Parkour en Guayaquil
Acostumbran hacer sus calentamientos en las cercanías del cerro Santa Ana, en el centro de Guayaquil, antes de explorar los edificios.CHRISTIAN VINUEZA

Parkour en Guayaquil: Los saltos que exploran la ciudad que pocos ven

Entre elogios y acusaciones, sus aficionados señalan que el objetivo no es vandalizar edificios abandonados

En el centro de Guayaquil, donde los edificios abandonados suelen ser apenas sombras que la ciudad prefiere ignorar, un grupo de hombres sin nombre ni líder observan en silencio una estructura gris de varios pisos.

Uno de ellos respira hondo, mira hacia arriba y luego a sus compañeros. Es apenas un gesto, pero basta para que el resto entienda que es momento de empezar a explorar.

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Toma impulso, se acerca al pilar frontal del edificio y, con un movimiento que parece más felino que humano, salta. Sus manos encuentran pequeñas molduras y sus dedos se aferran con precisión. Desde abajo, los demás lo observan y luego lo imitan: uno tras otro trepan por la fachada como si la ciudad fuese un inmenso muro de entrenamiento.

Adentro solo hay concreto sin enlucir, restos de escombros y un eco que rebota en estructuras apagadas. Nada más. Nada menos. Para ellos es un parque de juegos: pasillos sin terminar, vigas expuestas, huecos oscuros. Recorren todo hasta llegar al techo. Desde la azotea, Guayaquil se abre ante sus ojos como un mapa de luces, con vista al malecón Simón Bolívar y al río Guayas.

Pocos minutos después, descienden por el mismo camino. Rápidos. Silenciosos. Precisos. La misión está cumplida. Ese video, publicado en redes a inicios de este mes, se volvió viral. Encantó a muchos; indignó a otros. Ellos lo saben y lo asumen. Aun así, repiten que lo suyo no es vandalismo ni un reto irresponsable: es parkour.

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Guayaquil, una ciudad para 'trepar'

Alejandro Ñañez, colombiano de Palmira, de 34 años, vive en Ecuador desde 2013. Es entrenador personal y, cada domingo, su vida gira en torno a este deporte.

“El parkour lo practico desde hace 17 años. Llegué a Ecuador y lo primero que pensé fue: ‘Esta ciudad es perfecta’, con la Plaza Colón, Las Peñas, toda esa arquitectura… Es un sueño para entrenar”, sostiene Alejandro.

Guayaquil, dice, tiene algo que otras ciudades no: estructuras amplias, muros útiles, áreas públicas sin barreras. Para él y su grupo, es un gimnasio al aire libre.

En 2019 abrieron una cuenta en Instagram para documentar sus exploraciones urbanas. “En pandemia salimos a entrenar. Las calles estaban solas. Encontramos edificios abandonados increíbles”, recuerda.

Años después, uno de esos videos explotó en redes. “Nos alegra, pero ya no entrenamos para hacernos famosos. Entrenamos para nosotros”, recalca.

Aunque los 12 integrantes de este grupo practican parkour, no siempre lo hacen. A veces simplemente exploran. Se meten en edificios vacíos (pero no invadidos, insisten), bodegas sin uso, antenas en cerros, miradores, la parte superior de letreros publicitarios. Lo llaman “exploración urbana”.

Parkour en Guayaquil
Alejandro Ñañez en un arriesgado movimiento sobre un arco en Urdesa.Cortesía

No se lucran, no rompen vidrios, no se llevan nada. Y si pueden, piden permiso a vecinos o encargados. Pero aun así, las reacciones son variadas.

Hay gente que nos admira y gente que piensa que somos ladrones. Muchas veces llegan policías y nos revisan. Nos han esposado. Pero hablamos, mostramos que somos deportistas. Nunca llevamos armas ni nada. Y entienden”, cuenta Alejandro.

Parkour en Guayaquil: Explorar sin destruir

En las escalinatas del cerro Santa Ana, donde suelen calentar, Ronald Ramírez baja un tramo usando solo las manos. Tiene 32 años y lleva unos 12 practicando parkour. Entró por una publicidad de televisión y desde entonces no ha parado.

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Sufrió una rotura de ligamento en 2018, pero jamás ha considerado abandonar esta actividad. “Es un estilo de vida”, dice. La ciudad, para él, es perfecta. “El parkour se adapta a cualquier entorno. Un murito chiquito ya sirve para moverte”.

Sobre las exploraciones, lo deja claro: “Es adrenalina, sí, pero es más que nada la curiosidad humana de conocer. Entramos a explorar, no a destruir. Nunca nos llevamos nada ni rompemos nada. Respetamos siempre”. Las críticas no lo inquietan. “La gente opina, pero nosotros sabemos lo que hacemos”.

Parkour en Guayaquil: Disciplina y refugio

Santiago Noriega (30) habla con serenidad. La mitad de su vida la ha dedicado al parkour. Ha visto amigos salir de malos caminos a través de esta disciplina. “Es pasión pura. A veces hay una gratificación económica, pero no vivimos de esto”.

Para él, mente y cuerpo pesan igual: un 50/50. “Si uno de los dos no está listo, vienen las lesiones”. Y él las conoce bien. Un movimiento mal ejecutado lo dejó algunos meses sin entrenar y sobrevivió a un accidente de tránsito al regresar de un entrenamiento. Ha vivido momentos tensos también, especialmente cuando entrenan en los tejados del cerro Santa Ana: “Una vez nos encontramos con una banda. Nos dijeron que apoyaban el arte, pero que mejor no entrenáramos ahí. Les hicimos caso”.

Actualmente evitan la noche por la inseguridad. Entrenan temprano y se van a casa antes de las 19:00. Las exploraciones, en cambio, requieren un horario distinto, “para evitar miradas y porque es más seguro trepar sin gente alrededor”, menciona Noriega.

Dynamic ParkourVarios de los integrantes del grupo tienen una academia de este deporte en Guayaquil, llamada Dynamic Parkour, donde enseñan a niños y adultos.

El grupo es enfático: el parkour no es solo saltar. Entrenan calistenia, escalada, gimnasia, fuerza, elasticidad. “No puedes hacer parkour cinco días a la semana. Es de impacto. El cuerpo necesita recuperarse”, explica Alejandro.

Creen en dos principios: ser fuerte para ser útil, y ‘ser y durar’. La meta no es romper récords a los 20, sino seguir moviéndose a los 40, 50 o más. “El fundador del parkour (David Belle) tiene 52 años y sigue saltando”.

Exploración de edificios en Guayaquil: Sin una denuncia, no hay infracción

El abogado penalista César Terán señala que el hecho de que jóvenes practiquen parkour en edificaciones abandonadas no constituye un delito, siempre que no exista un reclamo o denuncia formal por parte del propietario del inmueble.

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El jurista explica que, al tratarse de espacios privados, solo el dueño o poseedor legal podría presentar una queja si considera que hubo ingreso no autorizado. En ese escenario (y de forma muy excepcional) podría considerarse una violación de domicilio, pero únicamente cuando se trate de una vivienda o dependencia habitada.

En el caso de estructuras abandonadas, Terán aclara que “no hay una infracción penal concreta, pues no existe un afectado directo ni un bien en uso”.

Lo compara con situaciones en las que personas sin hogar permanecen temporalmente en estos lugares, donde la intervención suele limitarse a un llamado de atención policial y no deriva en un proceso judicial.

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