Claudia Tobar Cordovez | Cuando el trabajo ocupa demasiado espacio
Lo problemático es convertirlo en toda nuestra vida. Somos más que un cargo
Ser productivos se ha vuelto sinónimo de ser útiles y valiosos. Esto implica que cuando no lo somos sentimos que valemos menos, como si dejáramos de ser importantes. Tener un trabajo que nos pague y que nos haga sentir significativos es el anhelo de muchos. En numerosos casos ese trabajo llega a llenarnos incluso más que la familia o la pareja. Para muchas personas el trabajo es la fuente de todo lo que son y todo lo que hacen.
Hoy pasamos tanto tiempo trabajando y persiguiendo productividad que, cuando descansamos, aparece una voz interna que nos dice que ese descanso es inútil o que es tiempo desperdiciado. Y cuando ese trabajo cambia o desaparece, pasamos por un proceso profundo de inseguridad, no solo por lo económico sino por la necesidad de redefinirnos sin ese rol. Nuestro cargo laboral termina convirtiéndose en nuestra imagen y en nuestro autoconcepto. El peligro de darle tanto poder es que, a diferencia de otros elementos que alimentan nuestra identidad, como la familia, la pareja o nuestros intereses, el trabajo puede ser ingrato. Ese trabajo al que le entregamos sacrificios, tiempo y hasta nuestra salud, rara vez retribuye con la misma intensidad. Siempre exigirá productividad y, cuando dejemos de serle útiles buscará nuestro reemplazo. Esto no significa que no debamos entregarnos, disfrutarlo o integrarlo a nuestras vidas. Lo problemático es convertirlo en toda nuestra vida.
Somos más que un cargo. Somos individuos valiosos con o sin un título laboral. En esta semana de Acción de Gracias es inevitable pensar en las bendiciones que nos rodean y que no pueden comprarse con dinero. La salud, la paz mental, la libertad, la honestidad, la buena compañía, la posibilidad de elegir nuestras amistades son lujos que ningún puesto, por importante que sea, puede comprar. El tiempo que dedicamos al trabajo importa, pero no deberíamos permitir que ese tiempo nuble lo que somos. Este desafío de identidad es común en las personas jubiladas que, después de tantos años, sienten que pierden su referencia principal. Sin embargo, puede sucedernos a todos en cualquier momento. La única solución es recordarnos continuamente quiénes somos más allá de lo que hacemos.