
Correa se juega con Maduro el poco prestigio que le queda |Por Roberto Aguilar
Crónica| La entrevista del expresidente prófugo al tirano de Venezuela, Nicolás Maduro, parece un salto al vacío
Rafael Correa entrevistó a Nicolás Maduro en el canal de Putin. El resultado fue tan predecible que todo el programa pudo haber sido diseñado con inteligencia artificial: el tiranosaurio venezolano repitió sus mentiras habituales sobre la vocación democrática de su dictadura y el delincuente prófugo ecuatoriano traspasó inadvertidamente la sutil frontera que separa la alabanza de la zalamería.
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Un salto al vacío
De los dos, fue Correa el que salió perdiendo: su performance fue un salto al vacío sin retorno en el que no sólo quemó los últimos cartuchos de su ya escuálido prestigio internacional sino que, a las puertas de una convención nacional decisiva, arriesgó hasta extremos insostenibles el resquebrajado liderazgo que dice tener sobre su partido.
Se le ha criticado por su desconexión de la realidad ecuatoriana y está claro que, tras ocho años de ausencia, es incapaz comprender los sentimientos de un país que ha sido testigo de la diáspora más brutal de la historia de América Latina. Es obvio que los lambiscones que peregrinan a Bélgica para verlo no le cuentan todo.
Era predecible que toda la entrevista transcurriera de espaldas a la realidad. Que los casi nueve millones de venezolanos que abandonaron su país en la miseria, por ejemplo, no aparecieran por ningún lado, y que se hablara, en su lugar, de la recuperación económica de Venezuela como si se tratara de un milagro.
Pero que el tirano despachara la lista de recursos que hacen del suyo el país más rico de Sudamérica sin que hubiera espacio para captar la ironía pareció un síntoma de demencia: “La principal reserva de petróleo del mundo, incrementada ahora con los nuevos factores de recuperación; la cuarta reserva de gas; lo que pudiera ser la primera reserva de oro del planeta; 30 millones de hectáreas de tierra A1, cultivable; un acuífero gigantesco, el Orinoco, con agua potable para tirar al cielo; una posición geográfica envidiable…”. Todas estas maravillas, según Maduro (y Correa asiente con su mejor cara de resentimiento), explican los intereses intervencionistas del imperio, pero a ninguno de los dos parece llamarle la atención el hecho de que, teniendo tanto, Venezuela terminara en la miseria, expulsando a nueve millones de personas.
Correa y las ruedas de molino de Maduro
Es increíble la cantidad de ruedas de molino que se tragó Correa, fungiendo de periodista entrevistador, con la sonrisa en los labios, si por sonrisa se entiende el rictus de autosuficiencia que ya no se le borra de la cara. Las enormes patrañas, las mentiras, las falacias… Que “Venezuela es un país completamente libre del fenómeno del narcotráfico”, por ejemplo. Que “liberamos al país de las bandas delincuenciales”, como si no fuera público que las fomentan, y que “exterminamos -así dijo Maduro en un extremo de cinismo aplaudido por Correa- a ese grupo local, el Tren de Aragua”. ¡Grupo local! ¡Exterminado! Así dice el tirano de semejante banda transnacional que no ha hecho sino expandirse y crecer por todo el continente.

Peor aún: que “En Venezuela hay un clima político de convivencia, de tolerancia, de participación”. Y lo aseguró justo después de anunciar, como un logro de su gobierno, que la derecha fue extirpada, desapareció de Venezuela. Esa derecha “extremista”, “vendepatria”, “¡bucólica!”. ¿Puede haber algo peor que una derecha bucólica? Y Correa, super serio, lo escucha y asiente con cara de circunstancia: prueba de fuego del entrevistador lamesuelas.
“Venimos -continuó Maduro- de múltiples elecciones, todas se han desarrollado de manera bien, de avance”. Por lo menos pudo Correa preguntarle por María Corina Machado, por las pruebas de fraude electoral que ella exhibió a todo el mundo, aunque fuera para que el tirano despotricase a sus anchas. Pero no: ni se atrevió el expresidente prófugo a tocar el tema (cosa increíble en cualquier entrevista con Maduro), porque en el fondo ambos eran plenamente conscientes de que mienten a sabiendas.
“Yo como entrevistador -interviene Correa, que se reserva largos monólogos en los que pontifica las tesis aprendidas en lecturas juveniles del tipo ‘Las venas abiertas de América Latina’- tengo que mantener la objetividad. ¡Neutralidad, jamás! Nadie es neutral, todos tenemos nuestros afectos y desafectos, lo importante es no perder la objetividad. Pero en este caso permítame, jeje, con esa no neutralidad, dejar claro que siempre estaré con Venezuela, con su pueblo heroico, cuna de libertadores. Lo conozco mucho tiempo, presidente, me indignan estas cosas, me indigna la doble moral, el insulto de ofrecer una recompensa por un presidente latinoamericano cuando son otros presidentes los acusados hasta de agresiones sexuales y por decenas”. ¿Pensaron ambos en Evo Morales y guardaron silencio? ¿Sería capaz de someterse Rafael Correa al polígrafo y decir que no pensó en Evo Morales o pegarse un tiro?
Maduro, Correa y el Cártel de los Soles
La pregunta fundamental, aquella que justificaba toda la entrevista y, seguramente, el interés de RT en esta pantomima, se la reservó Correa para el final: “Presidente, ¿existe el cartel de Los Soles?”. Claro que Nicolás Maduro iba a responder que sí, faltaba más, porque el interés del entrevistador era auténtico y la respuesta no podía ser sino sincera: sí, el cartel de Los Soles existe y lo manejamos Diosdado, Padrino y yo. En su lugar, el dictador venezolano despachó la ficción más gruesa de toda la entrevista: “Existe -dijo- el cartel del Norte, que es clandestino”. Por la jeta. Estas cosas sólo pueden pasar en el canal de Putin, buque insignia de aquel ejército de medios de comunicación digital creados para difundir, en todo el mundo, información falsa con la que desestabilizar las democracias de occidente. En ese entramado, el expresidente prófugo es apenas una piecita intercambiable con un programita de entrevistas (él, tan poseído de su autoimportancia). Y el capítulo Maduro de la serie, una anécdota que podría ser risible, de no ser tan trágica.
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