
Perla Verde: el grupo de marimba que se volvió familia en Esmeraldas
El baile y el tambor se vuelven refugio en medio de un entorno adverso. Perla Verde Internacional defiende la memoria afro
Hay sonidos que no se dicen: se sienten. Son latidos que retumban en el pecho, vibraciones que nacen de la madera y viajan por la tierra húmeda de los manglares. En Esmeraldas, cuando comienza a sonar el cununo, cuando el bombo abre paso y la marimba dice su nombre, la sangre se acomoda distinta. Se camina distinto. Se recuerda. Se regresa.
Así nació en 2000 Perla Verde Internacional, una agrupación que lleva el ritmo de la provincia grabado en la piel y en la memoria. No nació en un salón de danza ni en un gran escenario. Surgió en el barrio Nueva Esperanza Norte a orillas del río Esmeraldas, bajo el techo cálido de una iglesia, donde el monseñor Antonio Crameri, entonces un sacerdote recién llegado con la intuición firme de que la cultura también salva. Había inquietud en sus pasos, demasiadas esquinas sin salida. Entonces propuso otra forma de caminar el mundo: la marimba.
“Era para que no se fueran por el camino vago”, recuerda hoy Ladys Rivera Mideros, fundadora y directora del grupo. Su voz lleva la cadencia suave de quien ha formado generaciones enteras con paciencia y tambor. “Queríamos que los jóvenes tuvieran recreación, distracción, pero también espiritualidad. Que no estuvieran solo en misa, sino que pudieran bailar, tocar, sentir”.
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Donde el arte fue salvavidas
La danza, entonces, fue la excusa. El arte se convirtió en puente. En aquel salón húmedo, cerca del río, muchachos que habían aprendido a correr antes que a detenerse encontraron un ritmo distinto para moverse. El del bambuco enamorado. El de la caramba altiva. El del andarele propio, ese baile que no existe en ningún otro territorio del mundo.
Y lo hicieron. Primero tímidos, luego intensos, luego entregados. El bombo se volvió refugio. El cununo, conversación. La marimba, columna vertebral. Allí, donde se ensayaba con pies descalzos y risas a media tarde, nació una familia cultural. Una que lleva ya diez generaciones de bailarines, músicos y soñadores.
Porque Perla Verde no es un grupo: es una casa abierta. Hay quienes llegaron con cinco años y crecieron entre pasos de andarele y caramba. Hay quien perdió a sus padres y encontró en la danza una mano tendida. Hay quienes tienen síndrome de Down o quienes aprendieron a leer a la par que aprendían a tocar bombo. Aquí no se excluye: se abraza.

“No solo les enseñamos el paso o cómo mover la falda”, explica Ladys. “Les hablamos de vida. De valores. De quiénes somos. De por qué sonamos así.”
Germán Castillo, hijo de Ladys y hoy subdirector de la agrupación, creció en ese pulso. Tenía apenas 15 años cuando llegó. Ahora conduce, crea coreografías, escribe nuevas obras. “Más que bailar, es entender por qué se baila. Qué significa cada golpe del bombo, qué reza un arrullo, a quién se llama cuando suena un cununo”, resume. Porque en la tradición esmeraldeña la música no se toca: se invoca.
Una casa que abraza a todos
La agrupación tiene hoy alrededor de 25 integrantes entre bailarines, músicos y jóvenes en formación. Pero sus brazos son más amplios. Entre ellos hay madres de familia, trabajadores, adolescentes que buscan su primera certeza y también jóvenes con discapacidad. Uno de ellos, con síndrome de Down, es uno de los mejores cununeros del grupo. “Sabe más del bambuco que cualquiera, Cuando lo veo bailar, sé que estamos haciendo algo que tiene sentido”, dice Ladys, con orgullo que brilla.

La marimba aquí no es instrumento: es memoria de agua. El bombo es raíz. El cununo es sangre que se levanta. Y el guasá es tiempo que se desgrana lento, como el maíz seco en las manos de la abuela.
Allí está la historia, dice Ladys, en la tabla vieja donde bailaban las abuelas, en las casas altas sobre el río donde los niños miraban escondidos a través de las hendijas. “No queremos olvidar lo tradicional. Podemos innovar, pero nunca borrar.”
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Porque Perla Verde no enseña solo pasos. Perla Verde acompaña. Protege. Se sienta a estudiar con los chicos que no quieren seguir el colegio. Gestiona becas. Sostiene duelos. Celebra cumpleaños. Acude a limpiar la casa de una anciana sola. Comparte almuerzo con abuelos que esperan una voz que los nombre. Allí donde falta un abrazo, ellos bailan. Allí donde falta una palabra, suenan las marimbas.
La agrupación es una de las pocas en Esmeraldas que realiza misas afro: liturgias donde el cuerpo celebra, la voz responde, el ritmo recoge la historia de resistencia negra en América. La entrada del sacerdote, el momento del perdón, la comunión: cada gesto tiene un tempo, cada rezo encuentra su contrapunteo de marimba. No es espectáculo: es encuentro.
De las orillas del río al mundo
Pero Perla Verde también ha llevado este latido lejos. En 2014 viajaron como “misioneros del arte”, como dice Ladys, a Italia y Suiza. Catorce ciudades en un mes y medio. En Roma, durante una audiencia papal, el Papa Francisco tomó en brazos a uno de los niños del grupo. “Casi se lo lleva”, recuerdan entre risas. Pero fue allí, en medio de la inmensidad de la Plaza de San Pedro, donde entendieron algo: la música que nació en las orillas de un río pequeño puede tocar a quien sea, donde sea.
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Hoy, la misión sigue. “Fortalecer la cultura en los jóvenes”, resume Germán. Alejarlos del miedo. De la prisa por desaparecer. Mostrarles que hay un ritmo que también pertenece a ellos, que los nombra, que los sostiene. Que no están solos.
- En cada ensayo, el piso retumba. El bombo marca: tum. El cununo responde: ta-ka-ta. La marimba se desliza como agua dorada sobre la madera. Y las faldas, como olas suaves, se levantan.
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