
Fernando Insua: el artista guayaquileño que transforma su imaginación en arte
El artista guayaquileño transforma historia, fantasía y sensibilidad social en obras que conectan arte, memoria y comunidad
Desde esculturas talladas en piedra hasta murales que cuestionan la guerra, Fernando Insua ha convertido la curiosidad en su mayor fuerza creativa. Su universo artístico fusiona historia, fantasía y sensibilidad social, transitando de la experimentación autodidacta a la creación de espacios culturales que buscan reconstruir el tejido comunitario. Para él, el arte es un puente entre memorias, emociones y preguntas colectivas. “He tratado de que nada manche esa visión con la que empecé”, confiesa, mientras prepara nuevos proyectos que combinan color, memoria y reflexión.
Una historia que nace de la curiosidad
Su camino comenzó en una casa llena de libros, poesía y conversaciones sobre arte. “Siempre había una curiosidad por todo. Si veía algo, lo quería dibujar”, recuerda Fernando. En su entorno familiar no existían límites creativos: se recitaban versos de Porfirio Barba Jacob y Neruda, se comentaban textos históricos y se valoraba la expresión artística como parte natural de la vida cotidiana.
Fernando Insua
Esa atmósfera lo llevó a experimentar desde muy joven con materiales no convencionales. Tallaba las piedras que quedaban en obras municipales porque no sabía usar arcilla; y con cemento, colorantes y hasta talco, comenzó a moldear sus primeras esculturas.
A los 22 años, tras ser despedido de su trabajo, tomó una decisión definitiva: dedicarse por completo al arte. En Perú, vendía esculturas puerta a puerta, muchas de ellas dirigidas a estudios jurídicos, incorporando inscripciones en griego, latín y hebreo, lenguas que había aprendido por cuenta propia. “Era una forma de unir lo que sabía con lo que hacía”, comenta.
Formado fuera de las aulas convencionales, aprendió en talleres y estudios de pintores que lo guiaron con generosidad. “Estudiaba historia, administración, literatura. Todo eso me sirvió para mezclar conceptos e ideas”, explica. Esa mezcla se convirtió en su sello: obras que fusionan simbolismo religioso, historia antigua y narrativa visual. Su formación no siguió un camino académico tradicional, pero se nutrió de múltiples disciplinas que hoy se reflejan en su enfoque artístico y en su capacidad para construir discursos visuales complejos.
Cuentos, color e inocencia
Su evolución artística ha sido marcada por una constante búsqueda de sentido. “Al inicio quería enseñar todo. Todo lo que me daba curiosidad lo quería hacer”, dice. Con el tiempo, su estilo se consolidó en una mezcla de modernismo y arte contemporáneo, con una fuerte inclinación hacia la fantasía y la narrativa visual.
“Este año decidí dedicarme a contar cuentos, leyendas e historias. Me enamoró la idea de hablar desde la fantasía sobre hechos reales”, señala. Inspirado por los hermanos Grimm, rescata el valor pedagógico y simbólico de los cuentos, que en sus versiones originales eran lecciones para adultos y advertencias para niños.
En sus obras, Insúa no reproduce escenas literales, sino que reinterpreta elementos narrativos para abordar temas como la pérdida, la memoria, la identidad o el conflicto social.

Además de los cuentos clásicos, ha comenzado a crear relatos propios, con personajes ficticios que encarnan dilemas contemporáneos. “A veces invento las historias, pero están basadas en hechos reales. Es una forma de hablar de lo que pasa sin caer en el discurso directo”, comenta.
Su obra busca preservar lo que él llama “la edad de la inocencia”. “He tratado que nada manche esa visión con la que empecé. Que los cuadros sigan mostrando color sin los límites discursivos que a veces se imponen”, afirma. En sus lienzos, la fantasía no es evasión, sino una forma de iluminar lo humano, de abrir preguntas y provocar curiosidad.
El Centro Insua: arte como puente social
La creación del Centro Insúa fue una respuesta directa a una experiencia violenta que Fernando vivió el año pasado. “Me hizo tomar decisiones de vida importantes. Una de ellas fue instalar un centro para promover la cultura y la historia en nuestra sociedad”, relata. Ese episodio lo llevó a replantear su papel como artista y gestor cultural, y a asumir que el arte podía ser también una herramienta de cohesión social y de resistencia frente a la fragmentación comunitaria.
Desde su apertura, el Centro Insúa ha impulsado exposiciones de artistas emergentes y consolidados, ciclos de charlas de historia local y universal, talleres de formación artística para jóvenes y adultos, y encuentros culturales que buscan tender puentes entre barrios y generaciones. “Nos falta unidad. Hay que evitar que la sociedad se disgregue. Recuperar ese Guayaquil curioso, que salía a hacer cosas”, dice con convicción.
