
Proyección Folclórica: baile para frenar los vicios
En la parroquia San Miguelito, un grupo de jóvenes enfrenta el mal con danza andina. Se enfocan en mantener el folclor
El sol cae en San Miguelito, una parroquia de Píllaro que guarda en sus fiestas la fuerza de la tierra y la memoria de los ancestros. En la cancha del estadio, que parece custodiarse bajo la mirada imponente del volcán Tungurahua, las melodías de tambores y rondadores marcan el ritmo de una nueva generación.
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Allí, entre pasos de zapateo y el sonido de las flautas, los jóvenes de Proyección Folclórica ensayan cada tarde. No es solo un baile. Para ellos, la danza se volvió un salvavidas, una manera de poner freno a los vicios que acechan en los barrios, de ocupar la mente en crear y no en destruir.
Es el lenguaje que encontraron para hablar con el alma y recordar que la cultura también puede ser un camino de esperanza.
Todo comenzó con tres jóvenes que decidieron apostar por lo que sabían hacer: bailar. Sergio Manobanda, hijo de San Miguelito, recuerda que desde niño salía con sus padres a danzar en las fiestas locales y en la tradicional diablada pillareña.
La herencia de esos movimientos lo impulsó a crear algo más grande. Junto a Jonatan Bautista, compañero y ahora director interno del grupo, lanzaron una invitación abierta: “Queremos jóvenes que quieran bailar y aprender, pero también que estén dispuestos a estudiar y a ser disciplinados”.
La respuesta no tardó en llegar. En menos de un año, son más de quince integrantes, niños y muchachos de hasta 22 años, que comparten un mismo lema: “bailar con el alma y honrar nuestras raíces”.
En cada ensayo se respira familia. Se corrigen, se aplauden y se empujan unos a otros para mejorar. Para ellos, el grupo no es un pasatiempo, sino un espacio de refugio donde el folclor es maestro de disciplina y el escenario es una trinchera contra los vicios.
En Proyección Folclórica no basta con dominar los pasos o afinar las tonadas. El compromiso va más allá: quien no estudia, no baila. Ese acuerdo tácito les ha permitido mantener una disciplina que sorprende. Cada tarde, después de clases, los jóvenes llegan puntuales, con el uniforme de ensayo, listos para recorrer con sus pies las memorias de sus pueblos.
Algunos se convirtieron en artesanos de caretas, otros aprendieron a tocar instrumentos y varios descubrieron en la danza una manera de narrar historias que no quieren que se pierdan.
La autogestión es parte del camino: con contratos en instituciones y empresas, los jóvenes logran cubrir sus movilizaciones y vestuarios. Nada se desperdicia, todo se reinvierte en crecer.
“Esto no es solo un baile, es darle fuerza a la vida”, dice Jonatan. Para él, ver a los niños alejarse del alcohol y las drogas y en cambio comprometerse con la cultura es la mayor ganancia.
Una semilla para un mejor futuro
El sueño de Sergio y Jonatan va más allá de los escenarios. Quieren que la danza sea un puente para abrir puertas, para que los jóvenes encuentren oportunidades sin renunciar a lo que son. “Desde San Miguelito queremos que nos visibilicen, que sepan que el folclor es vida y que a través de él podemos transformar”, repite Sergio, con la convicción de quien ha visto crecer la semilla que plantó. Cada tarde, cuando los ensayos terminan, el eco de cada zapateo vibra en las montañas.
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