Quito

CAMBIO DE GUARDIA (10712248)
Llamativo. Para los extranjeros y también para nacionales que llegan de otras provincias esta actividad es uno de los principales atractivos del centro.Gustavo Guamán

La Plaza de la Independencia muda de piel día a día 

La Plaza de la Independencia, en el centro de Quito es un hito de la historia del país. Sus calles son testigos de hechos políticos, protesta y arte 

Como si se tratara de un escenario móvil, que día a día muda de piel, la Plaza Grande, el corazón del Centro Histórico de Quito, es el principal testigo del civismo, protesta, predicación, encuentro, comercio informal y arte. Todo en un solo lugar.

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Es martes y hasta la plaza flanqueada por la Iglesia de la Catedral y los palacios: Carondelet, Arzobispal y Municipal, llegan turistas nacionales y extranjeros para presenciar el cambio de Guardia Presidencial, una ceremonia militar que se realiza desde el gobierno de Gabriel García Moreno, en el siglo XIX.

El sonido de los tambores y trompetas envuelve el lugar que, en cuestión de segundos, se ambienta a la época independentista con la intervención de los Granaderos de Tarqui, quienes vistiendo el mismo uniforme que usaron los que combatieron junto al Mariscal Antonio José de Sucre, desfilan por la plaza montados en caballos y portando banderas nacionales.

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La ceremonia dura cerca de 30 minutos, tiempo suficiente para que los asistentes capturen con su celular las mejores imágenes. La guardia presidencial abandona la plaza y “todo vuelve a su lugar”, dice Gilberto Escobar, uno de los ocho lustrabotas que trabajan sobre la calle Chile y ha visto pasar a nueve presidentes. Los jubilados, entre ellos Rogelio Benítez y Luis Rosero, ocupan las bancas de piedra, cerca del monumento de la Independencia. El tema de conversación de los amigos desde la época universitaria es la situación política del país. Benítez prende un cigarrillo, Rosero compra un diario local y ambos se levantan y caminan hasta una cafetería del sector.

desaparecidos
Encuentro. Desde 2012 los familiares de desaparecidos se reúnen en este espacio para exigir respuestas por sus allegados que jamás retornaron a casa.Karina Defas

Un espacio para la protesta. Al otro día, al pie del Palacio de Gobierno, cinco integrantes de la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador (Asfadec) colocan, en el piso, carteles con los rostros de sus familiares desaparecidos. Todos los miércoles, desde 2012, la plaza es la palestra para quienes no olvidan que les falta un hijo, hija, padre, madre, hermano, compañero o amigo. Lidia Rueda, representante de la asociación, se encarga de la convocatoria. La socióloga llega desde el sur y brinda asesoría a quienes experimentan lo que es desconocer el paradero de un familiar. Su prima desapareció hace 50 años.

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Las consignas dirigidas desde un micrófono conectado a un parlante llaman la atención de los transeúntes, uno que otro se detiene a mirar los rostros de las pancartas. Uno a uno los integrantes de la asociación toman el micrófono y reviven la pesadilla que parece no tener fin.

Es jueves y en el mismo espacio que ocupaban familiares de desaparecidos está Angélica Maldonado junto a su mamá Luisa López, ellas sostienen un cartel con la leyenda: “La Senescyt es un negocio, queremos pagar nuestra deuda, pero no hay gestión ni voluntad política”. Ambas son parte del colectivo ciudadano Afectados Créditos Educativos. Maldonado obtuvo un préstamo para estudiar en Inglaterra, pero desde la pandemia no puede cancelar su deuda, pues perdió su trabajo y la deuda se ha vuelto eterna. “Pago y pago, pero el capital sigue, lo único que cubro son intereses y si un mes fallo, la suma se eleva y de nada sirve el esfuerzo”.

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Comercio. Es una novedad vender símbolos patrios durante el cambio de guardia.ANGELO CHAMBA

Tres días después, en un domingo de peatonización del casco colonial, la cantidad de transeúntes y vendedores ambulantes aumenta en la Plaza de la Independencia. Son las 09:00 y el sonido de unas campanas anuncia la misa en la Iglesia de la Catedral. Tomados de la mano, Xavier Gómez y Analía Orbe suben las gradas de piedra que llevan a la puerta del templo religioso; los novios desde hace cuatro años vienen a misa todos los domingos desde el sector de Capelo, en el Valle de los Chillos. “Este es el legado de mi abuela que murió por COVID; nosotras siempre veníamos a misa, ahora quien me acompaña es mi novio”, dice la joven.

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A 50 pasos de La Catedral está Luis, quien prefiere no dar su apellido, argumenta que él y todos los predicadores son perseguidos y por seguridad no da más datos. Viste un terno café y en su mano derecha sostiene una Biblia. “Dios me sacó de las drogas y la cárcel, por eso, ahora, desde hace 12 años, todos los sábados y domingos predico su evangelio aquí”.

Junto a él está su esposa, “nos llaman locos, pero el amor a Cristo nos cubre”, dice la mujer que recuerda que cada vez que van a la plaza se arriesgan a que la Policía Metropolitana les quite el parlante que usan y la pancarta de la asociación evangelista a la que pertenecen. Sin embargo, no desisten, pues aseguran que el único sacrificio que quita el pecado del mundo fue la muerte de Jesús.

predicas en la Plaza de la Independencia
Este es un espacio donde los evangélicos también predican la palabra de Dios, pese a las críticas que reciben de los peatonesGustavo Guamán

A un lado de las escalinatas de la Catedral, poco a poco llegan cerca de 50 personas, Pamela Pilay luce un vestido largo y un sombrero que la protege del sol. Ella organiza a un grupo de jóvenes que, con instrumentos en mano, ocupan ese espacio e inician su interpretación. Los asistentes aplauden y cantan: “le entregué a Cristo mi corazón y él me cambió”. El grupo de cristianos se adueña de este fragmento de la Plaza Grande todos los domingos. Lo hacen después de salir de su templo, ubicado en la Rodrigo de Chávez y 5 de Junio. Durante una hora seguida cantan, predican y entregan folletos a quienes transitan por el lugar; lo hacen mientras algunos agentes metropolitanos buscan hablar con el representante para pedirle que dejen de “contaminar con ruido”, dice un agente metropolitano de control.

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Los domingos, las gradas y el pasillo de La Catedral son la tribuna y el palco del teatro de la calle. Mientras el sol se oculta, lo mismo sucede con los habitantes permanentes y momentáneos de la plaza. Cuando las luces del alumbrado público se encienden prácticamente el lugar luce desolado. Es como si el telón imaginario que cubre toda la plaza se cerrara para volver a abrirse los lunes.