
Semacata, un grupo al rescate de la danza en Esmeraldas
En Atacames, no solo bailan, también evocan a los ancestros
Cuando la marimba suena, el suelo vibra como si el alma ancestral de Esmeraldas despertara con cada golpe de madera. En Atacames, tierra de playas intensas y cielos de fuego al atardecer, hay un grupo que no solo baila: convoca a los ancestros. Ellos son Semacata, un colectivo de danza y música tradicional afroesmeraldeña que, más que artistas, son guardianes del tiempo.
Semacata nació de una necesidad. Fabricio Montesdeoca, su fundador, llegó a Atacames, proveniente de su natal Muisne, en 2020 con la inquietud palpitando en el pecho: “Aquí, donde el turismo es rey, no había un corazón que latiera por nuestras raíces”, recuerda con firmeza. Durante la pandemia, mientras el mundo entero se detenía, en él crecía la idea de devolverle al pueblo lo que se le estaba yendo entre los dedos: su memoria.
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La palabra Semacata es un juego de símbolos. Si se lee al revés, dice “Atacames”, como una promesa de devolver al cantón lo que le pertenece. Pero también, según la investigación del propio Fabricio, viene de antiguos registros indígenas que hablaban de vasijas de barro que contenían los elementos esenciales de la vida. “Semacata es eso —dice—, un recipiente donde se guarda lo que uno fue, lo que vive, lo que debe vivir”.

Cuando el grupo se presenta, no es un espectáculo lo que el público ve, sino una ceremonia. En el centro de un círculo de tierra apisonada o sobre las tablas de una tarima improvisada en medio de una feria, aparecen los músicos. La marimba es la primera en hablar. Le siguen los cununos, como dos corazones palpitantes; el bombo, con su voz profunda como trueno, y los guasás, que chispean como llamas pequeñas.
Las bailarinas y bailarines entran luego, como figuras de agua. Se mueven con una cadencia que parece flotar, pero con un ritmo que golpea. Sus pies apenas rozan el suelo, pero el sonido de su andar sacude el pecho de los espectadores. Van vestidos de blanco, verde y azul, con cintas de colores vibrantes atadas a la cintura y en el cabello. Las mujeres lucen faldas largas, que giran como remolinos al compás de los cununos; los hombres portan camisas de lino y pantalones ligeros que ondean como banderas.
Cada danza es un relato. Hay bailes que narran la siembra del cacao, otros que evocan los rezos de los velorios, otros más que imitan el andar del marimbero en el manglar. No es improvisación, es memoria coreografiada. “Aquí no se baila por lucirse, se baila porque la sangre lo pide”, dice Fabricio.
De la herencia al presente
La historia de Semacata no se entiende sin la de su creador. Fabricio se formó en Flor de Mangle, un grupo emblemático de Muisne. Luego, su destino se cruzó con grandes referentes de la cultura afroesmeraldeña: la desaparecida gestora cultural Yumar Vega; el sabio José Bautista; el músico y director Narciso Jaramillo. “Mis maestros me enseñaron que uno no puede morirse con el saber adentro —dice—, por eso yo enseño”.
Y así lo ha hecho. En 2023, luego de muchos portazos en la cara y respuestas repetidas —“no hay presupuesto”, “no es prioridad”—, logró iniciar su primer taller vacacional gratuito para niños de Atacames. Pidió solamente un espacio para trabajar. “No necesito que me paguen —recuerda haber dicho al municipio—, solo denme un rincón donde sembrar cultura”.

La semilla prendió. En pocos meses, el taller se llenó de niñas y niños que nunca habían tocado una marimba, que apenas sabían que su pueblo era cuna de uno de los patrimonios culturales inmateriales del Ecuador. Fabricio les enseñó a tallar el basuco, la caña gruesa con la que se construye el cuerpo de la marimba. Les habló de la ceiba, del chonta, del cuero del venado. “Muchos no sabían lo que era un alabao, un chigual. Hoy los cantan”, dice con orgullo.
Donde resuena la madera
Semacata no es un grupo que actúa en salones cerrados. Su escenario es la calle, la arena de la playa, las plazas donde el pueblo se congrega. Han estado en festivales locales, eventos comunitarios y celebraciones religiosas. Donde suenan, la gente se detiene. Algunos aplauden, otros lloran. Una señora mayor se persigna cuando escucha el alabao, como si su madre recién muerta le hablara desde el otro lado.
Sus presentaciones tienen algo de misa y algo de fiesta. Se abren con la marimba, que invoca el recuerdo. Luego, el canto guía el ritual. Las voces, profundas y enérgicas, lanzan palabras que suenan como conjuros: 'Sácalo del manglar', 'vuélvelo raíz'. Las mujeres giran y ríen. Los niños imitan los pasos. Y el público, incluso los turistas despistados, entiende que está presenciando algo más grande que un show: una invocación de lo que fuimos.
En cada golpe de marimba hay una afirmación política: “Estamos vivos”. Porque Semacata no solo baila para entretener. Enseña, forma, resiste. “Muchos jóvenes hoy no saben lo que es suyo —lamenta Fabricio—. Confunden una marimba con un tambor cualquiera. No conocen el valor de lo que heredaron. Y si no se los enseñamos, nadie lo hará”.
El grupo no tiene financiamiento fijo. Todo lo hacen por convicción. Los instrumentos, en muchos casos, los construyen ellos mismos. Las vestimentas, las cose la tía de uno de los chicos. El transporte para sus presentación lo consiguen haciendo rifas. “Pero vamos igual, porque lo importante es que la cultura camine”, dice Fabricio, sonriendo.

Hoy, Semacata tiene una docena de integrantes fijos: músicos, bailarines, cantoras y cantores. Pero su impacto se multiplica en cada niño que aprende un paso nuevo, en cada joven que construye su primer guasá, en cada turista que se lleva el ritmo de Esmeraldas en los oídos y en el corazón.
El sueño de Fabricio no se detiene. Él imagina un gran festival afroesmeraldeño donde todos los cantones —Rioverde, San Lorenzo, Eloy Alfaro, Muisne, Atacames, Esmeraldas y Quinindé— se reúnan a compartir su arte. “No solo para mostrar, sino para enseñar, para intercambiar experiencias, para volver a tejernos”, dice. Sueña con un centro cultural en Atacames donde se dé formación continua, donde la marimba no sea un adorno sino un camino.
Y lo más importante: sueña con que las nuevas generaciones no tengan que descubrir sus raíces en libros ajenos, sino en sus propios cuerpos, en sus propias voces.
Porque eso es Semacata: una vasija sagrada que guarda la memoria de un pueblo, un tambor que no se calla, un baile que nunca se rinde. Mientras sus pasos sigan girando, la cultura afroesmeraldeña no morirá.
Semacata, grupo cultural de Atacames, que mantiene vivas las tradiciones afroesmeraldeñas con marimba, danza ancestral y formación artística comunitaria.
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