El espacio no solo funciona como sala de exhibición, sino también como lugar de investigación y archivo, donde se documentan procesos creativos y se rescata la memoria cultural de la ciudad.
Insúa ha vinculado este proyecto con su rol como director de cultura en la Garza Roja, desde donde ha promovido actividades comunitarias y colaboraciones con instituciones educativas y organizaciones barriales. Su presencia en radios y medios le ha permitido amplificar el alcance de estas iniciativas, invitando a la ciudadanía a participar activamente.
“No solo yo, sino muchas personas cercanas hemos podido poner un granito de arena. Es posible, factible, realizable”, repite como parte de su convicción por apoyar al arte en la ciudad. Para él, la cultura no es un lujo, sino una necesidad que fortalece la identidad y el sentido de pertenencia.
Fernando Insua: "Las cosas tienen impacto si tú haces que impacten"
En 2021 recibió la medalla de héroes de la pandemia, un reconocimiento que, lejos de acomodarlo, lo motivó a seguir trabajando. “Las cosas tienen impacto si tú haces que impacten. Si no, se quedan tragando polvo en la pared”, reflexiona. “Tenemos un problema en Guayaquil: el ninguneo. Nos alejamos, nos escondemos, nos cerramos. Pero cuando hablas de historia o arte, la sala se llena”.
Fernando Insua
Tras la pandemia, identificó un fenómeno de aislamiento social que, según él, agravó otros problemas. “La gente dejó de visitarse entre barrios, entre lugares. Se generaron islas personales. Pero eso se puede superar con trabajo constante, con decisiones firmes”, sostiene.
A pesar de que considera que es un trabajo hormiga, está consciente que es mejor hacer algo a quedarse con los brazos cruzados.
Al preguntarle por las obras que más lo han marcado resaltó cuatro. Destaca primero el Violín de Llanco, una escultura en piedra que narra la historia de un niño que muere por tocar un violín ajeno, y al que Dios le entrega uno en el cielo. “Es un poema fuerte, que muestra hasta dónde puede llegar alguien por hacer lo que ama”, dice.
También recuerda las esculturas de búhos gigantes, recopilando cómo se veían los búhos en diversas culturas. Otro punto fue su trabajo en el Parque Jerusalén que a palabras de él funcionó como una escuela y universidad para su arte; y por último resalta una pintura de una bailarina con una máscara colorida del Cáucaso, que marcó su decisión de pintar con más alegría. “Ese cuadro lo guardé, lo escondí. Fue el momento en que decidí ser más feliz pintando”, confiesa.
Una mirada hacia el pasado y el futuro
Actualmente trabaja en un busto escultórico de un periodista guayaquileño fallecido, murales con temática histórica de la ciudad y una serie de cuadros de gatos que ironizan la guerra. “Son proyectos inmediatos. Aparte de cualquier locura que se te ocurra de momento, que eso ya es común en mí”, dice entre risas.
También continúa con sus columnas en EXPRESO, donde escribe sobre temas internacionales y locales. “La columna de los domingos es seguir tratando de explicar estos cambios a la par que hago estos intercambios entre lo periodístico y lo artístico”, explica.

Al cerrar la entrevista, reflexiona sobre su evolución personal y lo que le diría a su yo de hace una década. Reconoce que en el pasado vivía con un alto nivel de autoexigencia y presión constante. “Tómate las cosas más suaves. A veces, durante muchos años, todo era una competencia, una carrera, y así no funcionan las cosas”, admite. Explica que esa mentalidad lo llevó a dejar de disfrutar ciertos momentos y a pasar por alto aprendizajes valiosos que solo se aprecian con el tiempo.
Él da un consejo claro: disfrutar el camino, valorar el proceso y aceptar los errores como parte natural del crecimiento. “Disfruten equivocarse, no parezcan perfectos en nada”, insiste. Para él, la obsesión por proyectar una imagen impecable, potenciada hoy por las redes sociales, puede alejar a las personas de lo auténtico y de la satisfacción real por lo que hacen.
Con una sonrisa, concluye con una frase que lo acompaña desde la infancia: “Quiero darle felicitaciones a aquella persona que se le ocurrió hacer tonterías a veces sin saber, y se lanzaba a aprender”. Esa “persona” es él mismo, un recordatorio de que la curiosidad y la disposición a experimentar han sido, y seguirán siendo, el motor de su vida y de su obra.
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