
Putin en Alaska y Zelesnky a Washington
ANÁLISIS: La Unión Europea aprendió la lección de los últimos años: unidad, dinero y presencia.
La foto de Alaska fue el mensaje: Trump y Putin, frente a frente, sin Zelensky ni terceros, como si el reloj se hubiera devuelto a la era de las cumbres bilaterales que repartían geopolítica a puerta cerrada. Para el Kremlin, fue oxígeno simbólico tras años de aislamiento; para Trump, el marco perfecto de “gran negociador”. Pero el simbolismo no selló nada: no hubo acuerdo, no hubo alto el fuego, y la guerra siguió devorando titulares. La postal, sí; la sustancia, todavía no.
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El segundo acto se jugó en Washington. Esta vez, Zelensky entró por la puerta principal y no lo hizo solo: un contingente de líderes europeos lo acompañó como mensaje político y chaleco antibalas diplomático. No iban a permitir que el formato de Alaska fijara los términos de la paz. En la Casa Blanca, Trump prometió contribuir a garantías de seguridad para Ucrania y dejó claro que Estados Unidos no pondría botas en el terreno, aunque sí podría respaldar desde el aire. Washington volvía a ser escenario, y Europa, lejos de “niñera”, actuó como contrapeso y garante.
¿Y qué consiguió Kiev?
Dos piezas que juntas cambian el tablero. Primero, el compromiso —aún en diseño— de un esquema de protección “estilo OTAN” sin la membresía formal: un paraguas político-militar que disuada a Moscú y estabilice a los aliados. Segundo, un paquete de armamento gigantesco: la cifra base de 90.000 millones de dólares, con financiación mayoritariamente europea, y versiones que empujan el monto total hacia los 100.000 millones si prosperan acuerdos industriales de drones. Es decir, seguridad y capacidad de fuego a cambio de compromisos aún no firmados, pero que ya ordenan expectativas.
Putin, en cambio, salió de Alaska con la legitimidad de la invitación, pero sin su botín diplomático: ni reconocimiento de territorios ocupados ni congelamiento del conflicto bajo sus condiciones. De hecho, el andamiaje de garantías que orbitó en Washington lo incomoda: si lo rechaza, quedará en evidencia que no busca paz; si lo acepta, legitimará una arquitectura de seguridad occidental sobre Ucrania que limita su margen de presión futura. No es casual que Moscú tilde de “vía muerta” cualquier diseño pactado sin su pluma, ni que filtre exigencias maximalistas sobre el Donbás para subir el precio de su silla en la mesa.
Trump hizo lo suyo: levantó la vara del espectáculo —anunció que “ayudaría a asegurar” a Ucrania, insinuó encuentros directos, descartó tropas— y dejó abiertas varias puertas a la vez. Para sus seguidores, es prueba de liderazgo; para sus críticos, un libreto que coloca a Kiev bajo presión mientras él se reserva la narrativa del “yo traje la paz”. El riesgo es evidente: que la forma devore al fondo y que el proceso se convierta en una secuencia de titulares sin arquitectura sostenible.
La Unión Europea, por su parte, aprendió la lección de los últimos años: unidad, dinero y presencia. El acompañamiento a Zelensky no fue protocolo; fue política. Con esa coreografía, Bruselas envió dos mensajes: que no avalará particiones a la carta y que está dispuesta a financiar —y en parte conducir— las garantías. No es altruismo, es autoprotección: si Ucrania cae en un mal arreglo, el costo se paga en la frontera oriental de la Unión Europea .
Zelensky, por su lado, ganó respaldo, pero enfrenta su dilema clásico: puede conseguir protección y potencia de fuego a costa de abrir la discusión sobre territorio. Su victoria sería evitar esa moneda de cambio; su derrota, quedarse con paraguas y sin mapa. Por eso la prisa por “desempacar” garantías en días, por eso la insistencia europea en un alto el fuego que no consagre líneas de ocupación.
Hay un ángulo que no debe pasarse por alto: si Rusia no avanzó en el momento de mayor debilidad ucraniana —con crisis de aprovisionamiento y de reclutamiento— es porque Moscú también está exhausta. Tras más de tres años de guerra, las sanciones, el aislamiento y las pérdidas humanas desgastan su maquinaria. El Kremlin necesita mostrar músculo, pero sabe que la fatiga interna le impide capitalizar incluso las coyunturas favorables. El estancamiento es ya parte de la ecuación, y esa inercia pesará en cualquier negociación.
Si hay un veredicto provisional, es este: la cumbre que muchos vendieron como triunfo ruso terminó encorsetando a Moscú y empoderando a Kiev con una red de seguridad que, de cuajar, será la verdadera novedad estratégica. La paz no está firmada; el guión, tampoco. Pero el teatro ya cambió de obra.
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