
“Si no hubiera mangle, ¿de qué vivimos?”: guardianes del Golfo de Guayaquil
El Congreso Ecuatoriano de Manglares destacó la labor de protectores, mujeres y artesanos que viven del ecosistema
La Universidad Del Pacífico fue sede del Segundo Congreso Ecuatoriano de Manglares, un evento que unió a la academia y organizaciones. Tras jornadas centradas en investigación y restauración, el tercer día destacó la labor de los pescadores artesanales del golfo de Guayaquil, titulándose: “la gente del manglar”.
La gente del manglar
¿Pero quiénes son? Manuel Bravo, director de WildAid Ecuador, los define como el grupo humano intrínseco al ecosistema. Explicó a EXPRESO que la amenaza histórica era la tala para convertir el manglar en estanques camaroneros o áreas urbanas.

Esta realidad impulsó un modelo que Xavier Chalén, director del programa marino de Conservación Internacional, califica como pionero. “Ecuador tiene 26 años de acuerdos y uso sostenible y custodia de manglar (AUSCEM), que es un modelo totalmente innovador que permite a los usuarios tradicionales del manglar tener esa capacidad de ser los principales custodios”, detalló.
Ser custodio, sin embargo, implica un riesgo diario. Byron Mero, jefe de vigilancia de la Asociación 21 de Mayo en Puerto Roma, describe una jornada que inicia con la planificación de controles. “Hay beneficios por los recursos que cuidamos, también hay adversidades como la piratería, las amenazas que recibimos por cuidar”. El compromiso, dice, supera el miedo: “Somos mal vistos por los invasores, dicen que nos creemos dueños del manglar.. Pero ellos no toman en cuenta que si no cuidamos hoy en día, en un futuro las generaciones venideras no van a tener el recurso”. Comenta además que el apoyo de las fuerzas del orden se vuelve indispensable ante la piratería que extorsiona a los pescadores.
Mujeres que se empoderan por el manglar
Ese rol no distingue género. Beczaida Tejada, representante de una comunidad artesana de la isla Las Huacas, en la provincia de El Oro, desmonta el estereotipo de que la faena es sólo masculina. “El rol que tiene la mujer es ‘uno más de la manada’”. En su organización, las mujeres gestionan, recolectan y operan la tecnología de vigilancia. “Hemos roto ese tema de que la mujer solo es de casa”, mencionó con orgullo.
Para ella, el sentido de pertenencia se forjó la vivencia de entender que hay que involucrarse para combatir las peripecias que arropan el crecer en una zona aislada de la zona continental, como la dificultad de acceso a servicios básicos. “Por falencias en el acceso a la salud falleció un familiar mío recientemente. Hasta trasladarlo a un hospital, transcurrió mucho tiempo”. Por eso, su doctrina es estricta hacia el cuidado de su hogar y el reclamo por mejores servicios, pero ella lo sintetiza en que es producto del amor y orgullo hacia los saberes ancestrales de su comunidad.

¿Cómo ayudan los drones y la tecnología a la vigilancia?

Para que la vigilancia sea efectiva, la tecnología es un aliado clave. Roddy Macías, gerente de proyectos de WildAid, explica que el apoyo empieza por optimizar la movilización: “Necesitas embarcaciones que sean un poquito más fuertes que los que vas a controlar, o sea, que sean más rápidas”.
A esto se suman los drones, vitales con los problemas de seguridad, que permiten ver “más allá de los árboles”. También implementan rastreadores satelitales en las lanchas, que no se cortan y dan tranquilidad. “Los más jóvenes de las comunidades están involucrándose con la conservación, y manejan los drones mejor que uno”, relató Macías
Paralelamente, la academia fortalece la gestión. El Ipiap trabaja con las comunidades. Fedra Solano, bióloga del Ipiap, resalta la humildad y el empoderamiento de los pescadores. “Se une la parte ancestral con la parte de investigación para formar un todo”.
Esto se materializa en el monitoreo participativo: “El cangrejero y el conchero toman la información, como lo toma un biólogo. Toman información diaria de capturas, de esfuerzo pesquero, de medición de tallas”.
El peligro de una pesca irresponsable

Esa data revela problemas agudos. Juan Moreno, investigador del Ipiap, advierte: “Una de nuestras preocupaciones es que los tamaños de concha prieta están por debajo de la talla mínima que es 45 milímetros. Estamos hablando de un promedio de 50 %”.
Moreno recalca que esa medida es obligatoria, pues los 45 mm marcan el tamaño mínimo para asegurar que la concha ya ha entrado en su ciclo reproductivo. El impacto es directo: al haber menos recurso legal, los ingresos de los concheros en Guayas promedian 25 dólares diarios.
El enemigo común: la delincuencia
Si la sobrexplotación fue el problema de ayer, hoy la amenaza es sistémica. Manuel Bravo, de Wildaid, es contundente: “La principal preocupación ahorita está relacionada a los grupos delincuenciales organizados. Todos los grupos son extorsionados”. Admite que es un escenario donde el Ministerio de Ambiente requiere alianzas con la Armada.
Xavier Chalén, de Conservación Internacional, vincula esta necesidad de control con la política nacional. Ante la debilidad estatal, sugiere que los sumideros de carbono como el manglar puedan ser parte de los mercados de carbono
Aunque la Constitución actual lo restringe, Chalén ve una oportunidad si se aprueba una Constituyente, citando el ejemplo de Colombia. “No es porque el recurso es malo, no es porque el dinero es malo, es porque los administradores de recursos son malos”, argumentó.
Mientras se debaten las políticas, la gente del manglar resiste. El congreso aplaudió de pie a los custodios que asistieron, y que al unísono reflexionan: “Si no hubiera mangle, ¿de qué vivimos?”.
