Consumo de regalos
USFQ advierte que el exceso de regalos puede generar baja tolerancia a la frustración, materialismo y dificultades emocionales en la infancia.Canva

El exceso de regalos afecta a los niños: alerta académica de la USFQ

La abundancia de obsequios afecta la gratitud, fomenta la impulsividad y debilita la relación afectiva entre padres e hijos

En los días festivos, cuando la publicidad impulsa compras masivas y las familias buscan “dar lo mejor” a sus hijos, especialistas advierten sobre un fenómeno que crece silenciosamente en los hogares ecuatorianos: el síndrome del niño hiperregalado. Aunque no es un trastorno clínico, este concepto describe los efectos emocionales, sociales y conductuales que surgen cuando un niño recibe una cantidad excesiva de regalos, especialmente durante las festividades.

Un llamado a la crianza contemporánea y el autocontrol

En Ecuador, la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) destaca este debate, señalando un estudio publicado en el Journal of Consumer Research por las universidades de Missouri e Illinois. Natalie Izurieta, psicóloga, investigadora y docente de la USFQ, quien le da seguimiento al tema, explica que este síndrome “no es una patología, sino una forma de entender los impactos que la abundancia material puede generar en la infancia”. Para ella, la crianza contemporánea ha normalizado la idea de que más regalos equivalen a más afecto, cuando en realidad el resultado puede ser lo contrario. “En Navidad, regalar es una forma de expresar cariño y crear recuerdos significativos. Sin embargo, cuando los niños reciben una cantidad excesiva de obsequios, en lugar de hacerles un bien, podemos estar generando un daño”, precisa.

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Ese daño, según la evidencia psicológica reunida, se manifiesta en baja tolerancia a la frustración, insatisfacción constante, dificultad para compartir, impulsividad, egoísmo y una progresiva asociación entre afecto y objetos materiales. Los análisis señalan, además, que la abundancia reduce la ilusión por recibir, debilita la gratitud y genera expectativas cada vez más altas. “Los niños que reciben regalos con demasiada frecuencia pueden llegar a vincular el amor con la entrega de bienes, en vez de con la atención y la conexión emocional”, apunta el documento pedagógico.

A todo esto se suma la influencia del marketing infantil, un mercado multimillonario que estimula el consumo desde edades tempranas. La publicidad dirigida a niños es capaz de reforzar la idea de que la felicidad depende de obtener un juguete nuevo. Los expertos advierten que esta dinámica estimula el “quiero ahora”, dificulta la concentración, promueve el materialismo y puede reducir la creatividad al saturar al niño de estímulos, impidiendo que explore o invente desde la simplicidad.

La presión cultural y el llamado desde la academia

Desde una mirada social, el fenómeno refleja la presión cultural que viven muchas familias: la necesidad de compensar la falta de tiempo con objetos, competir con otros padres o responder a un entorno que valora la abundancia por encima del vínculo emocional. Desde lo académico, la USFQ subraya la importancia de abordar este tema con investigación, reflexión crítica y políticas educativas que fortalezcan la crianza consciente. “El compromiso es promover el bienestar infantil desde una perspectiva integral, que vaya más allá de los regalos y que priorice el desarrollo emocional, social y cognitivo de los niños ecuatorianos”, señala la institución.

Ante esta realidad, la especialista consultada por EXPRESO, recomienda establecer límites claros: fijar un número reducido de regalos, priorizar experiencias compartidas —como paseos, talleres o actividades familiares—, conversar con los niños sobre el valor de las cosas y fomentar la gratitud de manera activa, ya sea a través de notas, palabras de agradecimiento o donaciones. También invita a las familias a reflexionar sobre sus propias prácticas de consumo: ¿por qué damos?, ¿qué buscamos compensar?, ¿cómo enseñamos a valorar?

El fenómeno del niño hiperregalado es, en esencia, un espejo social. Nos recuerda que la infancia no necesita acumulación, sino acompañamiento. No necesita cajas, sino presencia.

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