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Marlon Vargas
Marlon Vargas, presidente de la Conaie, sigue las pisadas del discurso violento de Leonidas Iza.@CONAIE_Ecuador

Había que salvar a la Conaie, no matarla

Análisis |Entre la insensatez de la dirigencia y la insensibilidad del Estado el país ahoga sus últimas chaces de convivencia

El caótico, impredecible paro nacional de la Conaie, es la expresión de todos los fracasos nacionales. El del movimiento indígena en su intento por expresarse y el de la sociedad civil ecuatoriana en su necesidad de comprenderlo. Pero sobre todo marca el fracaso de un Estado incapaz de articular otra respuesta a las demandas indígenas que no sea la militar. Y que, en esa ceguera, acaba de perder la mejor oportunidad de entendimiento intercultural que ha tenido nunca la sociedad ecuatoriana.

La Conaie no era un enemigo del Estado. Nunca lo fue. Menos, mucho menos de la sociedad civil, de la población mestiza de las ciudades, a la que le unía, por el contrario (al menos en el caso de la capital de la República), una mutua simpatía no exenta de complicidades.

Marlon Vargas, presidente, y Ercilia Castañeda, vicepresidenta de la Conaie, recorrieron la zona norte del país junto a Denisse de la Cruz, presidenta del Pueblo Kayambi, el pasado 1 de octubre.

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Desde su fundación, en 1986, y especialmente desde su primer gran levantamiento, en 1990, hasta las marchas del agua que organizó durante el correísmo atravesaron todas las capitales provinciales de la Sierra hasta llegar a Quito sin un solo episodio de vandalismo y sin que a nadie se le ocurriera ir a esconderse por el miedo (¡vienen los indios, horror, horror!), jamás el movimiento indígena amenazó o agredió a la sociedad civil, nunca utilizó la violencia como argumento de protesta ni se condujo con estrategia militar en las ciudades, tomando como rehenes a las poblaciones e imponiéndoles su voluntad a palos. Eso era impensable.

Es cierto que su poder residía en su capacidad de paralización pero esa paralización era, salvo excepciones, una fuerza silenciosa y pacífica. De ahí su autoridad moral. Es por esa razón que, luego del levantamiento de 1990, la Conaie fue saludada como una fuerza nueva y positiva en la política nacional, un interlocutor ineludible que ningún gobierno podría desconocer en adelante y tendría que ser tomado en cuenta para el diseño de cualquier política pública para el desarrollo.

La Conaie cambió el país para siempre y para bien. Hasta que llegó Leonidas Iza.

De una potente voz pacífica al secuestro de la Conaie

Antes de octubre de 2019, marchas indígenas gigantescas llegaban a la capital de la República y la ciudad las acogía, les ofrecía el parque de El Arbolito y se les abrían las puertas de los predios universitarios para que los marchantes tuvieran alojamiento seguro. Los quiteños se organizaban para llevarles comida, ofrecerles atención médica y otro tipo de asistencia, conmovidos, porque eran familias enteras las que se movilizaban, en ocasiones hambrientas. Luego marchaban juntos hacia Carondelet, los del campo y los de la ciudad, y juntos echaban a Abdalá Bucaram con una patada en el trasero. O a Jamil Mahuad. O lo que fuera.

No era, por supuesto, una conducta cívica ejemplar o algo de lo que el Ecuador deba sentirse orgulloso ni mucho menos: era el caótico comportamiento propio de una época de inestabilidad que le hizo mucho daño al país (tanto daño que el desenlace inevitable fue la dictadura correísta). Pero en lo que tiene que ver con las “relaciones interétnicas”, como dicen los antropólogos, por lo menos en el plano político (porque no es que esta complicidad aboliera las injusticias sociales), debe ser el momento de mayor armonía en la historia republicana del Ecuador. Gracias a la Conaie.

La gran obra de Leonidas Iza consiste en haber echado al caño esa armonía (sobre la cual había aún mucho que edificar) y en haber convertido a la Conaie en el enemigo. En octubre de 2019, cuando la marcha de Leonidas Iza llegó a Quito y la ciudad, como siempre, la acogió con generosidad, nadie sospechaba que Iza llegaba con una estrategia militar en la cabeza y un mapa en el que tenía marcados los objetivos principales. Y la intención de secuestrar, incendiar, invadir, aterrorizar e imponerse por el pánico. Y que contaba, para ello, con la colaboración de una incipiente guerrilla urbana, armada y entrenada, y el financiamiento obtenido de quién sabe dónde para mantener todo este engranaje activo: ya Carlos Andrés Vera demostró, en un video documental, el esfuerzo económico y humano que se requiere para mantener, como se mantuvo, el redondel de la Villaflora bloqueado durante 12 días (llantas, camiones, gasolina, relevos de personal, alimentación…). Estamos hablando de decenas de miles de dólares invertidos en el bloqueo de un redondel. Multiplíquese eso por 200.

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Leonidas Iza vino con un explosivo coctel ideológico en la cabeza: indigenismo, marxismo, guevarismo, mariateguismo… José Carlos Mariátegui, que adaptó las doctrinas de Karl Marx a la realidad peruana, obtuvo su inspiración original (lo mismo que Perón, con quien coincidió en la Roma de los años 20) del fascismo de Mussolini: léase “Delirio americano”, de Carlos Granés, que lo explica con lujo de detalles. De ahí que no haya en el Ecuador proyecto más reaccionario y peligroso que el de la nueva Conaie, y que sus métodos pasen por la necesidad de imponer a la sociedad una doctrina a palos. Dicho en otras palabras: Leonidas Iza es un facho. Bajo su mando, lo que era un movimiento para el diálogo intercultural se convirtió en una organización dogmática furiosa que tiene a la dictadura del proletariado como horizonte luminoso (comunismo indoamericano, la llama él) y a la violencia como método. El horror.

