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Quito resiente la falta de un proyecto en el que participen sus élites.EXPRESO

El síndrome de la chiva carcome a Quito | Por Roberto Aguilar

Análisis | Crisis de liderazgos que mantiene a la capital sumida en la abulia tiene una explicación: traición de las élites

Terminadas hace dos semanas las fiestas de Quito y en vísperas de las celebraciones de fin de año, todavía quedan chivas con música a todo volumen, cargadas de gente que baila y toma canelazo mientras pasea por calles cuya máxima actividad social y cultural consiste en el embotellamiento.

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Calles que pasan del bullicio de las bocinas en la hora pico a la oscura soledad del abandono ni bien se cierra la noche. Por ahí van las chivas de diciembre, probablemente el último símbolo de la quiteñidad que no despierta la resistencia de alguien, el celo identitario de alguien, la objeción política de alguien… Porque todos los demás símbolos quiteños ya fueron enterrados por esta ciudad empeñada en no convivir consigo misma. Las chivas son el único valor indiscutible que ha sobrevivido a la ira colectiva. 

Y, bien vistas, nada podría representar mejor que ellas el espíritu de esta ciudad en proceso de vaciarse y echarse al abandono, esta ciudad tan falta de carácter, tan huérfana de élites, tan dispuesta al autoengaño que hasta se traga la babosada aquella de “la ciudad más bonita del mundo” que se inventó su alcalde. “La ciudad más bonita del mundo”: hay que tener el cerebro completamente vacío de ideas sobre la ciudad que se dirige para recurrir a la farsa de semejante frase tan hueca.

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Chivas y la devaluación de los consumos culturales

Como ocurre con Quito, también las chivas han sido víctimas de la devaluación de los consumos culturales, ese proceso universal que parece conducir a la sociedad entera hacia la inevitable pacotilla. Lo que antes era un sólido bus adaptado para la fiesta, hoy es el dudoso cabezal de un camión chino al que se adapta un precario remedo de contenedor, inestable caja de fierros, chapuza improvisada con permisos municipales que ya produjo varios sustos y más de un herido.

En esas latas de sardinas recorren los quiteños su ciudad de cabo a rabo sin comprometerse con ella. La fiesta, ambulante y con estricto derecho de admisión, atraviesa calles y barrios vacíos, espacios públicos abandonados por los que ninguna de esas personas que tanto parecen disfrutar del recorrido se atrevería a caminar sola ni en grupo. O más que no atreverse (que también), no encuentra razón alguna para hacerlo.

 Así, en lugar de festejar a Quito volcándose a las calles, ocupando el espacio público, reconociéndose en él y compartiéndolo (como ocurría en las fiestas de hace años), los quiteños eligen el aislamiento y la seguridad de una chiva y el abandono de todo aquello que de ritual colectivo tienen las fiestas. 

"En Quito, en cambio, no hay espíritu que permanezca ni lugar que no se abandone".Roberto Aguilar

Por eso las chivas no solamente encarnan el modelo de diversión ideal de los quiteños sino el alma misma de una ciudad en fuga.Poco a poco la capital va llenándose de aquello que los urbanistas llaman “no lugares”. La avenida 10 de Agosto, el eje vial más importante de la ciudad desde tiempos inmemoriales (Qhapaq Ñan, Camino Real, Camino de los Andes), eje del desarrollo y el crecimiento urbano de Quito, hoy es una grasienta colección de ruinas arquitectónicas que enfrentan el vaciamiento comercial, el despoblamiento, la inseguridad, la ausencia total de vida urbana, la desarborización agresiva y la decadencia estética. En la 6 de Diciembre, con sus antiguas villas patrimoniales abandonadas, ha empezado a repetirse idéntico proceso. Por supuesto, ninguna de esas avenidas invita a caminar: sus veredas son intransitables, y además: ¿para qué?

La degradación de La Mariscal

La Mariscal, que pasó de ser el barrio residencial más chic de la ciudad en los inicios de su expansión geográfica a epicentro de una vida nocturna vibrante y multitudinaria, hoy es territorio de yonquis y chupaderos de mala muerte. Y la pista de aterrizaje del antiguo aeropuerto Mariscal Sucre, donde debía levantarse un parque, ¡continúa siendo una pista de aterrizaje a la que llaman parque!

Quito está tejida de abandonos. 

Chivas
Las chivas durante las últimas Fiestas de Quito en la capital.EXPRESO

La avenida Corrientes, en Buenos Aires, seguramente ha vivido días mejores, pero resultaría inverosímil que los porteños decidieran abandonarla, llevarse los teatros y las librerías para otro lado, reemplazar los cafés por tiendas de chucherías chinas y dejarla tugurizar hasta tal extremo que a nadie se le ocurra caminar por ahí a las 9 de la noche. Corrientes conserva su espíritu, que es parte fundamental del espíritu y la identidad de Buenos Aires. En Quito, en cambio, no hay espíritu que permanezca ni lugar que no se abandone. Lo que ayer era el centro de la actividad social y la movida, hoy es territorio comanche. Significa que no hay espacio capaz de convocar a los quiteños y ayudarlos a encontrarse, decirles quiénes son.

