A la izquierda, Tamir, hijo de Tamara, quien ha enfrentado múltiples enfermedades graves; a la derecha, Adriana y su hijo Santiago, hija y nieto de Patricia, marcados por el dolor de la violencia femicida.
A la izquierda, Tamir, hijo de Tamara, quien ha enfrentado múltiples enfermedades graves; a la derecha, Adriana y su hijo Santiago, hija y nieto de Patricia, marcados por el dolor de la violencia femicida.Miguel Rodríguez

Madres ecuatorianas que inspiran: historias reales que conmueven

Patricia y Tamara enfrentan dolores distintos, pero comparten algo en común: su amor inquebrantable como madres

El Día de la Madre siempre es una fecha de celebración, de abrazos y sonrisas, un día en que muchas familias se reúnen para honrar a las mujeres que les dieron la vida. Pero para Patricia Bermúdez, madre de Adriana Camacho Bermúdez y abuela de Santiago, este día se convierte en un recordatorio de un dolor profundo, el de la ausencia de su hija y su nieto, víctimas de un femicidio ocurrido en febrero de 2020.

Aunque han pasado cinco años desde aquel trágico suceso, el dolor sigue presente en su vida, especialmente en fechas como esta, que exigen una reflexión más allá de las celebraciones. Sin embargo, Patricia ha encontrado una manera de afrontar este dolor: la lucha por la justicia.

Un Día de la Madre con el corazón dividido

La pregunta sobre cómo enfrenta Patricia un Día de la Madre sin su hija ni su nieto nos lleva a una respuesta cargada de dolor, pero también de resiliencia. La voz de Patricia, tranquila pero firme, revela una madre que ha aprendido a sobrellevar la ausencia con la esperanza de que la justicia, aunque lenta y llena de obstáculos, al fin ha dado algunos pasos hacia la reparación.

“Siempre es duro… No voy a mentir. Gracias a que el asesino está preso, hemos recibido justicia, hemos ganado dos instancias, y aunque nos falta una, eso nos da algo de paz. No la paz completa, pero sí un respiro”, comparte Patricia. No es fácil encontrar consuelo, pero el hecho de que el culpable de tan cruel crimen esté en prisión le da un respiro a su alma. La justicia, aunque incompleta, le ha permitido empezar a sanar.

Sin embargo, la herida sigue abierta. Como ella misma dice, hay momentos donde el dolor se hace presente con una intensidad inesperada. “En cualquier momento del año, no solo en el Día de la Madre, algo me recuerda a ellos, a mi hija, a mi nieto, y ahí me quiebro. Eso no significa que no haya superado el duelo. Es solo que uno los recuerda con tristeza, y esa tristeza también es parte del proceso", confiesa Patricia.

Un instante de felicidad entre Adriana y Santiago, madre e hijo unidos por un lazo profundo que ni la tragedia ha podido borrar.
Un instante de felicidad entre Adriana y Santiago, madre e hijo unidos por un lazo profundo que ni la tragedia ha podido borrar.CORTESÍA

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El trauma que dejó la partida de Adriana y Santiago

La historia de Adriana, comunicadora social de espíritu jovial, talentosa y muy cercana a su madre, es una que conmueve. Patricia la recuerda como una hija amorosa, que siempre pensaba en los demás, y que incluso en fechas como el Día de la Madre se encargaba de hacerle regalos. “Adriana siempre estaba pendiente de todo, me hacía arreglos florales, tarjetas. Era muy detallista. Tenía un talento increíble para el diseño, aunque no era diseñadora gráfica. Ella siempre me sorprendía con sus creaciones”, recuerda Patricia entre sonrisas.

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Pero el recuerdo de su hija no solo está marcado por el amor, sino por el dolor de su pérdida. “Ella era una madre extraordinaria. Se preocupaba mucho por su hijo, lo quería con todo su ser. Yo siempre la veía feliz, llena de vida, con planes y sueños para el futuro. Era una mujer fuerte, que no dejaba que nadie la humillara ni la maltratara”, relata Patricia. La vida de Adriana, truncada por un acto tan violento, deja en el corazón de su madre una huella imborrable.

El impacto del sistema de justicia y la lucha por la reparación

A lo largo de los años, Patricia ha experimentado de primera mano las deficiencias del sistema judicial ecuatoriano. Aunque Erick Ortega, quien era la pareja de Adriana, está preso y ha sido condenado en dos de tres instancias, la incertidumbre persiste. “La tercera instancia es la que él ha apelado a la Corte Nacional de Justicia. No podemos estar tranquilos hasta que se cumpla con la sentencia completa. Yo sé que muchos no tienen la misma suerte que yo, muchas madres no ven justicia, y eso me parte el alma”, afirma Patricia.

