
¿Dónde están mis hijos? Madres ecuatorianas que crían a distancia por la migración
En Ecuador, las remesas alcanzaron un récord histórico de $6.539 millones en 2024. Se ven obligadas a dejar a sus hijos
En un país marcado por la violencia, la migración y la incertidumbre, ser madre en Ecuador es un acto diario de resistencia. Este especial reúne historias reales de mujeres que crían con miedo, amor y coraje en medio del caos. Madres que han perdido a sus hijos, que los ven partir en busca de un futuro mejor, que enfrentan la delincuencia desde la trinchera de sus hogares o desde sus uniformes. A través de testimonios, datos y análisis, EXPRESO rinde homenaje a las mujeres que sostienen este país desde el corazón y la lucha silenciosa.
En el país, 1,9 millones de ecuatorianos viajaron a 207 países entre enero y diciembre de 2024, según los datos oficiales del Ministerio del Interior. Dentro de esta situación se encuentran madres de familia que tuvieron que separarse de sus hijos. ¿Cómo se adaptaron a esta nueva realidad?
Editsa Ramírez: "La comunicación con mis hijos es un desafío. No tengo para comprarme una tarjeta o una línea"

Desde tempranas horas, el aroma del café y del pan recién horneado invade la casa. Los hijos, con manos aún torpes pero corazones rebosantes de amor, preparan desayunos especiales. Algunos ensayan poemas, otros buscan en los rincones más profundos de su memoria las palabras exactas para expresar lo que sienten.
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No siempre lo logran, pero la madre, con su paciencia infinita, comprende que el amor se esconde en cada gesto. Así recuerda Editsa Ramírez el último Día de la Madre que compartió con sus cinco hijos. Nacida en Venezuela, se vio obligada a salir de su país en busca de días mejores y encontró refugio en Ecuador.
La madre de familia, con su voz entrecortada, recuerda la difícil situación que la obligó a dejar su hogar. "Me tocó migrar", dice, mientras acomoda con manos firmes la cartera que es lo único que la acompaña. Ahora vende arepas, pan y café, esperando que el día traiga buenas ventas. A veces se queda un poco más tarde, alargando la jornada en un intento de mejorar la situación.
Pero lejos de las luces cálidas del pequeño negocio, la realidad es otra. Sus hijos quedaron en su país, y con ellos, la tristeza de la separación. "Es difícil no pasar con ellos y peor en fechas importantes como el Día de la Madre", confiesa con la mirada perdida. La comunicación, que debería ser un alivio, se ha vuelto un desafío diario.
Desde el piso 180 del condominio donde vive, la señal no llega, obligándola a bajar a la entrada del edificio cada vez que quiere escuchar sus voces. Y como si la distancia física no fuera suficiente, la falta de recursos la aleja aún más. "No tengo para comprarme una tarjeta o una línea", lamenta. Las palabras se quedan flotando en el aire, cargadas de una resignación amarga. La lucha sigue, el día continúa, y en cada venta de pan y café se esconde la esperanza de un mañana distinto.
Adela Luzardo: "Yo no estuve de acuerdo en que se vaya, pero no me quedó otra alternativa que dejarlo partir"

