
Arranca 2026 con comunidad: la respuesta vecinal a la inseguridad en Quito
En Solanda y San Blas, la organización vecinal y la unión comunitaria se convierten en la respuesta frente a la inseguridad
Al caer la tarde, cuando el miedo suele imponerse al bullicio, en el barrio de Solanda todavía hay luces encendidas en la casa comunal. No es casualidad. En uno de los barrios más golpeados por la inseguridad en el sur de Quito, la organización vecinal se ha convertido en una forma de resistencia cotidiana. Aquí, la convivencia ciudadana no es un discurso: es una tarea diaria, sostenida a pulso por líderes barriales y vecinos que se niegan a dejar que el miedo gane terreno.
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En medio de un contexto marcado por la violencia, la fragmentación social y la desconfianza, los sectores de Solanda y San Blas, en el sur y centro histórico de la capital, emergen como ejemplos de cómo la comunidad puede convertirse en el principal escudo frente a la adversidad. En ambos barrios, la respuesta ha sido la misma: unión, cultura, recuperación del espacio público y trabajo colectivo.
Juan Carlos Rojas
En Solanda, Rosario López camina las calles como quien conoce cada grieta del barrio. Su voz firme y su presencia constante le han valido un apodo silencioso entre los vecinos: la guardiana del barrio. Liderar no ha sido fácil. “Ha sido un trabajo duro, sobre todo para nosotras las mujeres que estamos al frente”, reconoce. Pero la convicción pesa más que el cansancio. “Lo hacemos con satisfacción, porque tratamos de unir a todos los vecinos”.
La inseguridad ha marcado con fuerza a esta zona, especialmente en los alrededores de la calle J, escenario de robos, enfrentamientos y microtráfico. Frente a ese panorama, Rosario y la directiva barrial decidieron no replegarse. Optaron por organizarse. Coordinan operativos con la Policía Nacional, promueven recorridos comunitarios y han recuperado espacios públicos que antes estaban abandonados o tomados por el miedo.
Pero la convivencia no se construye solo desde la vigilancia. En Solanda también se teje desde lo social. Entrega de fundas de caramelos en Navidad, actividades conjuntas con la Policía, el Ministerio de Trabajo y el Comité Central, y acciones solidarias que buscan algo más profundo: volver a mirarse como vecinos.
Desde el Comité Central por Mejoras de Solanda, la gestión va más allá de la seguridad. Una comisión asesora gratuitamente a los moradores en trámites para regularizar las franjas de terreno y obtener escrituras. En paralelo, se han impulsado mesas de trabajo para atender a las familias cuyas viviendas resultaron afectadas por hundimientos y filtraciones, agravadas en época de lluvias. “No es justo que nuestros vecinos vivan así”, insiste Rosario, mientras enumera reuniones, listados, inscripciones y diálogos con autoridades que aún no ofrecen soluciones definitivas.

A pesar de los obstáculos, algo se ha logrado: la unión. “Hemos recuperado la casa comunal, los parques, y ahora estamos trabajando con presupuestos participativos”, cuenta. Uno de los parques del barrio está a punto de concluirse y otros han sido recuperados con apoyo policial. La organización ha permitido incluso reactivar tradiciones olvidadas. Este año, Solanda volverá a celebrar el concurso de Años Viejos, una tradición suspendida desde 2016, con premios que buscan reactivar la economía y devolver identidad al barrio.
La escena se repite, con otros matices, en San Blas, en pleno Centro Histórico. Aquí, la violencia y la inseguridad también han dejado huella, pero la respuesta ha sido cultural. Juan Carlos Rojas, presidente barrial, explica “Entendimos que una comunidad unida necesita memoria histórica, cultura y educación”.
En San Blas no dejaron pasar ninguna festividad. Santos Inocentes, Carnaval, Semana Santa, Inti Raymi, fechas patrias. Cada celebración se convirtió en una excusa para encontrarse, reconocerse y ocupar el espacio público. Las novenas se realizaron en casas de vecinos, con el párroco recorriendo el barrio; las posadas conectaron sectores del Centro Histórico; y las plazas volvieron a llenarse de vida.
La unidad trascendió fronteras barriales. San Blas se articuló con La Tola, San Juan y otros sectores cercanos. “Nos dimos cuenta de que, aunque estamos cerca, tenemos realidades distintas”, dice Rojas. De ese reconocimiento nació un lenguaje común: si no hay respuesta institucional, la comunidad actúa. Mingas, pintadas, eventos culturales y brigadas de seguridad comunitaria se volvieron habituales.

Rosario López
Este año realizaron 23 recorridos de seguridad, dos de ellos interbarriales. También impulsaron actividades que parecían impensables en zonas estigmatizadas: bailoterapias dominicales en plazas consideradas inseguras, desfiles de modas con mujeres del barrio que confeccionan sus propias prendas para activar la Plaza Arenas con un desfile. “La única forma de recuperar el espacio público es ocupándolo”, afirma Rojas.
En una ciudad golpeada por el desempleo y el aumento de la inseguridad, estos espacios se transformaron en puntos de encuentro, diálogo y confianza. Incluso comerciantes informales y poblaciones históricamente excluidas participaron en cenas comunitarias, talleres y capacitaciones.
Hoy, tanto en Solanda como en San Blas, la convivencia no es perfecta ni está garantizada. Pero existe. Se construye en cada reunión, en cada minga, en cada actividad cultural.