La justicia, aunque necesaria, no es suficiente para sanar el dolor de las víctimas. Patricia, junto a otras madres que han perdido a sus hijas de la misma manera, lucha por el reconocimiento de las víctimas secundarias de femicidio, aquellas que quedan atrás sin recibir, en la mayoría de los casos, el apoyo necesario del Estado. “El Estado ecuatoriano debe tomar en cuenta que las madres que sufrimos esta violencia también necesitamos apoyo. No es justo. Las familias quedan sin nada”, enfatiza.

Adriana Camacho y su pequeño hijo Santiago, en vida, compartiendo momentos de amor y ternura que hoy permanecen en la memoria.
Adriana Camacho y su pequeño hijo Santiago, en vida, compartiendo momentos de amor y ternura que hoy permanecen en la memoria.CORTESÍA
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El amor como motor de resiliencia

A pesar de las dificultades, Patricia se mantiene firme, impulsada por el amor que aún guarda por su hija y su nieto. “La resiliencia viene de la historia personal de cada uno. Yo tuve la suerte de haber crecido en una familia que me brindó amor y apoyo incondicional. Eso me ha dado la fuerza para seguir adelante”, afirma. El amor, ese que ella recibió en su infancia, es lo que la impulsa a no rendirse.

Hoy, Patricia guarda las cenizas de Adriana en un altar en su casa. Allí, todos los días, la recuerda. “A veces siento que ella está aquí conmigo, que su espíritu me acompaña. Yo no puedo quedarme en el dolor. Ella me enseñó a luchar, a ser valiente. Y lo hago por ella, por su hijo, por todas las madres que están pasando por lo mismo”, comenta con una expresión decidida en su rostro.

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Un mensaje para las madres que sufren en silencio

A través de sus palabras, Patricia no solo busca justicia para su hija y su nieto, sino también para todas las madres que han sufrido la misma pérdida. “A las demás madres les digo que no se sientan culpables. La culpa no es de ustedes. No dejen que les arrebaten la esperanza. Luchen por justicia. Que la justicia sea lo que equilibre el dolor”, concluye Patricia, con una mirada profunda y una voz que transmite la fuerza de quien no se rinde.

Este Día de la Madre, mientras muchos celebran, Patricia Bermúdez se enfrenta a la ausencia de su hija y su nieto, pero lo hace con la determinación de que sus voces, las de Adriana y Santiago, sean escuchadas y que su lucha por la justicia nunca termine. Porque, como ella misma lo dice, "si no tuviéramos justicia, no podríamos sanar".

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El otro lado del Día de la Madre: la historia de Tamara Andrade y su pequeño guerrero

Mientras muchas madres, como Patricia, enfrentan la ausencia de sus hijas víctimas de femicidio, otras viven otro tipo de dolor: el de ver a sus hijos luchar cada día por su vida. Es el caso de Tamara Andrade, una madre ecuatoriana que, con apenas 27 años, ha enfrentado una batalla constante por la salud de su pequeño hijo Tamir, de solo dos años, quien nació con una cardiopatía congénita y un solo riñón. Su historia no está marcada por la resignación, sino por el coraje silencioso de una mujer que no se rinde.

Tamara ha enfrentado, una tras otra, algunas de las batallas más duras que una madre puede vivir: luchar por la vida de su hijo. Habla con fortaleza, con esa entereza que solo se descubre en los momentos más difíciles. Pero a lo largo de la conversación, hay pausas. Silencios que pesan. A veces necesita detenerse, respirar hondo, porque revivir cada paso de la historia de su pequeño Tamir aún le remueve todo por dentro.

“Desde que nació no lo veía bien. A los dos meses ya había bajado mucho de peso y aunque los médicos me decían que todo estaba bien, mi instinto me decía lo contrario”, recuerda. Poco después, Tamir fue diagnosticado con bronconeumonía, y más tarde con una cardiopatía congénita severa (comunicación interventricular tipo 1) y agenesia renal, una condición en la que nació con un solo riñón.

A partir de ese momento, su vida cambió. Su hogar pasó a ser entre hospitales, consultas y unidades de cuidados intensivos. Tamara lo ha vivido todo: noches sin dormir en sillas, semanas sin comer bien, crisis de ansiedad y mucho, mucho miedo.

