
Arte para todos: la misión cultural del Centro Ecuatoriano Norteamericano
Más de 50 eventos al año acercan el arte a niños, jóvenes y adultos en Guayaquil, Daule y Quito.
En un país donde el acceso a la cultura aún representa un reto para muchas comunidades, una institución ha asumido el compromiso de transformar esta realidad. El Centro Ecuatoriano Norteamericano (CEN) se ha convertido en un faro cultural que irradia conocimiento, creatividad y oportunidades desde sus sedes en Guayaquil, Daule y Quito, con una propuesta firme: ofrecer eventos culturales gratuitos y de alta calidad a públicos de todas las edades.
“Queremos que el arte no sea un privilegio de pocos, sino un derecho accesible para todos”, señala Deborah Chiriboga High, directora general de la institución. Con más de medio centenar de actividades anuales, la agenda cultural de este centro binacional incluye conciertos, teatro, talleres, cine-foros, conferencias y exposiciones, muchas de ellas protagonizadas por artistas locales en diálogo con expresiones de la cultura estadounidense.
Detrás de cada evento existe una cuidadosa curaduría. Durante el último trimestre de cada año, se seleccionan propuestas artísticas que cumplan con tres requisitos esenciales: ser inclusivas, apolíticas y arreligiosas, pero sobre todo, alineadas con la misión de tender puentes culturales entre ambas naciones.
Un escenario para la diversidad y el talento emergente
La apuesta de esta institución va mucho más allá de la enseñanza del idioma inglés. Su enfoque inclusivo se traduce en alianzas estratégicas con organizaciones como la Fundación AcercArte, con la que impulsa programas de formación musical para jóvenes en situación de vulnerabilidad. Niños y adolescentes entre 10 y 19 años acceden así a una educación artística que les abre horizontes y los proyecta como futuros protagonistas de la vida cultural del país.
Gracias a este tipo de programas, el arte deja de ser un lujo y se convierte en una herramienta de transformación social. La orquesta formada por los beneficiarios de este convenio, por ejemplo, no solo recibe formación, sino que participa activamente en los eventos organizados por la entidad, visibilizando su talento en escenarios que antes les eran ajenos.
La inclusión también se refleja en otras iniciativas. En Quito, se llevó a cabo un proyecto piloto para capacitar en inglés básico a 30 comerciantes del Mercado San Francisco. El objetivo: que puedan ofrecer sus productos en otro idioma y mejorar sus oportunidades económicas. “Unimos la enseñanza del idioma con las necesidades reales de nuestras comunidades”, destaca Chiriboga, evidenciando el enfoque humanista y contextualizado del centro.
Diálogo intercultural, memoria y ciudadanía
El compromiso con la cultura ecuatoriana también se manifiesta en la programación de eventos que promueven la memoria colectiva, el pensamiento crítico y la participación ciudadana. Así lo demuestra el apoyo institucional a festivales como el del Día del Indígena Latinoamericano, celebrado en su auditorio del centro de Guayaquil. Allí se dieron cita artistas de varias provincias para conmemorar las raíces ancestrales del país a través de la música, la danza y la palabra.
Además, a lo largo del año se organizan conferencias con escritores, académicos y artistas invitados que abordan temas como derechos humanos, medioambiente, historia y literatura. En cada encuentro, el público tiene la oportunidad de dialogar, preguntar y reflexionar, fomentando así una ciudadanía más informada y consciente.
Gracias a estos espacios, la entidad binacional no solo promueve el intercambio cultural con Estados Unidos, sino que también honra y difunde las expresiones propias del Ecuador. De este modo, se convierte en un catalizador de identidades múltiples que se cruzan, se reconocen y se enriquecen mutuamente.
Cultura participativa y gestión colaborativa
Lejos de trabajar de manera aislada, la institución apuesta por una gestión cultural participativa. La comunidad artística y el público general no solo asisten a los eventos, sino que también los co-construyen. Gestores, colectivos y creadores proponen proyectos que, de ser aprobados, cuentan con el respaldo logístico, técnico y económico del centro.
A través de sus canales digitales, también se recogen sugerencias y opiniones del público. Las redes sociales funcionan como una ventana abierta a los gustos, intereses y necesidades de la audiencia. “Escuchamos activamente a quienes nos siguen. Ellos nos dicen qué les gustaría ver, qué temas les interesan. Y eso nos permite mantener una oferta cultural viva y pertinente”, enfatiza la directora.
Esta forma de trabajo colaborativo refuerza el sentido de pertenencia y fortalece los lazos con la comunidad. Cada evento es fruto de un esfuerzo colectivo y se convierte, al mismo tiempo, en un acto de resistencia cultural frente a la desigualdad y la indiferencia.
Impacto medible, arte visible
Para evaluar el alcance de sus acciones, la institución mantiene registros de asistencia, archivos audiovisuales y testimonios del público. Esta sistematización permite mejorar las propuestas y asegurar que las actividades realmente impacten en la vida de las personas.
A pesar de tener presencia principalmente en tres ciudades, el objetivo a largo plazo es ambicioso: llegar presencialmente a las 24 provincias del Ecuador con propuestas culturales vivas, inclusivas y transformadoras. “Nuestra visión es clara: que la cultura no tenga fronteras geográficas ni barreras sociales”, asegura Chiriboga.
El trabajo realizado hasta ahora confirma que este espacio de encuentro y creación se ha convertido en uno de los referentes culturales más relevantes del país. En un contexto donde el acceso al arte aún depende de la ubicación, el nivel socioeconómico o el idioma, el Centro Ecuatoriano Norteamericano rompe esquemas y construye puentes.