista regulatorio.
Pendimetalina: un hallazgo que genera alerta
Uno de los resultados más sensibles estuvo asociado al herbicida pendimetalina. Las células expuestas a este compuesto mostraron un incremento significativo en su capacidad de migración, una característica que suele asociarse a procesos de transformación celular y comportamiento tumoral.

“Observamos un patrón de migración celular que no es habitual en células normales. Este tipo de comportamiento se describe con frecuencia en células cancerosas, por lo que es un hallazgo que debe analizarse con mucha cautela, pero que no puede ser ignorado”, advierte Bailón Moscoso.
El fenómeno fue evaluado mediante el ensayo de cicatrización de heridas, una técnica que permite medir la movilidad celular. Aunque la investigadora aclara que se trata de un estudio in vitro, subraya que los resultados constituyen una señal temprana de riesgo.
Un contexto agrícola que amplifica el problema
El estudio adquiere mayor relevancia al considerar que Ecuador destina más de 362.000 hectáreas al cultivo de maíz, con una producción anual que supera los 1,6 millones de toneladas, y mantiene un uso intensivo de plaguicidas en este rubro agrícola.
“Aproximadamente el 28 % de la población ecuatoriana vive en zonas con alta aplicación de plaguicidas. Esto significa que no solo los agricultores están expuestos, sino también familias enteras, muchas veces sin información suficiente sobre los riesgos”, enfatiza la investigadora, en línea con los datos citados en el estudio.
La necesidad de repensar la regulación
Si bien los autores aclaran que los resultados obtenidos en células de roedor no pueden extrapolarse de manera directa a humanos, coinciden en que la evidencia es suficiente para repensar los modelos de evaluación de riesgo.
“No se trata de generar alarma, sino de ampliar la mirada. Evaluar solo el ingrediente activo puede llevar a subestimar los efectos reales de las formulaciones comerciales y, sobre todo, de sus mezclas”, sostiene Bailón Moscoso.
En ese sentido, el equipo investigador recomienda desarrollar nuevos estudios con líneas celulares humanas e investigaciones in vivo, que permitan profundizar en los posibles efectos sobre órganos y sistemas específicos.