Jaime Izurieta: El poder de las ideas

Apostemos por aquellas que sumen valor, promuevan prosperidad, y unan en lugar de dividir
Las ciudades no las maneja el alcalde ni el gobierno, ni mucho menos los empresarios. Las dirigen las ideas: conjuntos de ellas que se vuelven tendencias y guían el comportamiento ciudadano, los valores empresariales, el cumplimiento de políticas públicas y la interacción social.
Las ideas pueden ser buenas o malas. Una idea que mejora la calidad de vida de muchos es buena. Una que despoja a otros de su trabajo o propiedad, no lo es.
Las ideas se promueven principalmente desde el activismo y la academia. En un esfuerzo por importar problemáticas y conversaciones ajenas, académicos y activistas denuncian el sistema económico y de organización social imperante, que genera niveles alarmantes de pobreza, acceso limitado a servicios de saneamiento, áreas verdes, y un deficiente mercado laboral.
Su mantra es descubrir el conflicto entre opresores y oprimidos para movilizar cambios. Un ejemplo es el concepto de ‘gentrificación’, que describe la movilidad de grupos en ciudades como un problema intencional, ligado a racismo o exclusión, cuando es un fenómeno natural del desarrollo urbano y económico. El desplazamiento de grupos vulnerables ha sido una constante histórica, a medida que las ciudades crecen y se desarrollan, pero es presentado como un problema causado de forma explícita.
La idea buena es invertir, construir, crear empleo y desarrollar la economía local. La errónea, presentar este desarrollo como una estrategia diseñada para excluir a ciudadanos de menores recursos del mercado laboral. Cuando las buenas ideas se implementan, ganamos todos. Cuando las malas se imponen, como la gentrificación y otras nacidas del activismo ideológico, sus proponentes ganan prestigio y contratos para la creación de políticas públicas. El resto perdemos.
Por ello, el futuro de nuestras ciudades depende de qué ideas defendamos. Apostemos por aquellas que sumen valor, promuevan prosperidad, y unan en lugar de dividir. Solo así transformaremos nuestras urbes en espacios donde todos, sin excepción, puedan construir una vida digna.