Quito

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Un estudio de la UDLA demuestra que Quito ha registrado un aumento de casi 1 °C en dos décadas, junto a lluvias más intensas que afectan especialmente a zonas suburbanas.Cortesía

Lluvias extremas y noches más cálidas: así está cambiando el clima en Quito

La expansión urbana hacia los valles y la pérdida de vegetación están amplificando los riesgos climáticos

Durante las dos últimas décadas, la ciudad de Quito ha experimentado transformaciones climáticas profundas que empiezan a modificar no solo su ambiente natural, sino también la vida cotidiana de sus habitantes. Un estudio reciente desarrollado por la Universidad de Las Américas (UDLA) revela que entre 2004 y 2024 la capital ecuatoriana ha registrado un incremento cercano a 1 °C en su temperatura promedio, acompañado de un aumento significativo en la intensidad y frecuencia de las lluvias, especialmente en zonas suburbanas. 

El cambio climático transforma las dinámicas urbanas

Estos cambios, que antes eran perceptibles únicamente en modelos climáticos globales, hoy se reflejan directamente en las dinámicas urbanas, sociales y ambientales del Distrito Metropolitano, volviendo indispensable una lectura académica y comunitaria del fenómeno.

Los resultados confirman que Quito se está calentando más rápido de lo esperado, particularmente durante las noches. Las temperaturas mínimas han aumentado el doble de rápido que el promedio global de ciudades, una señal clara del efecto de isla de calor urbana, producto de la expansión acelerada de la mancha urbana, la reducción de áreas verdes y la sustitución de suelos naturales por superficies impermeables. 

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Para la doctora Rasa Zalakevičiūtė, investigadora principal, este patrón es típico de ciudades en rápido crecimiento. “La isla de calor urbana es principalmente un fenómeno nocturno. Lo que observamos en Quito es un aumento pronunciado de las temperaturas mínimas, mientras que las máximas muestran tendencias mixtas”, explica. 

Desde una perspectiva académica, este comportamiento confirma que los procesos urbanos alteran la regulación térmica natural, incrementando el estrés ambiental y afectando directamente la salud pública, especialmente en grupos vulnerables como adultos mayores, personas con enfermedades respiratorias o comunidades asentadas en zonas de alta densidad.

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El análisis también evidencia un cambio sostenido en la precipitación. Distritos como Tumbaco han registrado un incremento de aproximadamente 105 % en la lluvia acumulada, Belisario cerca del 85 %, Los Chillos alrededor del 60 %, y sectores como Carapungo y Cotocollao presentan aumentos moderados. Aunque las zonas céntricas como El Camal muestran variaciones menores, el patrón general indica una ciudad que recibe lluvias más intensas, más frecuentes y con mayor potencial de generar impactos. 

De acuerdo con la investigación, estos incrementos no son generados por la urbanización, pero sí pueden ser intensificados por ella. “Tenemos eventos de precipitación más fuertes y más largos. Esto coincide con lo que advierte el IPCC para la región andina del noroeste de Sudamérica”, señala Zalakevičiūtė. En términos sociales, esta tendencia se traduce en un incremento del riesgo de inundaciones, deslizamientos y afectaciones a barrios vulnerables, donde la infraestructura es limitada y las pendientes naturales hacen que los impactos climáticos sean más destructivos.

El rol de los fenómenos: El Niño y La Niña

El estudio también incorpora el rol de los ciclos oceánicos como El Niño y La Niña, fenómenos que históricamente han regulado la variabilidad climática ecuatoriana, pero que ahora se potencian bajo condiciones de calentamiento global. En años de El Niño, Quito tiende a registrar temperaturas más altas y episodios de sequía en la Sierra y el Oriente. Sin embargo, los efectos actuales se intensifican debido a la mayor temperatura del planeta. 

“En Quito, el año de El Niño es más caliente y más seco, pero ahora esa sequía se extiende y se vuelve más extrema”, explica la investigadora. Los eventos recientes, como los incendios forestales de 2024 en Nayón y Guangüiltagua, evidencian cómo la atmósfera más cálida y seca eleva los riesgos ambientales y sociales. Lo mismo ocurre en años de La Niña, donde la lluvia aumenta y genera emergencias asociadas a inundaciones y movimientos en masa, afectando principalmente a familias de zonas periféricas con menor acceso a infraestructura segura.

Desde una perspectiva académico-social, los hallazgos del estudio invitan a reflexionar sobre la relación entre urbanización, desigualdad y vulnerabilidad climática. Las zonas que experimentan mayor aumento de lluvias e intensificación de la temperatura son precisamente aquellas donde el crecimiento urbano ha sido más acelerado y menos planificado. 

La expansión hacia los valles, el cambio de uso de suelo, la reducción de cobertura vegetal y la construcción en laderas inestables crean un escenario en el que los riesgos climáticos se vuelven riesgos sociales. La falta de planificación urbana no solo aumenta la exposición física, sino que limita la capacidad de respuesta de las comunidades. En sectores con altos índices de pobreza, las familias tienen menos acceso a mecanismos de mitigación, menos capacidad de reconstrucción y mayor dependencia de servicios básicos vulnerables a eventos extremos.

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