
'Cuando se fueron las libélulas', una novela sobre la muerte y la ciudad
Santiago Toral Reyes sitúa su novela en Guayaquil, en una historia donde la biología y la experiencia urbana se entrelazan
Mateo es profesor de biología, está divorciado y ha regresado a vivir a la casa de sus padres. Camina por la ciudad como si ese movimiento constante le permitiera sostener el equilibrio de su vida diaria. Observa aves, manglares, esteros y cuerpos, mientras a su alrededor las muertes comienzan a acumularse. No se trata de asesinatos premeditados ni de actos violentos directos: las personas mueren de forma accidental, pero siempre cerca de él, como si su presencia activara un mecanismo invisible.
A lo largo de Cuando se fueron las libélulas, Mateo intenta comprender ese patrón mientras sostiene relaciones afectivas inestables, escucha la voz persistente de su madre y se mueve entre el deseo, el cansancio y la culpa. La narración avanza entre escenas íntimas y episodios en los que la muerte irrumpe sin aviso, en una ciudad que aparece como un organismo vivo, rodeado de agua, marcado por la violencia cotidiana y atravesado por una sensación constante de desgaste.
La novela no nació como un proyecto cerrado, sino, señala Santiago Toral Reyes, como un relato. “Empecé a escribir sobre un personaje que contaba desde la prisión cómo había terminado preso por una serie de crímenes accidentales. Me interesaba que no fuera un asesino intencional, sino accidental”, explica. Con el tiempo, esa premisa se amplió: “Cuando releí lo que había escrito, me di cuenta de que el personaje daba para más que un cuento y ahí apareció la idea de unirlo a una novela. En ese momento, casi como por arte de magia, empezaron a aparecer cosas, personajes, relaciones”.
La construcción de Mateo estuvo ligada a un proceso de escritura fragmentaria y de reescritura constante. “Yo tomo muchísimos apuntes: conversaciones, frases sueltas, imágenes que se me vienen a la cabeza mientras camino. Muchas cosas quedan fuera, pero me gusta trabajar con ese caos”, señala el autor.
Uno de los ejes más complejos de la novela fue narrar las muertes accidentales, una extraña característica que en el libro toma el nombre de Síndrome de Azrael. “Para mí, escribir escenas de asesinato es dificilísimo. Entonces decidí que el personaje tenía que entrar en una especie de trance y que la mejor forma de contar ese trance era a través del lenguaje poético”, explica. Cada muerte adquiere una atmósfera distinta, casi ceremonial, asociada al carácter de quien muere y a la percepción del protagonista. Ese registro convive con un humor oscuro que genera incomodidad y distancia.
Dialogar con la ciudad
Las voces femeninas atraviesan la narración de forma constante. La madre, la abuela, la expareja y la novia ocupan un lugar central en la vida interior de Mateo. “En mi vida ha habido mujeres muy fuertes y creo que eso se cuela en la escritura. La madre es un personaje delicado, pero también fuerte, y ha marcado mucho al protagonista. Él hereda incluso la lengua de la madre, su forma de hablar”, comenta Toral Reyes. Al mismo tiempo, reconoce que el mayor desafío fue construir la voz masculina: “Es difícil de creer, pero lo desafiante para mí fue encontrar esa voz, poner en el centro a un hombre cercano a los cuarenta que vive con sus padres en Guayaquil”.
La ciudad no funciona solo como escenario, sino como una presencia activa. “Yo soy muy geográfico. El espacio me influye muchísimo y las historias que me interesa contar suceden acá”, afirma el autor. Guayaquil aparece rodeada de agua, atravesada por ríos, esteros y manglares, y habitada por especies que suelen pasar desapercibidas. “Los guayaquileños sabemos muy poco de nuestro ecosistema. Al investigar, me sorprendió la cantidad de aves y de flora que cohabitan en la ciudad, y la novela fue una oportunidad para conocer eso y para que el lector también lo conozca”.
Urdesa, barrio donde vive el autor, se convierte en uno de los territorios narrativos que explora la novela y dialoga con la experiencia del protagonista. Se trata, señala, de una decisión intencional. “Siento que grandes escritores guayaquileños han explorado el centro y el sur de la ciudad en sus obras, pero he hecho en falta que se narren otras miradas de Guayaquil. ¿Qué pasa con Urdesa, con Los Ceibos, con la Kennedy? Yo vivo en Urdesa, me siento muy urdesino y quería contar esta historia desde esa mirada. También hay un paralelismo entre la vida del personaje y la ciudad: ambos están en una búsqueda constante, reinventándose, vaciándose y volviendo a empezar”, explica.
Cuando se fueron las libélulas forma parte de la colección “Deltas”, de la editorial guayaquileña Brazo de Mar, desarrollada con apoyo del Instituto de Fomento de las Artes, Innovación y Creatividades (IFAIC). Tras sus presentaciones en Guayaquil, Quito y Cuenca, el libro inicia ahora una etapa de circulación en librerías y bibliotecas del país, mientras su autor continúa trabajando en nuevos proyectos narrativos.
¿Quién es Santiago Toral Reyes?
Nació en 1986. Es escritor, editor, docente y traductor. Estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad Casa Grande y tiene una Maestría en Comunicación Audiovisual con especialidad en ficción, en la Universidad Católica Argentina. Actualmente cursa el Doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Ha publicado cuentos en varias antologías y su primera novela es Del mar viene (2025), publicada por UCG Ediciones. Es un apasionado por las lenguas y pasa buena parte de su tiempo libre investigando etimologías, familias lingüísticas y palabras intraducibles.
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