
Los héroes con cola que ayudan a pacientes con depresión y ansiedad en Guayaquil
En el Instituto de Neurociencias de Guayaquil, tres perros entrenados hacen canoterapia. Te contamos de qué se trata
En los pasillos del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, la esperanza llega en cuatro patas y con cola que no deja de moverse. No llevan bata ni estetoscopio, pero su efecto en la salud mental de los pacientes es tan poderoso como cualquier tratamiento médico. Son Lissy, Vaca y Panda: una labradora y dos terranovas que, con su ternura, han encontrado una misión silenciosa pero trascendental — ayudar a quienes enfrentan depresión, ansiedad o conductas suicidas.
“Cuando llegan los perritos siento tranquilidad”, confiesa uno de los pacientes con una sonrisa tímida. “Nos ayudan a manejar la ansiedad o la depresión y nos devuelven felicidad. Es como si, por un momento, se ordenaran nuestras ideas y recordáramos que aún hay motivos para seguir. Ellos son un gran refugio”.
Lo que empezó como una apuesta por ampliar el modelo de atención se ha convertido en una terapia imprescindible: la canoterapia. Un espacio donde la conexión con los perros rompe el aislamiento, fomenta la confianza y devuelve motivación a quienes, muchas veces, la habían perdido. Porque aquí, entre juegos, caminatas y miradas cómplices, la salud mental se reconstruye paso a paso… y ladrido a ladrido.
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¿Qué es la canoterapia y cómo ayuda a los pacientes?
La canoterapia es una terapia asistida con perros que busca mejorar la salud emocional y psicológica de las personas. En el Instituto, está dirigida a jóvenes, adolescentes y adultos que presentan depresión, ansiedad o conductas suicidas, así como a quienes ya recibieron el alta hospitalaria.
Las sesiones se realizan en espacios especialmente adaptados dentro del Instituto de Neurociencias, pensados para fomentar la confianza, la integración y el sentido de comunidad. Como explica Cecilia Viteri, gerente administrativa del centro: "Estas terapias permiten que los pacientes sigan vinculados incluso después de salir del hospital, porque la salud mental realmente apenas empieza”.
El hospital implementó esta terapia como parte de un modelo de atención más amplio, que busca ir más allá de la farmacología y la psicología tradicional. La apuesta fue clara: crear espacios de empatía donde los perros se convierten en un puente para conectar, expresar emociones y recuperar la motivación.
“Al integrarse con los perros, los pacientes encuentran motivación, esperanza y la posibilidad de expresar sus afectos”, explica la psiquiatra Paola Escobar.
Casos que conmueven y el impacto en los pacientes

Durante las sesiones de canoterapia, el cerebro libera dopamina y serotonina, neurotransmisores que están directamente ligados al bienestar y la sensación de calma. Esa reacción química se traduce en un cambio en el estado de ánimo y en una nueva disposición frente a la vida. Y no solo eso: el simple hecho de sentirse acompañados rompe la barrera más dura para quienes atraviesan problemas de salud mental: la soledad.
Entrenados para acompañar

Este trabajo no surge de la improvisación. Lissy, la perrita de un año y medio, es entrenada por Santiago Jairala, un joven autista que la conoce desde que era cachorra. Entre juegos, paseos y ejercicios prácticos, la perra se prepara para acompañar a los pacientes en distintas situaciones. Ha aprendido incluso a detectar crisis epilépticas y a ayudar a reducirlas con un gesto tan simple como lamer el rostro de quien las sufre. Para Santiago, el vínculo es tan fuerte que habla de Lissy como una amiga, no como una herramienta de trabajo. Esa conexión, dice, es lo que marca la diferencia.
Vaca y Panda, las terranovas de gran tamaño, completan la manada. Ambas siguen un entrenamiento diario para mantenerse activas y concentradas, pero también disfrutan de una vida normal de perros: paseos a la playa, juegos al aire libre y jornadas de descanso en familia. “Son perros normales, con una vida plena, pero en el hospital se convierten en apoyo emocional y motor de esperanza”, asegura la veterinaria Gabriela Urquizo, quien cuida de su salud y supervisa cada sesión.
Las actividades con los pacientes son variadas
Pueden incluir desde juegos y acrobacias hasta caminatas guiadas. Más allá de lo lúdico, se busca estimular la coordinación motriz, la integración social y la confianza personal. “Al inicio, muchos pacientes se sienten aislados o retraídos. Pero al interactuar con los perros comienzan a abrirse, no solo con ellos, también con sus familiares y compañeros”, explica el terapeuta ocupacional Carlos Eduardo Carreño. El cambio no siempre es inmediato, pero se da paso a paso, con cada encuentro.

Más que una terapia, una nueva forma de sanar
La historia de Lissy, Vaca y Panda demuestra que la salud mental no siempre depende solo de medicamentos o terapias tradicionales. A veces, una mirada tierna, un juego inesperado o el simple acto de caminar junto a un perro pueden devolver la esperanza.
En Guayaquil, estos tres canes se han convertido en protagonistas silenciosos de historias de superación y resiliencia que están cambiando vidas.
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