
Partituras del siglo XVII revelan la verdadera historia de Cantuña
La USFQ rescata partituras, documentos y testimonios que confirman la existencia histórica de Francisco Cantuña
La leyenda de Francisco Cantuña —el indígena que pactó con el diablo para terminar un muro del convento franciscano— ha acompañado a Quito desde tiempos coloniales. Pero hoy, esa historia adquiere una dimensión inesperada: la música. Documentos, actas, partituras del siglo XVII y registros administrativos del convento de San Francisco han permitido reconstruir, con precisión académica, la existencia histórica de varios personajes llamados Cantuña y, sobre todo, el universo musical que vibró en la capilla homónima durante más de cuatro siglos.
Esta revelación es resultado de la investigación del musicólogo Jesús Estévez Monagas, profesor del College of Music de la Universidad San Francisco de Quito, quien por más de diez años ha rastreado archivos, cantorales, inventarios y testamentos que, pieza por pieza, devuelven a Cantuña al terreno de lo tangible. Su trabajo fue publicado en la revista Diagonal de la Universidad de California en Riverside y galardonado con el Premio Internacional de Investigación Musical Otto Mayer Serra, convirtiendo a Estévez en el primer ecuatoriano en obtener esta distinción.
“El patrimonio musical de Quito no solo está en piedra y papel, sino en las melodías que resonaron en sus templos durante siglos”, afirma el musicólogo a EXPRESO, cuya voz se ha convertido en una guía para descifrar esta historia oculta.

Una capilla que guardó el sonido de la fe
La Capilla de Cantuña —ubicada en la esquina sur del convento franciscano— fue hogar de múltiples cofradías desde 1587 hasta inicios del siglo XX. Estas hermandades eran, en palabras del investigador, “los clubes sociales de la época”, espacios donde laicos y religiosos se entrelazaban en actividades espirituales, musicales y comunitarias.
En su coro aún se conserva un órgano del siglo XIX, traído por el pianista alemán Albert Herrmann, instrumento con el que se acompañaban misas y ceremonias hasta las primeras décadas del siglo XX. Pero la joya más preciada es una colección de 38 libros corales, enormes volúmenes manuscritos —de casi un metro de alto— que contienen himnos, responsorios y cantos gregorianos usados por la orden franciscana.
Entre estas partituras aparece un Tedeum, atribuido al maestro de capilla Antonio Ceballos, cuyo nombre también figura en los documentos de pagos y registros de cofrades. De acuerdo con Estévez, piezas como esta permiten “cotejar los datos históricos con los materiales musicales y devolver a sus compositores y ejecutantes un lugar en la memoria cultural del país”.
Su estudio ha permitido identificar cerca de 60 piezas interpretadas en la capilla, incluyendo un himno de 1671 escrito por Fray Francisco de Herrera, considerado uno de los testimonios sonoros más antiguos del Quito colonial.
Tres Cantuñas y una leyenda
La figura de Cantuña suele asociarse al mito del pacto con el diablo. Pero la investigación revela que existieron al menos tres hombres llamados Francisco Cantuña entre los siglos XVI y XVII. El primero, de acuerdo con crónicas y estudios previos, fue un joven indígena adoptado en 1534 por el capitán español Hernán Suárez, quien lo instruyó en lectura, escritura y doctrina cristiana. Cuando Suárez murió, le heredó una propiedad esquinera en la plaza de San Francisco: el solar donde más tarde se levantaría la capilla.
Un segundo Francisco Cantuña aparece en registros del siglo XVII: un artesano, dorador y herrero del convento, cuyo nombre fue hallado inscrito en un altar durante las recientes restauraciones realizadas por el INPC. Su testamento, conservado en el Archivo Nacional, confirma la profundidad de su relación con la institución franciscana. Su hija, incluso, se casó con un músico del convento, lo que estrecha los vínculos entre arte, familia y tradición religiosa.
“Mi intención no es eliminar la duda de si Cantuña fue leyenda o no, sino mostrar que hubo Francisco Cantuña de carne y hueso cuya vida sí está documentada”, explica Estévez. La leyenda, entonces, se superpone con la historia, pero ahora encuentra un soporte más sólido: la música que sonó en la capilla construida sobre aquel solar heredado.

El valor patrimonial de la música que sobrevivió al tiempo
La investigación revela un universo musical que permaneció intacto gracias al silencio protector del convento. No solo se preservaron partituras, sino también actas capitulares, inventarios, listas de cofrades y documentos administrativos que registran pagos a organistas, arpistas, violinistas y maestros de capilla.
Para Quito, este hallazgo representa una oportunidad única de reconstruir su identidad desde una perspectiva sensorial y artística. En un país donde la historia suele narrarse desde batallas, monumentos o personajes políticos, esta investigación abre una ventana inédita: la historia contada a través del sonido.
Las partituras en tetragrama —escritura musical antigua— pueden ser interpretadas hoy, lo que permite imaginar cómo resonaban las ceremonias coloniales y cómo se configuraba la espiritualidad de la época. “Es un rescate invaluable”, dice Estévez, “porque nos permite entender quiénes fueron estas personas, qué hacían, cómo vivían y cómo contribuyeron a la sociedad”.
Un legado para la ciudad y para el país
El artículo académico está disponible de forma gratuita, y su autor insiste en la importancia de que la ciudadanía se acerque a esta memoria cultural. Parte del material —como cantorales y objetos litúrgicos— se exhibe hoy en el Museo Fray Pedro Gocial del convento, permitiendo que el público contemple aquello que dio origen a la investigación.