
Marina Otero, la dramaturga argentina que volvió a bailar en Los Andes
La muerte de un poeta palestino compone la obra de la bailarina argentina. La Fiesta Escénica de 2026 ya se alista
Sobre las tablas, en una esquina, hay una mesa llena de velas rojas. Y figuras de vírgenes en miniatura. Un sombrero marroquí llamado tarbush. Una bolsa de papel de las que se encuentran en los aviones con inscripciones en una incipiente caligrafía árabe.
En la otra esquina, un saco de boxeo impregnado de harina. La actriz y bailarina Marina Otero (Buenos Aires, 1984) viste una camiseta de franela con Tánger como un oasis estampado y empieza su relato amoroso.
‘Ayoub’ es la obra que por azar se estrenó en Quito con la etiqueta ”Work in progress”, a inicios de noviembre pasado. La sencillez es una característica de la intérprete que en 2019 se recuperó de una lesión que le dio un giro a su carrera, una hernia de disco.
La agresividad es lo que le permitió reponerse mientras dirigía a unos bailarines a su alrededor de la impactante ‘Fuck Me’, obra que también fue presentada en Ecuador, a mediados 2024.
Entonces no tenía nervios. Ahora se deben, dice, a la ausencia de ficción en su nueva obra. Se deben al sentido que le han dado una aventura amorosa al biodrama. Un sentido político, subversivo y punk.
En Gaza ir a comer es arriesgarse a vivir o morir. Los “centros de ayuda humanitaria”, en realidad, son todo lo contrario a humanitarios: soldados le ofrecen a la gente harina para alimentar a sus familias y les disparan mientras caminan, cuenta Otero. Se trata del caso real que la movió a poner un saco sobre el escenario.
Antes de esta obra hizo un viaje a Tánger (Marruecos) desde Madrid (España) con una carta traducida al árabe que decía: “Busco a un hombre para casarme y darle mis papeles de ciudadana europea. Estoy dispuesta a convertirme al Islam. Quien se case conmigo podría venir a mi casa en Madrid; tendrá comida, un lugar cálido y una habitación propia. Aprenderé a cocinar tajine, hummus para servirle de lunes a lunes sus platos preferidos. Pero, a cambio de todo esto, tendrá que fingir cada día estar enamorado, compartir una vida conmigo como si fuera un hombre feliz”.
“La ficción nos encontró” suelta la bailarina. Viajó a África con Flor, una amiga que la acompañó a pegar la carta-aviso en varias paredes y que le hizo las fotos al proyecto artístico, un archivo de imágenes en que aparece el instante en que conoció al vendedor ambulante de dulces, Ayoub. “Un amor fast food”, rebajado a 5 dírhams (poco más de un dólar, poco más de cinco mil pesos argentinos), en una servilleta vieja, arrugada.
El intérprete de Ayoub tiene 25 años. Su nombre es Ibrahim Ibnou Goush. Es un marroquí que interpreta a un árabe cuarentón y que conoció al personaje real, que inspiró a Marina Otero y que ahora vive en Tánger.
‘Ayoub’ cerró la Temporada Escénica de la FTNS
“¿Querían show? Acá tienen un show cutre, proletario y pobre como corazón de sudaca”, ironizaba Marina Otero en su nueva obra, presentada en el Teatro Nacional Sucre.
La canción Despacito, de Daddy Yankee y Luis Fonsi, se confronta al recuerdo del cuento de Abdalah de Tierra y Abdalah del mar, narrado por Scheherezade en Las mil y una noches, para demostrar que el amor es una forma de colonización. De esa forma, con ese último baile, Marina introduce a Ayoub en escena en una proyección de su futuro en Europa.
La interpelación metatextual irrumpe en escena y sitúa al personaje interpretado por Ibrahim Ibnou Goush como protagonista. Cuestiona a la dramaturgia y a la directora, sentada en una tercera esquina del escenario, como espectadora que ve derrumbarse su idea del amor y del arte.

Cuatro retornos a Marruecos, los trámites de visado europeo para Ayoub, dos traductores de Gaza (Eileen, una niña de 14 años y un poeta, Muhammad, de 19) la inspiraron a responder por escrito, en su diario, a la pregunta ¿qué hace una artista mientras sucede un genocidio?
Las imágenes que evoca son fuertes. Se vuelven contra la obra propia, contra Occidente. Cuestionan al arte y a los artistas, al racismo. “Al otro día, todavía de madrugada, supe por un mensaje que mi amigo Muhammad había sido asesinado por Israel mientras buscaba un saco de harina”.
Es una exposición de lo privado, en árabe, en un español que no alcanza, y de lo privado hacia lo político que deja latente otra pregunta en el espectador: ¿tan poco sabemos del mundo que no nos pertenece que tenemos que atraerlo con algún polvo mágico para, al final, aniquilarlo?
Y otras: ¿la pareja exótica de una artista puede componer la hipócrita y condecorada ‘Memoria histórica’ del futuro'?
Es sobre ese margen que pisan los pies de la nueva obra de Marina Otero. En la ocupación de un cuerpo otro para colonizarlo. En la mirada que, con buenas intenciones, apunta hacia el otro-terrorista, el otro-víctima.
Una ventana a la creación escénica
El encuentro teatral internacional Fiesta Escénica de Quito (FIEQ) 2025 reunió a 10.684 espectadores. Las piezas seleccionadas para el encuentro se centraron en el biodrama, técnica que trabaja con archivos personales, políticos y familiares, para luego saltar a escena. Piezas como ‘Imprenteros’ y ‘Testosterona’ fueron parte de la agenda.
En noviembre, la temporada escénica cerró sus puertas con obras de los dramaturgos Alberto Conejero, Rafael Spregelburd, Andrea Garrote y Marina Otero. Ya se alista la programación para la Fiesta Escénica 2026, que se hará en mayo del próximo año.
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