Quito

Escuela Quiteña arte
Marcelo Cuesta muestra la escultura de la Virgen de Legarda, elaborada en su taller de San Blas.Foto: Matthew Herrera

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El restaurador y artista Marcelo Cuesta mantiene viva la tradición de la Escuela Quiteña

El taller de Marcelo Cuesta, ubicado en el corazón del barrio San Blas, en el Centro Histórico de Quito, huele a madera y barniz.

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Entre estanterías repletas de esculturas y pinturas, se percibe la paciencia que requiere cada restauración. Los bisturís, gubias y pinceles se combinan con la concentración absoluta de Cuesta, quien labora con obras que tienen más de un siglo de historia.

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Cada trabajo empieza con un análisis detallado; se revisan capas de pintura, posibles daños de insectos y signos de deterioro. “Antes de cualquier intervención, se hace un estudio previo. Si el caso lo amerita, se somete la obra a luz ultravioleta, lo que nos ayuda a identificar repintes antiguos y así no ser invasivos con la pintura”, explica.

El proceso de restauración exige tiempo y precisión. No se trata solo de devolverle color a una figura o reparar un brazo roto; es devolverle vida a un pedazo de historia. 

Cuesta detalla que, en casos extremos, la intervención requiere un rediseño. “A veces me ha tocado trabajar con esculturas muy deterioradas, incluso quemadas, y en esos casos hay que reinterpretar la pieza, ir formando nuevamente la escultura. Por ejemplo, el San Francisco que te mostré llegó con la carita totalmente dañada, pero todavía se podían ver los rasgos. En ese caso, lo que buscamos fue devolverle la originalidad de la escultura, respetando la forma estética para que la pieza recupere su aspecto original. La pintura prácticamente se había perdido y tuvimos que hacer una intervención muy minuciosa”, señala.

Una tradición familiar

El artista de la Escuela Quiteña y restaurador lleva más de 25 años trabajando en este oficio que, según dice, nació de la tradición familiar. “Me crié en San Blas. Recuerdo visitar a mi abuelo; él tenía bargueños, baúles, fonógrafos, pinturas, esculturas, platería, estribos… una infinidad de cosas. Distribuía antigüedades por toda la ciudad y el país. De ahí surgió mi amor por la restauración y, al mismo tiempo, decidí completar mi galería, que también considero un negocio tradicional”, cuenta.

Su taller se ha convertido en un refugio donde conviven la historia, la técnica y la memoria de la Escuela Quiteña.

En su galería, llamada El Rincón de los Arcángeles, Cuesta trabaja con obras de grandes maestros. “He restaurado muchas obras de Legarda, de Caspicara, también de Rafael Troya en pintura y Miguel de Santiago. He trabajado muchas esculturas y pinturas, muebles también; he pegado muebles en pan de oro y tuve la oportunidad de restaurar varias iglesias de acá”, comenta el experto.

Entre sus últimos proyectos destacan la parroquia de Amaguaña, en Santa Isabel, donde doró un altar completo y aplicó pan de oro a la cúspide de la iglesia en el valle de Los Chillos; y la restauración del templo de San Blas, así como trabajos en El Tejar y otras provincias.

Escuela Quiteña arte
El artista y restaurador limpia y talla con precisión una pieza de madera muy antigua.Foto: Matthew Herrera

El taller funciona también como espacio de aprendizaje. Allí ofrece capacitaciones. “Los cursos se dictan los sábados y abarcan pegado de pan de oro, floreado, tallado, restauración y todas las técnicas tradicionales de la Escuela Quiteña. Hay estudiantes de todas las edades”, menciona.

Los cursos incluyen desde masterclass de dos horas hasta programas mensuales más completos, en los que los participantes aprenden a trabajar la madera, aplicar láminas de pan de oro y realizar encarnados con vejiga de cordero.

“Yo mando a traer las herramientas del pan de oro del exterior, de Alemania, porque el pan de oro alemán es de primera calidad. Hay muchos tipos de pan de oro: español, colombiano. Pero yo trabajo solo con materiales de alta calidad”, asegura.

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Detalles y paciencia en cada intervención

En su taller, cada pieza, incluso los detalles más pequeños como los ojos de una escultura, tiene una atención precisa y cuidadosa. “Una escultura de 100 o 150 años no puede recibir una intervención invasiva. Muchas veces solo requiere limpieza y pequeños resanes. Por ejemplo, recién restauré un Niño Jesús cuya carita estaba un poco desgastada. Luego de la limpieza y resanes, aplicamos pigmentos naturales y se le devolvió un poco de vida, siempre respetando la obra original”.

Además de la restauración, el artista produce figuras propias que se venden en el exterior: en Estados Unidos, México, Guatemala, Colombia, Perú, Chile y Europa. “Esa es mi especialidad: crear esculturas. Más que la restauración, esto es lo que más me da remuneración, porque las hago y las vendo fuera del país. Por ejemplo, un nacimiento que incluye el niñito puede salir alrededor de $350. Son esculturas que, en muchos casos, van a museos”, explica.

También participa en exposiciones para difundir el trabajo de la Escuela Quiteña. En diciembre próximo tiene prevista una muestra navideña en el Teatro Nacional Sucre, donde, junto a otros pintores, exhibirá obras que recrean la vida de Jesús desde la cuna. 

“Habrá cuadros y esculturas representando distintas escenas, y todo el sector estará involucrado”, finaliza.

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