San Fernando
Las casas de San Fernando, en Tungurahua, datan de más de cien años de antiguedad.EXPRESO YADIRA ILLESCAS

San Fernando, el pueblo de adobe en Tungurahua donde las casas resisten al olvido

Este poblado de Tungurahua mantiene de pie sus viviendas de más de 100 años. El mercado es otra de sus riquezas

A tan solo diez kilómetros del bullicio urbano de Ambato, San Fernando parece habitar otro tiempo. Aquí, en esta parroquia rodeada de montañas y sembríos dorados de trigo y maíz, las casas de adobe no son reliquias del pasado, sino construcciones vivas que albergan historias, memorias y generaciones enteras.

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En sus gruesos muros de barro, piedra, caña y paja late aún el corazón de la arquitectura andina. Caminar por las calles empedradas de San Fernando es recorrer un museo al aire libre, donde las viviendas, de más de un siglo, se mantienen firmes a pesar de los temblores del tiempo.

Sus muros anchos, hechos con barro amasado y reforzados con pencos secos, resisten lluvias, vientos y hasta sismos. Las tejas de barro descansan sobre estructuras de madera tallada a mano, construidas por abuelos y bisabuelos que conocían los secretos del clima y la tierra.

“La tierra nos da todo: la comida y hasta las casas”, comenta Rodrigo Toapanta, de 86 años, mientras acaricia con la mirada la fachada de su vivienda. “Mi papá y mi abuelo hicieron esta casa. Cuando se cayó la iglesia con el terremoto del 49, esta casa quedó firme. Y aquí seguimos, porque no se trata solo de vivir, sino de sostener lo que somos”, reflexiona.

Toapanta recuerda cómo el centro de San Fernando no estaba pavimentado y cómo, tras el desastre, los pobladores no huyeron, sino que reconstruyeron. “Volvimos a levantar, con fe y con barro. Eso no se olvida”, dice con firmeza.

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Las casas de San Fernando están tan bien construidas, artesanalmente, que han resistido terremotos.YADIRA ILLESCAS

Y es que en San Fernando, cada casa de adobe es más que un techo: es testigo de nacimientos, duelos, mingas y fiestas patronales. En su interior, aún huele a pan recién horneado y a leña encendida. Las ventanas pequeñas, enmarcadas en madera, abren paso a la calidez del amanecer andino y a los saludos entre vecinos.

“La gente viene de comunidades cercanas, de Pasa, de Quisapincha. Muchos se sorprenden de ver que aún conservamos nuestras casas de adobe, como si fueran guardianas de la memoria”, comenta Gissella Moscoso. “Queremos que los jóvenes las valoren, que no las vean como ruinas, sino como herencia viva”.

Moscoso, presidenta del Gobierno Parroquial, destaca que, además de las casas, se mantienen vivas otras tradiciones. “Aquí se sigue llamando a la feria dominical por los parlantes”, dice con orgullo. “Cada domingo se escucha la voz que anuncia los productos, los animales en venta, las noticias del pueblo. Es un sistema comunitario que no queremos perder”.

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Esa voz que flota por los altavoces es como un eco de identidad. La misma voz que convoca a la misa patronal en honor a San Fernando, protector de los agricultores y ganaderos, cuya imagen se guarda con devoción en la iglesia reconstruida después del terremoto. Las misas con banda, los rezos comunitarios, las mingas de canalización y siembra continúan siendo pilares del tejido social.

“Cuando alguien tiene un problema, entre todos lo resolvemos. Aquí nadie se queda solo”, dice Don Rodrigo. “Y esa es la diferencia con la ciudad. Aquí todavía se conversa, se comparte, se ayuda”, y como muestra adicional de ello, está el mercado, dicen los moradores, el que cada domingo, se convierte en un hervidero de voces, colores y sabores.

Tejidos y cosechas en la feria de los domingos

La feria de los domingos de San Fernando no es solo un mercado: es un punto de encuentro intergeneracional. Mujeres con sombrero y rebozo venden quesillo, cuyes, habas, mote, gallinas criollas y maíz recién cosechado. También se exhiben tejidos, canastos de mimbre y hierbas medicinales. En medio del bullicio, se intercambian más que productos, se intercambian favores, sonrisas, historias y mitos auténticos del lugar.

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