
Pelileo: la ciudad azul que viste al Ecuador
Pelileo, tierra de artesanos que levantó un emporio sin apoyo estatal. De aquí sale el 70% del jean para todo el Ecuador.
Pelileo despierta antes del amanecer. Desde las laderas que miran al imponente Tungurahua -ese volcán que alguna vez escupió ceniza, pero que también trajo visitantes curiosos- se escucha el zumbido de máquinas de coser que anuncian el inicio de otra jornada.
Aquí, donde la agricultura quedó atrás por los bajos precios, nació un oficio que transformó al cantón en una potencia económica: el jean.
Hace más de 45 años, los jóvenes dejaron de usar el “pantalón fino” y apareció la novedad del denim. El pionero fue César Paredes, fallecido hace pocas semanas, quien confeccionó los primeros jeans en Pelileo.
Luego siguieron Rodrigo Paredes, Homero Rodríguez, Rodrigo Sánchez, Milton Vallejo y Rómulo Morales, quienes consolidaron el oficio hasta convertirlo en identidad.
Pronto, los terrenos, patios y terrazas del cantón se llenaron de pantalones secándose al sol. “Todo Pelileo colgaba jeans”, recuerda Carlos Manjarrez, presidente del barrio El Tambo. “Así nació la Ciudad Azul”.

Talleres que son familia
En el barrio de Huasimpamba, vía a Huambaló, el taller de Segundo López es un ejemplo vivo de herencia artesanal. Se casó a los 20 años, pero desde niño ya dominaba la confección. Su esposa también aprendió entre telas y agujas. Pasaron por talleres ajenos hasta que decidieron independizarse.
Hoy trabajan en casa junto a sus tres hijas, quienes siguen la tradición familiar. Su marca, D’Tors Jean, produce pantalones para adultos y niños. Cada miércoles madrugan para preparar la mercadería que viaja hacia Durán, su principal mercado.
Los días de feria toda la familia coordina como un engranaje perfecto: cargan bultos, trasladan la carga al bus y parten a las 10:30 hacia Guayas para vender lo que confeccionaron con disciplina.

Una economía que viste al país entero
Cristina Garzón y Geovanny Amán llevan 18 años confeccionando vaquero. En su local Dubaga, que está en El Tambo, venden sus productos que cortan, diseñan y envían a maquilar a pequeños talleres.
Generan empleo directo para al menos cinco personas y producen cerca de mil pantalones al mes, con precios que van desde los 7 hasta los 40 dólares.
Cristina aprendió el oficio de su esposo, quien pertenece a la tercera generación de fabricantes de jean en Pelileo. “Es un orgullo ser parte de esta tierra trabajadora”, dice. Hoy sus prendas viajan a varias ciudades y las redes sociales son su nueva vitrina.

Pelileo tiene más de 2.000 talleres y microfábricas. Cada uno sostiene a unas 30 familias. El cálculo es simple y contundente: el jean es el motor económico del cantón.
Según Diego Medina, presidente de la Zona Comercial del Jean, en el país se producen 2 millones de prendas al mes, de las cuales el 70 % -más de un millón- sale de Pelileo.
Con precios entre 5 y 40 dólares, la ciudad genera una facturación que supera los 30 millones de dólares mensuales. El crecimiento ha sido tal que Pelileo ya no se abastece de mano de obra. Ahora talleres de Ambato, Patate, Quero, Píllaro y Cevallos trabajan para atender la demanda nacional.
Además, cientos de pelileños viajan cada semana a ferias en Durán, Guayaquil, Santo Domingo, Cuenca, Loja, Quito, Esmeraldas... llevando el denim azul a todo el Ecuador.
Pese al éxito, los artesanos comparten una misma queja: el Estado no ofrece apoyo real. No existen microcréditos accesibles, los requisitos para préstamos son interminables y todo lo que han logrado ha sido con recursos propios.
Aun así, Pelileo trabaja los 365 días del año. A pesar de la pandemia, de los paros indígenas y de cinco años de crisis textil, el sector vuelve a levantarse. “Aquí, quien dice que no hay trabajo es porque no quiere trabajar”, afirma Medina.
El sueño pendiente es la exportación. “Nuestro jean compite con Perú y Colombia. No tenemos nada que envidiarles”, agrega el dirigente.
Una ciudad que invita a quedarse
Pelileo es un mosaico cultural: el jean en Pelileo, los muebles en Huambaló, las sandalias en Benítez, los sombreros de Pamatug y la gastronomía local. El volcán, lejos de ser amenaza, ha sido testigo y aliado de esta transformación.
La Ciudad Azul es un territorio donde cada puntada sostiene un hogar, donde los talleres son escuelas y donde la resiliencia es tan fuerte como el denim que producen.
Para leer contenido de calidad sin restricciones, SUSCRÍBETE AQUÍ