Una población que recuerda la violencia

El problema es que la población indígena ecuatoriana (comerciante, emprendedora, aspirante a propietaria) es todo menos comunista. Y el proyecto colectivista de Leonidas Iza, después de décadas de delirios izquierdistas que resultan más colonizadores que cien años de dinastía borbónica, es el intento más grosero y agresivo de someter la individualidad indígena bajo el yugo supuestamente amable de “la comunidad”. El politólogo Andrés Ortiz Lemos es, quizás, el único académico ecuatoriano que ha dedicado sus esfuerzos a la identificación del individuo indígena, una figura silenciada por la obligación impuesta del colectivismo. El resto de esfuerzos académicos y políticos no hacen sino insistir en el viejo modelo neocolonialista al que pretenden resistirse.

Sin una idea propia en la cabeza ni la cuarta parte de lecturas y formación ideológica a su haber, sin visión ni carácter, el nuevo presidente de la Conaie, Marlon Vargas, es una suerte de troglodita triste, un Leonidas Iza de juguete que se encuentra estúpidamente persuadido de que su papel consiste en meter miedo a la población urbana con fanfarronadas del tipo “vamos a tomarnos Quito”. Marlon Vargas marca el punto más bajo de la decadencia de la Conaie. En sus manos, claro, el movimiento está destinado a dar el paso final hacia el abismo. Y ya lo dio: fue este paro nacional.

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Desde su declaratoria, todo se le fue de las manos. El incendio de la provincia de Imbabura, víctima de un secuestro violento similar al que sufrió Quito en los levantamientos de 2019 y 2022, ocurrió completamente sin su participación. Grupos de delincuencia organizada y estructuras bien financiadas de activistas violentos tomaron el control de la situación y secuestraron la provincia durante más de veinte días mientras la dirigencia política de la Conaie y la izquierda mamerta que vive ella y de su propia deshonestidad intelectual desde hace seis años se desentendían del fenómeno y lo achacaban a infiltrados. De infiltrados se viene hablando desde octubre de 2019, y lo cierto es que esos infiltrados son los que Iza puso al frente del movimiento y ahí siguen, activistas convencidos de que la violencia es el único mecanismo legítimo para el cambio social, mariateguistas y guevaristas que la izquierda y el movimiento indígena no sólo toleró sino que alcahueteó, cultivó y alimentó durante años. En el estallido de violencia que vivió Quito en dos ocasiones consecutivas y que ahora acaba de vivir, aterrorizada, la provincia de Imbabura, no hay un alma libre de responsabilidad en la izquierda radical ecuatoriana. Todos son cómplices. Todos. Incluso gente de la que el país esperaría equilibrio y sensatez. Dizque intelectuales. Dizque moderados. Cómplices todos.

Y aquí es donde entra la responsabilidad de un Estado hoy en manos de una generación de políticos (guayaquileños casi todos) que no tienen la más pálida idea de con qué se están enfrentando. Gente como John Reimberg, cuya patética ignorancia del terreno que está pisando llega al extremo de que no sabe ni cómo nombrar a la provincia del problema (“La Imbabura”, dice, ¿alguna vez la pisó?), y cree que la capacidad bélica del convoy militar que disfrazó de humanitario basta para controlar una situación que lleva generaciones reproduciéndose como resultado de una interminable serie de injusticias y omisiones del Estado. “Hoy termina el paro”, llegó a decir el ministro, disfrazado de Agallón Mafafas, con su gorrita y su chaqueta de camuflaje, vagamente seguro de que el tratamiento intensivo de garrote y gas lacrimógeno al que sometió a la población durante una jornada infernal, sería un argumento más que convincente.

Un Estado insensible 

Porque mientras la Conaie, que era la pieza clave que ponía el equilibrio en el complicado puzle interétnico de la República, se derrumba y termina convertida en botín de los violentos que le apuestan a terror como herramienta de transformación social, estos ignorantes funcionarios, no menos ignorantes que el propio Marlon Vargas en su patetismo (Reimberg, Lofredo, la indescriptible ministra Rovira…) creen que su tarea es precisamente contribuir a ese derrumbamiento, poner su grano de arena para acabar con la Conaie.

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No se dan cuenta de que el caos resultante (esa multiplicación de puntos de conflicto sin interlocutor válido) es el peor de los escenarios. Tan perdidos están que creen que la muerte de la Conaie es su victoria y que eso se logra con contundencia militar, con gorilas que salgan a la calle con la consigna de linchar manifestantes, con ataques indiscriminados a comunidades indefensas, como si el barrio de San Miguel del Común o la Comunidad de Saraguro fueran algún tipo de objetivo militares que justificara una tarde entera de gases y garrote. Y bala, porque no hay que olvidar que ya van matando a dos de un tiro.

Había que salvar a la Conaie de los violentos, esa era una prioridad de la agenda nacional. En su lugar, estos ignorantes contribuyen a matarla. A entregársela a los terroristas que dicen combatir.

  • Diálogo

La Conaie y su dirigencia quedaron relegadas del intento de diálogo que mantuvieron los representantes de las comunidades de Imbabura y el Gobierno de Daniel Noboa.

  • Panorama

La Conaie no era un enemigo del Estado, mucho menos de la sociedad civil o de los mestizos, con quienes mantenía una mutua simpatía no exenta de complicidades.

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