
El sombrero de paja toquilla se teje en Ecuador como la vida: fino y con alma
Ecuador exporta a más de 50 países su sombrero de paja toquilla. La empresa Homero Ortega tiene más de 100 años en el mercado
A simple vista, la fibra parece casi invisible. Podría tener el grosor de un cabello humano, o incluso menos. Esa es la primera pista de por qué un sombrero de paja toquilla puede tardar meses en nacer y por qué su valor no se mide solo en dólares, sino en tiempo, destreza y paciencia. Todo es hecho a mano. En la empresa Homero Ortega no hay máquinas que reemplacen la memoria de los dedos ni la concentración silenciosa de quienes tejen.
Mientras más fina es la fibra, más lento es el tejido. Un sombrero ultrafino puede tomar hasta seis meses de trabajo. No se trata solo de técnica, sino de una práctica profundamente incorporada a la vida cotidiana: hay artesanas que tejen mientras conversan, caminan o miran la novela.
Las manos avanzan casi solas, guiadas por una sabiduría heredada que no necesita ser medida ni calculada, relata con pasión Gabriela Molina Ortega, una de las mujeres que hoy llevan el timón de un negocio que nació en 1899.
La presidenta de la empresa es Alicia Ortega; la encargada de las ventas nacionales, Gladis Ortega; de las ventas internacionales, Carolina Maldonado; y la gerencia general está a cargo de Angélica Molina Ortega.
Son cinco mujeres que ponen en alto el nombre del Ecuador con un sombrero. “Aquí hay un matriarcado. Un 60 % de quienes trabajan en la empresa son mujeres. Es el legado que me dejó mi abuelo”, explica con orgullo Gabriela.
La empresa ha visto el crecimiento de cinco generaciones desde que Aurelio empezó a trabajar con su hijo Homero, quien fundó este negocio que ahora tiene hasta un museo: La Magia del Sombrero. Allí se ven fotos de personajes que han usado esta prenda, como Julia Roberts, Madonna y Luis Miguel.
El tejido del sombrero de paja toquilla es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad
El legado fue reconocido el 5 de diciembre de 2012, cuando la Unesco declaró el tejido del sombrero de paja toquilla como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. No se reconoció el objeto, sino la técnica: el saber transmitido de generación en generación. Un símbolo que une la Costa y la Sierra, el campo y la ciudad, el pasado y el presente.
La paja toquilla proviene de una planta llamada Carludovica palmata, que crece en la Costa ecuatorial. Del tallo se obtiene la fibra, que luego se cocina para retirar la clorofila. El verde desaparece y deja un tono crudo, dorado. Después viene el corte minucioso: dividir cada hebra para que todas tengan el mismo grosor y, al final, el sombrero parezca tejido de una sola fibra continua.
El proceso no es individual. Para que cada sombrero esté terminado intervienen, como mínimo, ocho personas. Y si se cuenta desde quien cultiva la planta, pueden ser muchas más. Es una especie de minga silenciosa, donde cada familia aporta una fase del proceso. Por eso, lucir un sombrero de paja toquilla no es ponerse una prenda: es portar años de historia, tradición y el alma de quienes participaron en su confección.

Detrás de esta tradición hay familias enteras dedicadas, por más de un siglo, a mantenerla viva, como los Ortega.
La empresa Homero Ortega nació en una casa donde la fábrica funcionaba en la planta baja, mientras la vida familiar se desarrollaba arriba; donde los niños crecieron jugando entre sombreros y aprendieron, casi sin darse cuenta, sobre texturas, colores y calidades. Aquí el trabajo no se impuso, sino que se heredó con amor. El juego de Angélica, junto a otros niños de la familia, era lanzarse desde un balcón a una pila de sombreros que amortiguaban la caída.
Actualmente los sombreros de Homero Ortega se exportan a más de 56 países en los cinco continentes. Europa y Estados Unidos son los mercados más fuertes, pero también son muy solicitados en Medio Oriente y Oceanía. Algunos clientes viajan expresamente a Cuenca para comprar un sombrero ultrafino, valuado en miles de dólares. Son pocos, pero existen, y confirman que el mundo todavía sabe reconocer lo excepcional.
El precio varía
La diferencia de precios (desde 30 hasta más de 3.000 dólares) se explica, ante todo, por el tejido. Luego vienen el diseño, los adornos y los acabados. Cada flor, cada ribete, cada detalle decorativo también se elabora a mano y añade valor. No hay dos sombreros iguales, porque la artesanía no admite la estandarización. Ni siquiera la misma persona, tejiendo el mismo modelo, podrá crear nunca dos piezas idénticas. Las pequeñas ‘imperfecciones’ son, precisamente, parte de la magia.
El camino no ha sido fácil para la empresa Homero Ortega. La pandemia golpeó con fuerza, además de que el producto chino ha inundado mercados y disminuido la demanda de artesanía tradicional. Por ello, muchos tejedores dejaron el oficio.
Sin embargo, la respuesta ha sido innovar: con nuevos diseños, nuevas hormas, colores por temporada, accesorios, carteras, ‘upcycling’ (suprarreciclaje) y reutilización de piezas que no alcanzaron a pasar el control de calidad.
Hoy más de 40 personas trabajan directamente en Homero Ortega, muchas de ellas con décadas de antigüedad. El crecimiento del negocio es sostenido y se sitúa entre el 12 % y el 15 % anual. No se busca una rentabilidad desmedida, sino mantener viva una tradición que es parte de la identidad nacional.
En un país fragmentado por múltiples crisis, el sombrero de paja toquilla sigue siendo un punto de encuentro. Algo que, sin importar la región o la edad, despierta orgullo. Porque cada sombrero es único, dado que está hecho a mano, tiene historia y, como dicen quienes lo confeccionan, no es solamente un producto de excelencia: es un producto con alma.