
Las bandas de pueblo renuevan las tradiciones al ritmo de las fiestas de Quito
Los grupos musicales se conservan entre generaciones y reclaman su lugar en las festividades
Las bandas de pueblo son, desde hace más de un siglo, el pulso sonoro de Quito. Cada diciembre, cuando la ciudad revive su identidad festiva, los tambores vuelven a retumbar en el pecho de quienes los escuchan y las trompetas abren paso al ánimo de celebración.
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Sus melodías -clarinetes que dibujan pasacalles, saxofones que acarician albazos, bombo y platillos que levantan al más tímido- se convierten en un lenguaje compartido. No se conciben las Fiestas de Quito sin esa explosión de ritmo que invita a bailar. “Sin banda no hay fiestas de Quito”, repiten los vecinos en cada barrio, como una verdad heredada.
Estuardo Rivadeneira, investigador musical de la Casa de las Bandas, explica que el origen de estas agrupaciones se pierde en fotografías antiguas: inicios del siglo XX, músicos vestidos con uniformes militares, tocando en procesiones, matrimonios, entierros y retretas.
En aquel Quito sin luz eléctrica hasta 1955, la banda era la única manera de hacer vibrar una calle o una plaza. Y aunque hoy se asocian casi exclusivamente a música ecuatoriana en versión acumbiada, su repertorio fue antes sorprendentemente amplio.
“Los instructores venían del ejército. Por eso hay partituras de boleros, swing, tangos, milongas. Tocaban de todo”, cuenta Rivadeneira, quien conserva vinilos que lo prueban. Con la llegada de timbaletas y güiros, el sonido se volvió más tropical, más cumbiero, más cercano a la fiesta contemporánea.
La bandas recobraron su lugar
Sin embargo, no todo ha sido continuidad. Hubo un declive, admite el investigador: más de una década en la que los discos móviles -más económicos- desplazaron a las bandas en algunas parroquias. Pero en los últimos cinco años el panorama cambió de nuevo. Bandas históricas como las de Nayón, Zámbiza, Conocoto recuperaron fuerza. Muchas de ellas, con más de un siglo de existencia, fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de Quito en 2011.
Esa vitalidad también se refleja en la Banda Municipal, la agrupación más emblemática de la ciudad, que el 11 de julio de 2025 cumplió 92 años. Su director, Miguel Cabrera, resume la esencia de su legado: “La banda es el alma de la fiesta”. Con 36 integrantes -aunque debería tener al menos 50- ensayan diariamente entre 08:00 y 16:30, afinan repertorios, montan arreglos nuevos y se preparan para atender alrededor de 50 presentaciones en las fiestas.

Tocan de todo: pasacalles, sanjuanitos, albazos, cumbias, salsas, merengue, incluso reguetón. Pero hay temas que nunca fallan: El Chulla Quiteño, Toro Barroso, La Cuchara de Palo. Donde suenan, hay baile asegurado.
El ambiente dentro de la banda es casi familiar. Mishell Torres, saxofonista, asegura que formar parte de esta agrupación es “un privilegio y una emoción que vibra en otra frecuencia”. Para ella, la tradición no se pierde mientras exista conexión con la comunidad. La música transforma, dice, y se nota en los aplausos, en el brillo de quien revive un recuerdo mientras baila la música nacional.
En medio de las transformaciones, hay algo que permanece intacto: la emoción de los músicos. Lo cuenta Cirilo Puchaicela, músico de la Banda Municipal, quien lleva 31 años en la agrupación. “Esta institución me ha dado todo.
El aplauso de la gente nunca cambia. Nunca nos han abucheado”, dice entre risas. Habla del corno como quien describe un viejo amigo: instrumento que sostiene la armonía, que adorna, que envuelve a los asistentes.

Las bandas de pueblo, por su parte, también libran su propia batalla por mantenerse a flote. Efraín Taipe, integrante de la Nueva Sensación del Inca, cuenta con resignación que este año las contrataciones disminuyeron drásticamente.
Antes, recuerda, podían llegar a 50 presentaciones y recorrer la ciudad hasta la madrugada a bordo de chivas que animaban cada esquina. Ahora, dice, las restricciones que han limitado su presencia en barrios y desfiles les han ido cerrando espacios. “Las tradiciones se están perdiendo poco a poco”, lamenta con nostalgia.
Aun así, su banda no baja los brazos: ensayan todos los viernes para mantener vivo el repertorio que la gente siempre pide Lindo Quito de mi Vida, Chimbacalle. La esencia, asegura Taipe, sigue intacta. Lo que ha cambiado no es la música, sino la ciudad que la escucha.
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