Quito

La Pradera
Los ciudadanos que cuidan los vehículos aseguran que tienen identificados a quienes delinquen.Foto: Leonardo Velasco

La Pradera: comercio, diversión y su lucha contra la delincuencia

Hay recelo en los dueños de los bares al hablar de los delitos en la zona. Los propietarios han tomado medidas para frenar la inseguridad.

La voz de Marlon se quiebra mientras relata la angustiosa noche que vivió junto a su esposa, tras la desaparición de su hijo Jorge, de 19 años, en La Pradera. Una fiesta se transformó en pesadilla plagada de incertidumbre, dolor y un manto de dudas sobre la seguridad de ese sector del norte de Quito.

“Jorge salió con sus amigos de la universidad a una discoteca del sector hace algunas semanas”, recuerda el hombre. “Pensábamos que todo estaba bien, ya que manteníamos contacto con él y nos había dicho que regresaría a casa a las doce de la noche”.

Sin embargo, la tranquilidad se esfumó cuando la hora acordada llegó y Jorge no apareció. La preocupación se apoderó de Marlon y su esposa, quienes intentaron comunicarse con él sin éxito. La angustia crecía con cada minuto que pasaba.

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“Mi esposa decidió llamarlo por videollamada, y lo que encontramos nos heló la sangre”, relata Marlon con la voz entrecortada. “Jorge no podía hablar, su mirada estaba perdida y se encontraba en un estado de total desorientación”.

Desesperados por encontrar a su hijo, se dirigieron a la discoteca donde lo habían visto por última vez. La búsqueda de respuestas se vio obstaculizada por la negativa inicial del personal a entregar las grabaciones de las cámaras de seguridad. Solo la intervención de la Policía permitió acceder a las imágenes que podrían dar pistas sobre el paradero de Jorge.

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En las grabaciones, el padre de familia observa con horror cómo su hijo, después de intentar pagar la cuenta en la caja, es interceptado por un guardia de seguridad. Lo empuja en el pecho y lo lleva hacia una esquina afuera del alcance de la cámara del local.

Las horas se convirtieron en una agonía interminable mientras la incertidumbre crecía. La búsqueda se extendió por las calles de Quito, recorriendo La Carolina y cada rincón donde pudiera haber un rastro de Jorge.

Finalmente, cerca de las 06:00, el joven llegó a casa caminando. Estaba desorientado, sucio, vomitado y orinado. No recordaba nada después de salir de la discoteca, solo un breve momento de lucidez en la av. República del Salvador, donde residía su hermana.

La angustia se transformó en un torbellino de emociones al descubrir que el celular y la billetera de Jorge, con todos sus documentos, habían sido encontrados en la discoteca. El personal del local alegó que un cliente los había hallado en el baño y los entregó. Sin embargo, esa versión no convence a Marlon. “Es imposible que alguien encuentre algo así en el baño y lo devuelva”, argumenta con vehemencia. “Jorge me llamó desde la caja de la discoteca y las imágenes lo corroboran. Además, mi esposa y yo revisamos el baño y no encontramos nada”.

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Las dudas sobre la complicidad del establecimiento en el robo de las pertenencias de Jorge nublan la mente del hombre. La sospecha de que el personal “escoge” a sus víctimas para arrebatarles sus pertenencias añade un nuevo capítulo a la angustiosa experiencia de esta familia.

La respuesta de la comunidad

A pesar de los esfuerzos por mejorar la seguridad, la zona no está exenta de riesgos. Yuskary Díaz, administradora de un bar, afirma que la inseguridad se ha incrementado. “Hemos tenido que implementar medidas adicionales para proteger a nuestros empleados y clientes”, relata la mujer.

Felipe García, socio de otro bar de la zona, explica que han creado un chat comunitario entre vecinos y propietarios de los bares, cuentan con personal de seguridad propio, iluminación adicional en las calles y trabajan con una cooperativa de taxis para garantizar la seguridad de los usuarios.

Además, se han organizado con la Policía para incrementar los operativos en los días de mayor afluencia. Los vecinos mencionan que estos casos de robos no están aislados y pueden suceder en cualquier parte de Quito.

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Por su parte, María Fernanda Guillén, administradora zonal Eugenio Espejo, explica que La Pradera no se define únicamente por la vida nocturna. De hecho, un 70% de los locales está dedicado al sector salud y esto ha impedido que la zona rosa se expanda.

Para evitar la saturación y el desorden, los propietarios de locales han establecido acuerdos. No se permite la instalación de parlantes en las calles para mantener un ambiente ordenado y evitar que la zona se vuelva caótica como otros lugares de la ciudad como La Mariscal, también existe una normativa que controla a estos establecimientos.

Normativa y control en la zona

La zonificación y la normativa urbana juegan un papel importante en el desarrollo de La Pradera.

El uso múltiple del suelo, que incluye hoteles, residencias, hospitales, planteles educativos y una universidad, restringe la proliferación de bares y discotecas.

“La normativa prohíbe la apertura de estos locales a menos de 200 metros de distancia entre sí, lo que ha permitido controlar el crecimiento de esa actividad.

La Pradera alberga a 87 establecimientos de salud, 33 entre restaurantes y cafeterías, cuatro licorerías al por menor, dos licorerías al por mayor, una fábrica de cerveza, y 15 locales que funcionan entre bares y discotecas”, detalla Guillén.

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