Cuando lo vi intubado en la UCI, con tubos y cables por todos lados, sentí que el mundo se me venía encima. Nunca había vivido algo así con mi hijo mayor. Y cuando empecé a pasar esto con el pequeño solo podía estar media hora con él y me partía el alma”, dice.

El pequeño Tamir, durante una de las tantas intervenciones médicas que ha enfrentado en su incansable lucha por aferrarse a la vida.
El pequeño Tamir, durante una de las tantas intervenciones médicas que ha enfrentado en su incansable lucha por aferrarse a la vida.Cortesía: Tamara Andrade

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Vivir entre hospitales, pero sin perder la esperanza

Tamara ha dormido semanas enteras entre hospitales de Guayaquil, Playas y Venezuela. Ha tenido que dejar a su hijo mayor, de 9 años, al cuidado de su hermana durante sus estancias hospitalarias con Tamir.

“Es muy duro tener que dividirse entre dos hijos. Uno enfermo y el otro que también me necesita. Me sentía sola, dormía en una silla, salía solo cuando Tamir dormía para bañarme rapidito y volver. Pero no podía dejarlo”, cuenta.

Su hijo ha sido internado por bronconeumonía, dengue, y otras complicaciones al menos seis veces. En un momento, Tamara sintió que no había salida. Pero nunca dejó de buscarla. Fue entonces cuando, gracias a una oportunidad que se le presentó en Venezuela, Tamir fue operado a corazón abierto en Caracas, tras haber sido aceptado en un programa especial para niños con cardiopatías.

“No lo podía creer. Aquí en Ecuador el proceso estaba tardando mucho. Había hecho todos los trámites, pero era muy lento. Cuando me llamaron de Venezuela no lo pensé más. Viajé con él y allá fue operado. Gracias a Dios, salió todo bien”..

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“A veces una se siente sola, aunque haya gente pendiente”

A lo largo de este proceso, Tamara ha tenido momentos muy duros. Aunque ha recibido apoyo, no siempre ha sido el que ella necesitaba. “Mi familia me ha ayudado mucho, sobre todo mi hermana, que tiene dos hijos y aun así cuida del mío. Pero a veces, a pesar de los mensajes, una se siente sola… Esa soledad que solo una madre entiende”, explica.

Sobre su pareja, el padre de Tamir, reconoce que ha estado presente, aunque no siempre al nivel que ella esperaba. “Estuvo en la operación, lo agradezco, pero ha sido difícil. Él trabaja, y yo entiendo, pero me ha tocado vivir muchas cosas sola. Allá en Venezuela entendió mejor lo que era pasar una noche sin dormir en un hospital”.

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Fe, oración y amor: la fórmula para no derrumbarse

¿Qué la ha sostenido? Su fe, responde sin dudar. “He orado mucho. Aunque no soy de ir siempre a la iglesia, en esos momentos sentía que solo Dios me daba fuerza. Pensar en mis dos hijos me levantaba cuando ya no podía más”.

Tamara encuentra en el canto una forma de desahogarse. Lo hacía incluso en la UCI, cuando veía a Tamir dormido, atado a tubos. “Yo no lloraba delante de él. Le cantaba, lo animaba, porque yo era su voz cuando él no podía hablar”.

Tamir, en la playa, disfruta un instante de paz mientras sigue luchando con valentía por mantenerse con vida.
Tamir, en la playa, disfruta un instante de paz mientras sigue luchando con valentía por mantenerse con vida.Cortesía: Tamara Andrade

Un Día de la Madre distinto

Tamara ha pasado Días de la Madre en hospitales, preocupada, sin su hijo mayor, con lágrimas escondidas y la incertidumbre a flor de piel. Este 2025 será distinto. Aunque Tamir aún necesita cuidados y vigilancia médica, hoy respira mejor.

“Este Día de la Madre quiero estar con mis dos hijos. Tal vez trabaje en la mañana, porque hay que seguir adelante, pero en la tarde pienso abrazarlos y disfrutar. Ellos son mi fortaleza”, dice.

Todavía hay miedo. “Él tiene un solo riñón. Aún está en seguimiento. Tiene un poco de retraso en el habla, pero estamos trabajando en eso. No puedo cantar victoria, pero estoy agradecida”.

Su mensaje a otras madres

Tamara no solo piensa en su historia. A lo largo de estos años, ha conocido a muchas madres como ella, incluso con historias que considera más difíciles. “A una señora le acaban de decir que su hija tiene leucemia. A otra, que su hija tiene dengue hemorrágico. Yo les digo: nunca pierdan la fe. No renieguen de Dios. A veces estas pruebas llegan para enseñarnos qué tan fuertes podemos ser”.

