
La inseguridad en Guayaquil genera estrés, aislamiento y pérdida de confianza social
El miedo y la ansiedad se vuelven norma en una ciudad marcada por hechos violentos
La violencia urbana no solo deja víctimas directas: también genera heridas invisibles que afectan el equilibrio emocional de toda una ciudad. El psicólogo Luiggi Sáenz de Viteri explica que cada atentado, robo o explosión no solo destruye bienes materiales, sino que “va deteriorando la psiquis de las personas y generando una constante hipervigilancia, ese estado de alerta en el que uno se pregunta si el carro que lo sigue representa peligro o si una maleta olvidada podría esconder algo peor”.
Este fenómeno psicológico, sostiene Sáenz de Viteri, se vuelve una carga silenciosa. “La hipervigilancia desgasta a la gente porque aumenta el estrés y en algunos casos se transforma en una ansiedad persistente”, señala. Personas que ya han vivido experiencias traumáticas como robos o secuestros, reviven su miedo al enfrentarse con noticias de violencia, multiplicando así la sensación de vulnerabilidad social. Esa tensión, añade, repercute incluso en la economía, pues “los negocios pierden clientes por la percepción de inseguridad que se extiende a cada establecimiento”.
Más allá del control militar: el vacío emocional
El especialista advierte que la respuesta institucional ante la inseguridad suele enfocarse en la presencia policial o militar, pero se descuida la atención emocional. “No he visto muchas iniciativas formales que den soporte psicológico inmediato a las víctimas o a la comunidad afectada. Los psicólogos de los bomberos acuden a ciertos eventos, pero no existe un plan visible, una política pública clara de primeros auxilios psicológicos”, enfatiza.
Sáenz de Viteri insiste en que la salud mental debe tratarse como un eje prioritario. “El estrés y la ansiedad ya son la norma para muchas personas. Quienes tienen antecedentes de salud mental están más expuestos, sobre todo si se aíslan”, advierte. El aislamiento, explica, corta los lazos protectores que la convivencia social ofrece y puede agravar cuadros de depresión o fobia social. Por eso, recomienda promover espacios comunitarios de acompañamiento emocional y campañas de contención psicológica visibles y sostenidas.
Una sociedad que necesita contención emocional
En un entorno donde el miedo parece ocupar cada esquina, el desafío está en reconstruir la confianza colectiva. Sáenz de Viteri propone mirar más allá de la seguridad armada y apostar por la seguridad emocional: “Compartir con otros, conversar, pedir ayuda o simplemente no quedarse solo son gestos que ayudan a resistir psicológicamente. El bienestar emocional también es una forma de seguridad ciudadana”.