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Los límites del sacrificio en el amor: el precio de querer demasiado

Amar implica entrega, pero también medida. Saber hasta dónde dar es clave para que el amor no se vuelva dependencia

El amor, para la psicología, es un fenómeno complejo, muy diferente al sentimiento plácido y funcional que encontramos en el romance. Cuando alguien admite sentir odio, se lo estigmatiza: se recomienda que se analice, que indague en la causa de ello. Al enamorado, en cambio, o a todo quien profesa un amor superlativo, se le da crédito.

Nadie cuestiona el fervor en el amor que una madre siente por un hijo, un esposo por su esposa o un creyente por su dios. El sacrificio que ellos portan, como signo de la bondad de su sentimiento, se respeta y se celebra. Sin saberlo, somos una cultura que idealiza el amor en detrimento de otros sentimientos igual de importantes, que deben conservar su plaza incluso cuando aquel aparezca.

Depende de cada uno procurarse su libertad y cuidar su dignidad, pero lo cierto es que nadie es completamente libre ni independiente. Estamos constantemente en deuda los unos con los otros. No obstante, cuando aparece el amor, la interdependencia puede volverse una dependencia total: la madre coloca en su hijo toda la razón de su vida, el esposo en su amada y el creyente en su dios.

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Cuando la entrega se convierte en exigencia

En este sacrificio irrestricto que se ofrece hay una demanda velada que no se admite con facilidad: amar es, a la vez, pedir ser amado. Cuando amamos de manera tan definitiva, introducimos una exigencia en el otro que, en caso de aceptar, lo privaría de la energía para velar por su libertad y su dignidad.

Nada más lejos de criticar el sacrificio como fuerza que alimenta el amor. Simplemente recordar su otra fuente de energía, más egoísta, para poder ser más consecuentes con lo que se ofrece y se espera en el amor. No hay, de todas formas, una manera limpia de lograr esto: amar siempre será una mezcla de motivos altruistas y egoístas.

No hay pedagogía para amar, pero, como postura ética, y precisamente en nombre del amor mismo que se profesa, es justo establecer los límites de lo que se da. Solo así, cuando sintamos la placidez anhelada, podremos tener la tranquilidad de que el alivio no viene de habernos quitado la angustia de no sentirnos amados, sino de haber considerado la libertad y la dignidad del otro, y haber evitado que el amor se transforme en una exigencia o una elección aplastante para la persona ama

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