Jaime Antonio Rumbea | Patrón

Ya no encarna una causa, sino una imagen; y en vez de representar, se representa
El esclavo no quiere libertad. Quiere tener otro esclavo. Lo sabían los antiguos y lo dejaron escrito en sus libros más lúcidos, que para el lector ausente -y con alguna ironía- ChatGPT podría resumir.
La otra cara de la moneda es la del hombre libre, el ciudadano, frente a su propio gobierno: no quiere libertad, quiere sumisión. No busca hacerse cargo, sino que alguien lo haga por él… aunque, naturalmente, como él quiere. Exige orden, pero lo rehúye. Rechaza el poder, pero lo idolatra. Le incomoda mandar, pero no tolera que lo manden mal. Y cuando se siente decepcionado, en vez de proponer, castiga.
Entra entonces el político en escena. Cuando camina hacia el poder, lo hace sirviendo. Pero al cruzar ese umbral invisible -accediendo gracias a un voto de confianza que solo la empatía puede inspirar- se transforma, como el esclavo y como el ciudadano. De servidor pasa a siervo de sí mismo. Ya no encarna una causa, sino una imagen; y en vez de representar, se representa. Desaparece la empatía.
Por eso nuestros sistemas políticos -sí, esos en los que buscamos rigor y encontramos espectáculo- se debaten entre imposturas, dramatizaciones y previsibles traiciones. Porque algo en nuestra naturaleza nos mantiene atrapados en roles de dependencia, sin madurar. Y madurar significa, bien decía Einstein, aprender a resistir a los símbolos del poder, a no confundir libertad con autoridad, representación con publicidad, delegación con renuncia.
Incluso algo tan permanente como el fenómeno que he pretendido relatar sufre inflexiones: a veces el esclavo, el ciudadano o el líder, que son el mismo humano, resisten el patrón. En lugar de querer otro esclavo, asumen con responsabilidad la libertad. Es entonces cuando emerge el político virtuoso, el ciudadano maduro, el gobierno digno. No es común, y tal vez por eso es precioso.
El verdadero trabajo consiste en prolongar esos momentos y multiplicarlos cuanto sea posible. Porque son los que la sociedad asocia y premia con éxito, gobernabilidad y legitimidad.