Coro de la UG
El Coro de Niños de la Universidad de Guayaquil cumple tres décadas como un espacio de formación humana y artísticaGabriel Cornejo

Treinta años del coro infantil que marcó generaciones en la Universidad de Guayaquil

La historia del coro revela un legado de maestras y directores que trabajaron por vocación sosteniendo el proyecto

Desde 1995, el Coro de Niños de la Universidad de Guayaquil se ha convertido en uno de los proyectos artísticos formativos más duraderos de la ciudad y un referente de educación musical comunitaria. Lo que comenzó como una iniciativa universitaria para acercar el arte a la niñez terminó convirtiéndose en un espacio de transformación personal, disciplina y sensibilidad que ha acompañado a varias generaciones durante tres décadas. A lo largo de su historia, el coro ha sobrevivido a cambios institucionales, crisis culturales y desafíos logísticos, pero ha mantenido una esencia que lo distingue: formar seres humanos a través de la música.

Ese espíritu sigue vivo bajo la dirección de Francisco Aguilera, quien resume la complejidad del trabajo artístico en una sola idea: “Dirigir un coro de niños representa una responsabilidad profunda: moldear no solo voces, sino personas”. Para él, la formación vocal infantil se ha transformado enormemente en estos años: ya no se trata de métodos rígidos, sino de una pedagogía que respeta la fisiología vocal en desarrollo, acompaña los ritmos individuales y reconoce que cantar es, ante todo, un acto emocional. “Lo más gratificante es ver cómo la música transforma vidas, enseñando trabajo en equipo, perseverancia y la alegría de crear belleza colectiva”, señala.

Desafíos y recompensas que marcan vidas enteras

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Aguilera reconoce que la motivación constante es uno de los retos más complejos, sobre todo cuando los niños y adolescentes viven cargas académicas, diferencias de ritmo y realidades familiares diversas. “Los mayores desafíos incluyen mantener la motivación, adaptar la enseñanza a diferentes ritmos y lograr que las familias se comprometan con el proceso”, explica. Pero también afirma que las mayores recompensas aparecen cuando ve a los niños crecer y, años después, regresar como adultos para agradecer lo que aprendieron. “Las satisfacciones más profundas llegan al presenciar transformaciones personales: niños tímidos que florecen en el escenario, el orgullo tras dominar una pieza difícil, la seguridad que les acompaña toda la vida”.

Esa influencia perdura incluso en quienes nunca siguieron una carrera musical. Muchos exintegrantes, ahora profesionales en distintas áreas, aseguran que el coro fue un punto de inflexión en sus vidas. “Les brindó disciplina, confianza y sensibilidad que aplicaron en sus carreras profesionales, sin importar si siguieron la música o no”, expresa Aguilera. Para ellos, volver al coro es reencontrarse con una etapa formativa que les enseñó excelencia, responsabilidad y el valor del trabajo colectivo.

Maritza Echeverría: treinta años sosteniendo el corazón del coro

Pero la historia de este coro no puede contarse sin sus figuras más constantes. Maritza Echeverría, cumplió 30 años, siempre ad honorem. Ella fue parte del origen mismo del proyecto: “El coro se inició en 1995 gracias al maestro Enrique Gil (Kily). Una vez me dijo: ‘Voy a hacer un coro de niños, ayúdame consiguiendo niños’. Llevé a mi hija Luli y unas amiguitas… y así fue mi ingreso. En la primera reunión me dejó al frente del coro, y gracias a él me inicié en esta maravillosa labor”.

Coro de la UG
Giras internacionales, presentaciones históricas y anécdotas inolvidables forman parte del camino que convirtió al coro en un símbolo de identidadGabriel Cornejo

Desde entonces, Maritza se convirtió en el pilar silencioso que sostenía ensayos, audiciones, uniformes, viajes, emergencias, permisos y la compleja logística de trabajar con niños. “Recibir a cada niño con sus miedos por la audición, darles confianza y hacerlos sentir parte de algo tan importante… eso me llenó de energía todas estas décadas”, recuerda. Su compromiso llegó al punto de asumir una responsabilidad enorme: “Cuando viajábamos al exterior, los niños salían del país bajo mi nombre. Ese compromiso era muy grande”.

Los viajes, tanto nacionales como internacionales, forman parte esencial de la memoria colectiva del coro. Maritza recuerda su primera experiencia en el exterior: “En 1998 viajamos a Popayán, Colombia. Fue un viaje lleno de aventuras y aprendizaje”. Luego vinieron giras en Trujillo, Perú, donde enfrentaron emergencias médicas, diferencias alimenticias y largas jornadas que exigieron adaptación y temple. También vivieron momentos de orgullo nacional: cantar en Cuenca, Quito y Guayaquil en honor al sobreviviente de la tragedia de los Andes; o participar en la inauguración de la Asamblea Constituyente en Montecristi en 2007. “Enumerarte nuestros viajes es imposible. Son tantos, y cada uno nos marcó en nuestra etapa de vida coral”, afirma.

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Una vida llena de anécdotas que cuentan la otra cara del arte

Maritza recuerda con humor y nostalgia episodios que hoy parecen de película: niños escapándose de las habitaciones durante las giras; otros que se negaban a comer por la comida muy picante; emergencias que la obligaban a convertirse en madre, enfermera y productora al mismo tiempo; o presentaciones en condiciones inesperadas, como aquella vez en Machala donde los alojaron en un recinto militar. “Tuve que decirles que ahí no iban a dormir mis niños. Nos reubicaron en unas villas”, cuenta.

También atesora momentos de triunfo, como ganar un concurso de coros organizado por el Conservatorio Franz Liszt de Quito. Les tocaría cantar al día siguiente por el Día de la Madre, y dedicaron ese triunfo a ellas. “Son muchas anécdotas, para hacer una historia completa”, asegura.

Para Maritza, ese cariño es su motivación más grande. “Soy gestora cultural y hasta que Dios me lo permita seguiré haciendo lo que me ha apasionado por tantos años”, afirma. Aunque no pertenece formalmente a la Universidad, continúa trabajando por amor al arte: con el coro infantil y también con un coro independiente formado por exintegrantes que siguen cantando juntos.

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