Y cuando se le pregunta cómo le gustaría ser recordada, no duda: “Como una mujer luchadora. Porque eso es lo que he sido y seguiré siendo por mis hijos.” Tamara Andrade nos recuerda que ser madre va más allá de dar vida: es cuidar, es pelear batallas invisibles, es sostenerse cuando todo parece derrumbarse. Y en Ecuador, como en tantos rincones del mundo, hay miles de madres que luchan en silencio, con amor, con fe, y con la esperanza de un mañana mejor.

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¿Cómo resistir al dolor cuando el Día de la Madre ya no es motivo de fiesta?

Está claro que este domingo en muchos hogares el Día de la Madre se llenará de flores, abrazos y almuerzos familiares, pero para otras mujeres, como las historias compartidas en este reportaje, esta fecha es sinónimo de resistencia. ¿Qué pasa cuando el hijo está en una sala de hospital o cuando la hija ya no está por culpa de la violencia feminicida? ¿Cómo se enfrenta el dolor sin perderse en él?

En conversación con Diario EXPRESO, la psicóloga clínica Nabila Bellio abre una puerta para mirar de frente una realidad que muchas veces se quiere evitar: madres que viven esta fecha desde la ausencia, el duelo y la lucha diaria por sobrevivir emocionalmente.

Cuando el Día de la Madre duele

Para las madres que han perdido a sus hijas por feminicidio, el Día de la Madre no es un festejo, sino un recordatorio brutal de la ausencia. “No es una pérdida cualquiera”, explica Bellio. “El feminicidio arranca de raíz no solo la vida de una mujer, sino el lugar que esa hija ocupaba en el corazón de su madre”. El dolor, además, se vuelve más difícil de cargar por la culpa impuesta, las preguntas sin respuesta y una sociedad que todavía señala más de lo que acompaña.

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En estos casos, el duelo viene con rabia, impotencia, miedo y mucha soledad. “Muchas madres sienten que deben esconder su tristeza porque las juzgan. Les dicen que por qué no denunciaron, que por qué su hija estaba con esa persona. Todo eso es violencia adicional”. Por eso, añade la psicóloga, es urgente que esas mujeres cuenten con redes de apoyo, espacios seguros donde puedan hablar, llorar, recordar y sanar.

La búsqueda de justicia, para muchas de ellas, se convierte en una forma de resistencia. Aunque desgastante, es también una manera de darle sentido a la pérdida. “La indignación puede ser una fuerza que las mantiene de pie. Pero necesitan compañía, no juicio”, insiste Bellio.

Madres que cuidan entre la esperanza y el agotamiento

En el otro extremo del dolor, pero también marcado por la incertidumbre, están las madres que cuidan a hijos con enfermedades graves. Dedicadas 24/7 al bienestar de sus pequeños, muchas de ellas se sienten culpables por necesitar un respiro. “A veces solo quieren salir a caminar o comer algo fuera del hospital, y sienten que están fallando como madres”, comenta Bellio. Pero no es así. “Cuidarse también es parte fundamental para poder cuidar de otros”.

Tener espacios para desconectarse un poco, compartir con otras madres en situaciones similares, pedir ayuda cuando ya no se puede más: todo eso es esencial. La psicóloga subraya que muchas veces el simple acto de conversar con otra madre en un pasillo de hospital puede marcar la diferencia. "Se genera un apoyo silencioso, pero poderoso, entre mujeres que entienden de primera mano lo que significa vivir con el corazón en vilo".

La esperanza, a veces, no es una certeza, sino una presencia

Cuando se trata de sostener la esperanza, Bellio es clara: no siempre se trata de pensar que todo va a salir bien. A veces, simplemente es estar. Estar con el hijo, tomarle la mano, acariciarlo en silencio. “La esperanza también es eso: no rendirse ante el dolor. Es seguir ahí, sin saber qué pasará, pero sin soltar ese lazo que une profundamente”.

En estas fechas, no todas las madres tienen motivos para celebrar. Pero muchas tienen razones para resistir. Para seguir apostando por la vida. Para seguir construyendo memoria y amor, incluso en medio del dolor.

Aunque el corazón esté roto, todavía late

La historia de estas mujeres, ecuatorianas valientes, nos recuerda que hay maternidades atravesadas por la pérdida, la lucha y el cansancio. Pero también por la dignidad, la ternura y la esperanza. Porque aunque no haya fiesta, sí hay fuerza. Porque aunque no haya abrazos, hay memoria. Y porque en medio de todo, estas madres siguen inspirando.

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