
Jóvenes artistas de Guayaquil crean arte como resistencia en medio del caos
Artistas que revaloran y sueñan con una cultura como forma de resistencia y esperanza
En las calles vibrantes de Guayaquil, donde el calor se mezcla con el bullicio de la vida cotidiana, una nueva generación de jóvenes está reescribiendo la narrativa de la ciudad. No lo hacen desde los grandes salones del poder ni desde los titulares de los periódicos, sino desde murales que hablan, de las fotografías que muestran los sueños y desde las melodías.
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Sus voces emergen desde barrios populares, universidades, colectivos independientes y redes sociales. Hablan de inclusión, de memoria, de identidad. Denuncian la desigualdad, pero también celebran la diversidad. En sus obras y acciones hay una intención por transformar lo que les rodea: convertir el abandono en oportunidad, el olvido en arte, la indiferencia en comunidad.
Los retos son muchos: falta de espacios culturales, precariedad laboral, escasa inversión pública en arte joven. Pero también hay sueños que se aferran con fuerza: una ciudad más segura, más justa, más creativa. Guayaquil, vista desde sus ojos, no es solo una ciudad simple. Es también resistencia, color, ritmo y palabra.
Esa es la perspectiva y el empuje de Doménica Alcívar, bailarina de 23 años, quien hace poco culminó sus estudios y ahora se organiza con compañeros colegas para crear espacios artísticos y mayor exposición en la ciudad. Por otro lado, Valeria, de 22 años, organiza talleres de poesía urbana para niños. Dice que escribir fue su forma de sobrevivir a la violencia doméstica, y ahora quiere que otros encuentren en las palabras un refugio.

Enseño clásicos literarios sin olvidar los valores
En medio del bullicio de la ciudad, entre el calor y el murmullo de los colectivos culturales que florecen en los barrios, Carlos Cordovez camina con una idea clara: Guayaquil necesita respirar cultura. Y los jóvenes están listos para darle ese aire fresco.
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Gestor cultural y apasionado del cine, Cordovez ha dedicado los últimos años a enseñar historia del séptimo arte en distintos espacios de la urbe porteña. Pero su trabajo va más allá de las aulas. “La cultura es una forma de resistencia, de identidad, de futuro”, dice con convicción.
“Guayaquil no puede seguir siendo vista solo como una ciudad de crímenes. También es una ciudad de arte, de creatividad, de jóvenes que quieren cambiar las cosas”. Cordovez habla con entusiasmo de los jóvenes que nacieron o crecieron en Guayaquil. “Tienen ideas, tienen hambre de transformación. Muchos se organizan de forma independiente o en colectivos, desde el arte urbano, la música, el teatro o el cine. No esperan que el sistema los reconozca, ellos crean sus propios espacios”.
Desde su trinchera, el cine, ha impulsado talleres y charlas sobre historia cinematográfica, clásicos literarios adaptados a la pantalla y la evolución del lenguaje audiovisual sin dejar los valores. “Es fundamental que los jóvenes conozcan de dónde viene el cine que consumen hoy. Si no sabes lo que hubo antes, ¿cómo puedes valorar lo que ves ahora?”, reflexiona.

En Guayaquil, la danza también es un acto de resistencia
En una ciudad marcada por la violencia, la danza se convierte en un acto de resistencia. Así lo vive y lo expresa Doménica Alcívar, bailarina y artista independiente, quien desde los escenarios —formales o improvisados— transforma el miedo en movimiento y el caos en creación. “Cuando me preguntan cómo veo a Guayaquil desde mi generación, es inevitable pensar en la violencia que vivimos”, dice con honestidad.
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Carlos Cordovez
Pero no se queda ahí. “De esa misma violencia también nace un poder artístico. Muchos artistas escénicos, bailarines, actores, nos inspiramos en esa realidad para crear obras que no solo entretienen, sino que también denuncian, reflexionan y movilizan”.
Para Alcívar, la danza no es solo una expresión estética, sino un lenguaje político. “Las obras que presentamos no son solo espectáculos. Son dispositivos móviles que transportan ideas, que comunican lo que muchas veces no se dice en voz alta. Hay un acto de resistencia en cada coreografía, en cada puesta en escena”.
Doménica no trabaja sola. Forma parte de redes, colectivos y espacios independientes que se organizan para sostener la creación artística en medio de la precariedad. Desde su experiencia, emprender en el arte es también una forma de mejorar la ciudad. “Cada proyecto que nace desde la danza, desde el cuerpo, es una forma de decir: aquí estamos, es Guayaquil”.

Guayaquil también se transforma desde el arte
En una ciudad donde la desigualdad y la incertidumbre parecen marcar el pulso cotidiano, Kimberly Yagual, artista visual e independiente, apuesta por otra narrativa: una que se construye desde la creación, la reflexión y la resistencia estética. “Guayaquil es una ciudad compleja”, dice con serenidad.
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“Heredamos sus aciertos, pero también sus desaciertos. Y entre ellos, la falta de espacios para el arte”. Kimberly habla desde la experiencia de quien ha intentado exponer, crear y dialogar con una ciudad que muchas veces no escucha.
“Hay temáticas que no entran en los museos, o que se dejan de lado según los intereses del momento. No hay una apertura real para todas las voces visuales que están emergiendo”. A pesar de las limitaciones, Yagual no se detiene.
Como muchos jóvenes artistas que nacieron o crecieron en Guayaquil, cree en la posibilidad de transformar la ciudad desde su práctica. “Lo bueno es que podemos modelar esta situación. Podemos cambiarla. Pero necesitamos más convocatorias, más presupuesto, más voluntad política para que el arte no sea solo un adorno, sino una herramienta de cambio”.
No forma parte de un colectivo formal, pero se reconoce como parte de una comunidad creativa que se sostiene entre redes informales, colaboraciones y mucha autogestión. “Nos organizamos como podemos. Lo importante es no dejar de crear”

Los Guayaquileños emprenden a pesar de los obstáculos
En una ciudad donde la institucionalidad cultural parece más una barrera que un puente, Yuliana Ortiz, escritora y voz potente de la nueva generación guayaquileña, encuentra inspiración en la resistencia cotidiana de quienes crean sin permiso. “Lo que más admiro de Guayaquil es que sus artistas no están esperando que las instituciones les den luz verde. Hacen, gestionan, producen… a pesar de las imposibilidades”, dice con firmeza.
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Doménica Alcívar
Yuliana habla desde la experiencia de quien ha visto cómo el arte en Guayaquil florece en los márgenes, en los patios, en las esquinas, en los espacios autogestionados. “Los artistas de esta ciudad han hecho muchísimo sin apoyo institucional. Y eso, aunque admirable, también es una deuda pendiente del Estado y de las autoridades locales”.
Para Ortiz, Guayaquil es una ciudad profundamente inspiradora, no por sus facilidades, sino por su gente. “Aquí se hacen obras, eventos, encuentros culturales sin respaldo, sin presupuesto, sin permisos. Y aun así, se hacen. Eso habla de una fuerza creativa que no se rinde”.
En su mirada, el guayaquileño y la guayaquileña son emprendedores en el sentido más noble de la palabra: personas que luchan por sus sueños, que no se detienen ante la falta de recursos, que creen en el poder de la palabra, del cuerpo, de la imagen. Yuliana sueña con una Guayaquil de oportunidades.
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