Las élites de espaldas a Quito

¿Qué clase de ciudad reniega de sí misma, en constante fuga hacia adelante; desatiende y olvida sus lugares de referencia hasta tugurizarlos; abandona el espacio público y boicotea, así, toda posibilidad de reconocimiento mutuo de sus habitantes, todo intento de construcción de proyectos comunes y de identidades compartidas? Sólo puede ser una cuyas élites (culturales, intelectuales, académicas, económicas…) han decidido darle las espaldas, desentenderse de lo público y desistir de proponer a la sociedad un proyecto de vida compartida, que es básicamente aquello para lo que sirven. El gran problema de Quito es que sus élites no son élites.

La capital lleva años lamentando la crisis de liderazgo político que la mantiene condenada a vivir bajo el gobierno de una sucesión de pésimos alcaldes, figuras mediocres sin claridad de ideas ni proyecto de ciudad. Y, por supuesto, resignada a desempeñar un papel de segundo orden en la vida política del país, a pesar de ser la capital de la República. ¿Qué figura de importancia con proyección nacional ha producido Quito en los últimos diez años, en los últimos veinte? ¿Quién con perfil presidenciable?

Nadie, por supuesto, porque ningún liderazgo político es posible ahí donde las élites renuncian a cumplir con su función social, abandonan todo interés por lo público y contemplan indolentes el vaciamiento físico y simbólico de su ciudad.

Las élites quiteñas son responsables de vaciamientos vergonzosos. Que la Casa de la Cultura Ecuatoriana, por ejemplo, un hito arquitectónico en el centro de la ciudad, haya sido abandonada a su suerte y hoy se encuentre en manos de los seguidores de Leonidas Iza, la gente que está dispuesta a prender a la ciudad en llamas, es un síntoma de ese desinterés de las élites culturales que no tiene perdón y no tiene remedio.

María Fernanda Solíz, catedrática de la Universidad Andina e integrante de Alianza Basura Cero.

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Una capital sin su diario

Además, Quito es, probablemente, la única capital del continente que no tiene un diario propio. A su último periódico lo dejó morir hace años y no se preocupó por reemplazarlo. ¿Qué clase de capital es esta? ¿Qué posibilidad de formar nuevos liderazgos políticos puede haber en una ciudad cuyas élites ni siquiera sienten la necesidad de contar con un medio de comunicación comprometido con la causa de la democracia y dispuesto a darle voz a un proyecto de ciudad? Hoy, el diario de referencia de la capital de la República tiene su sede principal en Guayaquil: EXPRESO.

La ciudad se vacía físicamente (su espacio público es abandonado) pero también simbólica y conceptualmente: se vacían sus referentes culturales, su vida social, su expresión política, su propia voz… Quito se pierde en la nada. Y sus élites, en Cumbayá, encerradas en urbanizaciones más o menos lujosas, acordonadas por muros, cercas eléctricas y garitas. Lo que alguna vez fue una parroquia rural del cantón Quito hoy es un barrio dividido en recintos amurallados en el que todo se resuelve en vehículo particular, de modo que no es necesario desarrollar aquella infraestructura básica exigible en el espacio público de los países civilizados: veredas, por ejemplo. 

A esa aberración urbana se ha tenido la fatua y peregrina idea de bautizar como “Cumbayork”, como si el principal atributo de una gran ciudad, que es lo que se pretende, residiera en el ingreso promedio de sus habitantes y no en la habitabilidad de un espacio público transitable, abierto, compartido. 

Sobre la relación entre Quito y Cumbayá, que es Quito pero muchos parecen no haberlo notado (y algunos que lo han notado quieren que deje de serlo), hay unos datos muy reveladores que difundió, en estas fechas, el arquitecto y urbanista Fernando Carrión. Son los datos del desequilibrado y desequilibrante crecimiento urbano. Ocurre que la ciudad original, la zona alta, esa tripa larga y angosta que se extiende de sur a norte a los pies del macizo del Pichincha (aquello que acostumbramos a llamar Quito a secas) experimenta un escuálido crecimiento anual del 0,8 por ciento, suficiente para explicar el vaciamiento de zonas enteras y la multiplicación de “no lugares”. 

El valle de los Chillos, en cambio, crece al 4 por ciento. El valle de Tumbaco y Cumbayá, 6 por ciento. Estas cifras abren un universo de posibilidades de análisis y, sobre todo, dos alternativas de desarrollo político: o Cumbayá se independiza de Quito, se cantoniza, y Quito se termina de vaciar y hundir, o los quiteños de Quito y Cumbayá cambian el chip con el que entienden los problemas de la ciudad (el chip de concebir a Quito como una ciudad larga y angosta, por ejemplo, cuando en realidad es una enorme mancha que se expande desde el Pichincha hasta los valles). 

Para eso, claro, se necesita una élite comprometida con un proyecto capaz de sorprender a los quiteños, seducirlos y enamorarlos. Un golpe de timón que sacuda a la ciudad y la saque del marasmo en que se encuentra; que sacuda a los quiteños y los saque de las chivas a las calles; que extirpe para siempre del discurso político babosadas del tipo “somos la ciudad más bonita del mundo”. ¿Hay en la capital élites para tanto?

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