En la sala de su casa, Adelita Luzardo de Vásquez, de 82 años, cuelga con cuidado el retrato de su hijo Jorge Fabián. Han pasado 25 años desde que él decidió emprender viaje hacia Estados Unidos en busca de una carrera exitosa. Aún recuerda con claridad aquel momento: solo faltaba la ceremonia de graduación, el traje estaba listo, comprado con esmero por sus padres. Pero, sin previo aviso, Jorge Fabián tomó la decisión de partir.
Editsa Ramírez
"Mi esposo siempre le dio gusto en lo que mi hijo quería, y esta no fue la excepción. Yo no estuve de acuerdo, pero no me quedó otra alternativa que dejarlo partir", confiesa Adelita, con la mirada fija en la imagen de su hijo. "Los hijos son prestados, y cuando quieren alzar el ala y volar, hay que dejarlos", añade con una mezcla de nostalgia y resignación.
El camino de la migración no es fácil, y Adelita lo sabe bien. En su corazón, el miedo siempre ha estado latente: triunfar o fracasar, dos extremos que acompañan a quienes se aventuran en tierras desconocidas. Pero hay algo aún más difícil de sobrellevar: la distancia en los momentos importantes, los cumpleaños, el Día de la Madre, las emergencias inesperadas. "Lo más duro es no poder acompañarlo y asistirlo en emergencias", admite.
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A lo largo de los años, su hijo ha enfrentado muchas dificultades. Ha sido víctima de robos, lo han despedido de trabajos, y recientemente, sufrió un accidente automovilístico que lo llevó a una cirugía. "Gracias a Dios salió bien", suspira Adelita, con la fe intacta. "Le encomiendo mi hijo a Dios, y en mis oraciones pido por su vida", dice con el fervor de una madre cuya mayor esperanza es el bienestar de su hijo, sin importar la distancia que los separa.
Ana Piedrahita: "Desde que me convertí en madre, cada decisión que tomo es pensando en él"
A sus 30 años, Ana Piedrahita recuerda con claridad el año 2014, cuando la maternidad llegó a su vida en medio de tiempos difíciles para Venezuela. Originaria de Mérida, se enfrentó a una realidad que la llevó a buscar sustento en diferentes oficios: trabajó la tierra, vendió comida en puestos ambulantes y se ganó el día en un mercado.
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Cada esfuerzo, cada jornada extenuante tenía un propósito claro: su hijo. "Desde que me convertí en madre, cada decisión que tomo es pensando en él", dice con firmeza. La crisis política y económica del país la obligó a tomar una de las decisiones más difíciles: dejar su tierra atrás. Como muchos venezolanos, cruzó fronteras con la esperanza de un futuro mejor, llevando consigo la fortaleza de una madre que nunca deja de luchar.
Es inevitable no desviar la mirada hacia sus ojos, que poco a poco se llenan de lágrimas, y hacia su voz entrecortada. Por varios segundos, el silencio se vuelve ensordecedor, como si reviviera, una y otra vez, los días vividos.
En ese difícil camino, llega a Ecuador con la esperanza intacta de alcanzar estabilidad económica. Al principio, las cosas no fueron como imaginaba, pero siguió adelante. Más tarde, buscó nuevas oportunidades y encontró trabajo en una lavandería. "Haber conseguido algo es lo que me da tranquilidad. No se trata solo del dinero, sino de encontrar un lugar y evitar tener que subir a los buses o pedir comida sin la certeza de poder sobrellevar el día", expresa Ana.
Taudila Cevallos: "Mis hijos siempre se han preocupado por mí y por sus hermanos. Dios los bendiga"

El sonido del agua cayendo sobre el suelo interrumpe el relato de Taudila Cevallos. Ha pausado su jornada de limpieza para recibir la entrevista. Con un gesto sereno, se acomoda al borde de una silla dentro de su hogar y, con la mirada fija en algún punto perdido, comienza a contar su historia.
Adela Luzardo
"Soy de Manabí, del cantón Paján. Soy madre de nueve hijos. Johnny Pincay vive en Estados Unidos y Sandra Pincay en España. El mayor emigró cuando tenía 22 años y Sandra se fue cuando tenía 18", comenta con voz pausada, como si recorriera con cada palabra los recuerdos de su vida.
Fue madre por primera vez a los 14 años, en un momento en que la situación económica de su familia se tornaba cada vez más difícil. La infancia quedó atrás demasiado pronto, reemplazada por la urgencia de sobrevivir y de ofrecerles un mejor futuro a sus hijos.
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Al principio, todo parecía un sueño. Ella imaginaba que sus hijos estarían lejos solo por un par de años y luego regresarían a su lado, como si el tiempo fuera un puente que siempre los devolvería a casa. Pero la realidad tomó otro rumbo.
Johnny encontró en tierras lejanas un mejor estilo de vida, una oportunidad para crecer y, sobre todo, una vía para ayudar a su madre a salir adelante. Sandra, por su parte, también decidió quedarse y construir su propio camino lejos de donde creció, sin dejar de enviarle dinero a su mamá y apoyar a sus hermanos en todo momento. En España se dedicó gran parte de su vida a cuidar abuelitos.
"Mis hijos siempre se han preocupado por mí y por sus hermanos. Dios los bendiga y los cuide", dice con un dejo de nostalgia. Aunque la distancia se ha convertido en su compañera diaria, las llamadas y mensajes nunca faltan. "Ellos me llaman y no olvidan a su mamá", repite, con la certeza de que, aunque estén lejos, el amor sigue intacto.
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