Diario de una cuarentena
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CUARENTENA, DÍA 9: ZOOM es el espejo del alma

Los políticos nos muestran rincones de sus casas que, a veces, dicen más de ellos que sus predecibles discursos

Roberto Aguilar publicará este diario hasta el final de la cuarentena por el coronavirus. Puedes leer todas las entregas aquí.

Los políticos también están encerrados en sus casas, como cualquier hijo de vecino, y desde ahí nos hablan. Se han puesto de moda las “ruedas de prensa virtuales”, que tienen mucho de virtuales ruedas de prensa porque raramente sus protagonistas contestan a las preguntas que se les plantea. A veces las cosas que tienen a su alrededor, los libros, las pinturas, los rincones que se alcanzan a ver de su estudio, de su sala, dicen más de ellos mismos que sus propios, predecibles discursos ensayados. ¿No fue el famoso ático belga del expresidente prófugo una demostración incontrastable de cómo el árido, estrecho, irritante y vacío paisaje exterior de una cabeza puede ser una viva representación de su amoblado interno? Quizás lo que sigue no pasa de ser un ejercicio de procrastinación extrema en días de encierro obligatorio; quizás es un serísimo intento por comprender la psicología del poder. Tras ocho días de cuarentena, ya no lo sé ni me importa. Lo cierto es que me pasé la tarde entera dedicado a fisgonear, en los videos de la última semana, las casas de los políticos. Al menos la minúscula parte que nos permiten ver de ellas.

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La idea se me ocurrió a propósito de la “Sesión número 659 en modalidad virtual del Pleno de la Asamblea Nacional” transmitida el martes 24 de marzo desde 117 domicilios diferentes gracias a la aplicación Zoom, que permite conectarse entre sí a un número ilimitado de personas. La observación fue francamente desalentadora: bibliotecas más bien magras; cuadros de gusto más bien dudoso… Cuando el entorno no era neutro (la simple superficie de una pared, el ángulo de un cielo raso), resultaba poco halagüeño. El espectáculo lo dio (y no precisamente por su casa) el asambleísta de CREO por la provincia de Pastaza Henry Moreno.

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Pantalla dividida en 20 compartimentos ocupados por otros tantos asambleístas. El de la esquina inferior izquierda muestra, en su mayor parte, un cielo raso desnudo. Y abajo, a lo lejos, no más vestido que el techo (y con no vestido quiero decir exactamente eso: sin nada encima) Henry Moreno se pone los pantalones con la parsimonia de un actor que se prepara para saltar al escenario. Arriba, una incrédula Mae Montaño parece mirar sin querer ver. En el centro, la oficialista Gabriela Saltos abre unos ojos como platos, se saca confusamente los lentes y se retira con pudor (eso es tacto, dirían Les Luthiers). Maravillas de la tecnología: estamos con toda certeza ante el primer caso de un parlamentario, en 190 años de vida republicana, que se pone los pantalones en una sesión plenaria. Todo gracias al Zoom y al coronavirus. Si así llueve en cuarentena, que no escampe.

Evidentemente, nada podía superar esto. Lo siguiente que mereció mención en esa sesión de la Asamblea, luego de una interminable sucesión de aburridos paisajes, fue la comparecencia de José Serrano. Si llevaba pantalón o no, nadie lo puede decir: apenas se veía el primer plano de su rostro. Tampoco se vio su casa: él había preparado una puesta en escena muy distinta. A sus espaldas, como una proyección en pantalla gigante, aparecía el famoso mapa plagado de círculos rojos de diferente tamaño, uno por cada país, para mostrar la evolución de los contagios de coronavirus en el mundo. Como si transmitiera desde un improbable cuarto de guerra de la Organización Mundial de la Salud.

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Así, pueriles en extremo, suelen ser los políticos cuando se preocupan por producir hasta el último detalle de su puesta en escena. O, simplemente, por mostrar aquellos rincones de sus casas que mejor proyecten su personalidad a los posibles votantes, pues eso somos todos para ellos. Cynthia Viteri, por ejemplo, desde que pescó el virus se movió del estudio a una sala de estar adornada con dibujos infantiles, una docena de ellos, que transmiten mejor que un puñado de libros su maternal devoción por los más débiles y su vocación por las labores de cuidado. Jorge Yunda, en cambio, elige siempre el mismo ventanal privilegiado, uno enorme que da directamente sobre el verde paisaje de un bosquecillo. En sus transmisiones nocturnas, en ese vidrio se reflejan los amplios espacios del interior de su casa, su techo altísimo, la confortable disposición digna de un acaparador de frecuencias radiofónicas.

Pero nada más enigmático que la puesta en escena del presidente de la República. Al principio de la crisis solía grabar sus intervenciones televisivas en su despacho del palacio de Carondelet: nobles repisas de fina madera tallada, notables piezas arqueológicas precolombinas y, a la izquierda, los setenta volúmenes de la antigua Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa Calpe, una exquisitez. Luego se perdió por varios días (se dijo que andaba por Galápagos) y reapareció en lo que parece un estudio montado en un set de televisión: muebles corrientes de outlet, una pantalla de plasma, fotografías familiares, alguna figurita devocional católica… Quien haya seguido la trayectoria suiza del presidente y conozca de su afición por los muebles exclusivos y costosos, sabe que ese cutre escritorio de madera aglomerada no puede ser el suyo. Sin embargo, el escenario ha sido diseñado para aparentar su casa. O su oficina, que tampoco. ¿Por qué querrían hacer eso? ¿Dónde está Lenín Moreno?