
Estudiantes del Copol fortalecen habilidades socioemocionales junto a niños con TEA
El programa combina aprendizaje, acompañamiento y emociones profundas que conectan a estudiantes y niños con autismo
El proyecto Nuestro Reto, iniciativa Bachillerato Internacional (BI) del Colegio Politécnico Copol, se convirtió este año en uno de los modelos estudiantiles de mayor impacto social en Guayaquil tras alcanzar el podio en la categoría Contribución Educativa (Formativa) de los Premios de la Cámara de Comercio de Guayaquil. La propuesta —que reúne cada sábado a estudiantes copolinos con niños y jóvenes con Trastorno del Espectro Autista (TEA)— ha consolidado un espacio donde la inclusión deja de ser un concepto teórico y se convierte en una experiencia formativa, afectiva y profundamente humana. “El impacto es una transformación recíproca… todos aprenden, todos crecen, todos nos vinculamos desde el corazón”, resume Edson Espinoza, coordinador de Proyectos CAS (Creatividad, Actividad y Servicio) del Copol.
Un proyecto con reconocimiento local
El reconocimiento otorgado por la Cámara de Comercio confirmó la madurez del proyecto. De acuerdo con el comunicado institucional, Nuestro Reto fue premiado por “sembrar inclusión, amor y oportunidades para niños y jóvenes con TEA, junto a los estudiantes copolinos”.
Espinoza enfatiza que la iniciativa está sustentada en pilares CAS del Bachillerato Internacional que son claves: la experiencia auténtica, la reflexión continua y el servicio con propósito. “Los estudiantes dejaron la teoría para actuar sobre necesidades concretas… ese trabajo colaborativo y reflexivo dio profundidad al proyecto".
Estudiantes que transforman su percepción del autismo
Las vivencias de las estudiantes confirman ese proceso. Para Fabiana Bazurto, de segundo de Bachillerato, la experiencia redefinió su manera de comprender la inclusión: “La empatía pasó de ser solo ‘sentir por el otro’ a apoyar y no juzgar… el servicio dejó de ser una obligación escolar para convertirse en algo de lo que me emociona ser parte”.
Su compañera, Camila Jácome, resalta la dimensión emocional del aprendizaje: “Lo más importante es el autocontrol. Los niños se guían por las emociones que expresamos. Tener paciencia genera confianza y permite una conexión más profunda con ellos”.
Ese proceso formativo no ha estado exento de retos. Espinoza reconoce que uno de los desafíos iniciales fue la falta de conocimiento sobre el TEA entre algunos estudiantes. Sin embargo, esa dificultad se convirtió en una oportunidad para ampliar la sensibilización institucional. “Se ofrecen capacitaciones, espacios de formación socioemocional y se fortalece la relación entre escuela, familia y profesionale. Lo que empezó como un reto se transformó en un proceso de crecimiento colectivo”.

El impacto de las familias que son parte del proyecto
En ese tránsito, las familias también han experimentado un alivio significativo. “Ver a los padres sentirse tranquilos porque sus niños están incluidos me marcó. Mi trabajo no solo aporta a los niños, también a sus familias”, dice Camila, recordando uno de los momentos más emotivos del proyecto.
De cara a los próximos ciclos, Copol proyecta ampliar el alcance del programa y fortalecer su estructura pedagógica y terapéutica. Entre los planes están integrar a más niños con TEA, sumar especialistas multidisciplinarios y desarrollar módulos permanentes de formación en inclusión y neurodiversidad. “La visión es que el proyecto crezca y se convierta en un modelo replicable para otras instituciones. Educar desde el servicio y construir una comunidad que celebre la diversidad”, afirma Espinoza.