
Muchines de plátano atraen comensales a Colope
El aperitivo conlleva maduro y queso envueltos y ahumados
A orillas de la Troncal del Pacífico, se encuentra Colope, un pequeño rincón de la parroquia Camarones del cantón Esmeraldas, donde el tiempo parece detenerse entre aromas de hoja de plátano y fuego de leña. Allí, desde hace más de tres décadas, la familia Salcedo ha mantenido viva una tradición afroesmeraldeña: la venta y preparación de los muchines.
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Para quienes viajan por esta vía, su nombre evoca un olor único: el aroma ahumado de hojas de plátano quemándose sobre fogones con leña ardiendo. Se trata de un platillo que es, para ese sector, patrimonio cultural.
Doña Laura Salcedo, con la paciencia que dan los años y la experiencia, recuerda cómo su abuela le enseñó a preparar los muchines cuando ella era apenas una niña. “Esto no es solo maduro con queso envuelto en hoja; es historia viva. Cada muchín que hacemos tiene la memoria de nuestros antepasados africanos, de quienes llegaron a estas tierras y trajeron técnicas y sabores que hoy son nuestros”, dice mientras acomoda cuidadosamente los plátanos maduros en una canasta de mimbre. Su esposo, don Luis Vite, añade con orgullo: “El secreto no está solo en el plátano o el queso, sino en cómo se maneja la hoja de plátano, cómo se coloca sobre la leña, y cómo se deja que el fuego haga su magia sin apurarlo”.
La preparación es un ritual
El proceso de preparación es casi ritual. Primero se seleccionan los plátanos maduros, buscando el punto exacto de dulzura y firmeza. Cada fruta se pela y se machaca hasta formar una masa homogénea, suave y brillante, que se mezcla con cubos de queso fresco costeño. Luego, la mezcla se envuelve con hojas de plátano, doblando los extremos con precisión para que nada se escape durante la cocción.
Cada paquete se acomoda sobre un fogón de leña, y pronto el aire se llena de un aroma profundo y ahumado. Se escucha el crujir de la madera, el siseo del plátano y el suave susurro de la hoja mientras se quema apenas en los bordes. Es un concierto de olores y sonidos que anuncia que algo especial está ocurriendo.
Para quienes se detienen en Colope, probar un muchín es una experiencia que va más allá del sabor. “Cada vez que viajo por esta carretera, no puedo dejar de parar aquí”, cuenta Marcelo, un camionero que recorre el país transportando mercancía. “El olor te llama desde lejos. Y cuando muerdes el muchín, es como un abrazo de casa. El dulce del plátano, el salado del queso, todo mezclado, es indescriptible”.
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