Bernardo Tobar Carrión | Caballitos de Troya
Todo vale, excepto disentir de los dogmas advenedizos impuestos por los triunfadores de la batalla cultural
Vivimos una época acomodaticia, sin referencias, sin brújula, que no se atreve a separar la paja del trigo, al menos no más allá del fuero íntimo o del cotilleo encubierto. Tomar posición o expresar un juicio crítico ha pasado a ser discriminatorio, grave predicamento en una cultura que se atrinchera en las etiquetas para anular las divergencias: si aprecias la tauromaquia, te tildan de sádico; si te parece que Melania lleva más estilo que Michelle, racista; si estás contra la inmigración que no se integra, xenófobo; y así. Y todo viene a ser relativo, excepto para los nuevos dueños del canon, que ya no se construye a partir de un valor intrínseco sino de la habilidad narrativa y el control de los canales de propaganda. Porque canon hubo, hay y habrá siempre; la diferencia es que antes se inspiraba en escrituras sagradas, en tradiciones centenarias, en el ejemplo custodiado por los más viejos de cada familia. Hoy las biblias se esconden, la familia es un anacronismo y a los viejos se los abandona en un geriátrico o se los deja librados a su soledad. Eso sí, cuidado con llamarlos viejos; se dice tercera edad. ¡Putrefacto puritanismo formal!
La sociedad cree haberse emancipado de los códigos morales cuando solo ha caído bajo el yugo de una neutralidad talla única, donde todo vale excepto disentir de los dogmas advenedizos impuestos por los triunfadores de la batalla cultural, expertos en el lavado cerebral colectivo destinado a socavar la identidad y diluir al individuo en la masa acrítica, que así reniega sin beneficio de inventario de sus raíces, de su historia, de sus valores. Han logrado que Occidente se sienta culpable por lo que debería suscitar orgullo. Esta crisis de identidad facilita el avance de los totalitarismos de cualquier factura, pues todos confluyen en lo mismo: la sustitución de una sociedad libre, asentada sobre las decisiones espontáneas de sus miembros, por una en la que el Estado rige y tutela hasta en la educación de los hijos y la economía de sus padres.
Para lograrlo inventaron la Agenda 2030, la ideología de género, los derechos de la naturaleza, el buen vivir, el igualitarismo y otras consignas e instrumentos de propaganda de seductor empaque, caballitos de Troya que se propagan sin mayor resistencia cuando la formación en casa es débil. Por eso la batalla contra la tradición, que tiene en la familia su bastión insustituible. O lo tenía.