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Mamá Vudú, banda de Ambato
De izquierda a derecha: Álvaro Ruiz (batería), Edgar Castellanos (voz y guitarra), Francisco Charvet (bajo) y Pablo Dávila (voz y guitarra).Mamá Vudú

Mamá Vudú: “Nos identificamos y seguimos militando el underground”

La banda ambateña de rock alternativo volverá a Guayaquil el 26 de julio para tocar en el festival Resistencia Huancavilca

Al provenir de una familia vinculada a la radiodifusión, el ambateño Edgar Castellanos creció expuesto a todo tipo de música. Una gran diversidad que incluía los hits infantiles de la época, el rock anglosajón y el rock latino, a los que se sumarían años después géneros del subterráneo como el punk, el hiphop y el metal.

En ese contexto, era inevitable que en algún momento de su vida tuviera la inquietud de hacer música, lo que lo llevó a formar parte de grupos durante su etapa colegial.

Luego viajaría a Quito a continuar sus estudios superiores, donde junto a otros músicos ambateños residentes en la capital empieza a concebir la idea de formar un nuevo proyecto. Hasta que una noche de 1992 en Quito, la energía generada durante un concierto del grupo francés Mano Negra fue el detonante.

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Como cuenta Edgar en el libro Charlas de Rock Vol. 1 de Pablo Rodríguez (+), “la visión del rock que yo tenía (con esquemas rígidos, falocentristas) se rompió. Comprobé que se podía explorar y mezclar ideas. Se asomó un amigo, Franz Córdova, y la inquietud quedó sembrada”. Al día siguiente se formó Mamá Vudú.

En ese momento era imposible adivinar que se convertirían en un referente de la escena independiente, no solo su discografía atrevida que es imposible reducir a simples etiquetas, sino por su perseverancia, visión y ética de trabajo, que han influido para bien en la escena nacional.

Tras presentar en mayo en Guayaquil su más reciente álbum, volverán a la ciudad para el festival Resistencia Huancavilca, en el que se presentarán el sábado 26 de julio. Pretexto perfecto para una entrevista.

Mamá Vudú nace tras el concierto de Mano Negra en Quito en 1992.

Ya veníamos conversando con Franz Córdoba, Alex Manterola (chileno) y gente que era de aquí de Ambato pero vivía en Quito. Ellos no se animaban, pero a raíz del concierto de Mano Negra nos entusiasmamos. Sentíamos que algo estaba pasando en el ambiente, había una excitación generalizada. Estaba también MTV Latino (canal de música, entonces gratuito), el rock alternativo explotando.

MTV Latino fue una gran escuela en los 90. Para muchos que no teníamos televisión por cable, fue una ventana al mundo. Me acuerdo de programas como Headbangers Ball o Lado B.

Para mí el programa que me marcó más fue el de electrónica, Ozono. Ahí empecé yo con la música electrónica, a meterme de lleno a aprender. Al principio me chocaba, pues uno viniendo del rock y se creía muy punk, y de repente empiezas a cachar que había toda una subcultura, que era como el nuevo punk. Un montón de gente, que eran chicos, que sin saber tocar instrumentos venían a revolucionar la música. Incluso en ese espacio se pasaban cosas latinas. Yo me acuerdo de haber visto a Los Resonantes, un dúo de ambient argentino. Yo me dije: "Eso también quiero hacer". 

Mamá Vudú aún mantiene ese lado electrónico y ambient, como en su tema Fango del último disco.

Siempre traté de meterle eso. De hecho, muchas producciones de nuestros discos están hechas desde la electrónica. Para mí es más fácil, con mis máquinas, hacer un tema. Escojo el que suena más rock y pienso: "Si le hago unos arreglos, va a quedar como para Mamá Vudú".

Ustedes tuvieron otros nombres antes, entre ellos Ilustre Municipio.

Claro. Una vez nos presentamos como Ilustre Municipio, otra vez nos presentamos como Frente Ruso, por ejemplo. Ya habíamos pensado en el nombre Mamá Vudú, pero no nos atrevíamos a usarlo, no sé, por algún tema, nos parecía demasiado fuerte, teníamos algún tipo de prejuicio. Pero por ahí amigos dijeron: "Ese nombre es, ese nombre usen", y empezamos a usarlo a principios del 93.

Usted venía de disfrutar la época del rock latino también. Incluso vio a Soda Stereo y Charly García en vivo en Quito en los 80.

Eso me influye sobre todo en un aspecto que tiene que ver más con lo cultural latinoamericano. Yo escuchaba rock, hiphop, todo tipo de música, pero la música que se oía en español era más el pop, las baladitas, el bolero, la música antigua de los viejos. Entonces había una especie de grieta.

Y usted trataba de cerrar esa grieta.

Cuando aparece el rock latino encuentro una especie de punto intermedio donde podía unificar ciertas cosas, oyendo bandas que ya tenían un poco del rock mestizo, como Radio Futura, o Fabulosos Cadillacs que venía del ska. Ahí empecé a acomodar algunas piezas. Mamá Vudú venía arrastrando las influencias latinas, pero también, obviamente, el mundo anglosajón.

Esa amplitud de gustos marca el destino de Mamá Vudú.

En la adolescencia, como había poca oferta, yo iba a muchos lugares donde había música. En cierto momento en los años 80 hubo mucha efervescencia en el underground, muchos conciertos de metal, por ahí había tocadas de rock latino, hard rock, también punk... Todo el rango me gustaba. Luego empezaron a aparecer bandas de death metal en Ambato, donde nace el death ecuatoriano.

Ambato es la cuna de Damaged Skull, C.R.Y...

Empiezo a buscar cómo relacionarme, por el simple hecho solo de conectar, porque no sabía cómo ellos gestionaban, cómo hacían sus cosas, a pesar de que eran chicos de mi edad. Empiezo a encontrar fanzines y a hacer amigos por correo. Así descubro a Damaged Skull y otras de Ambato. Me parecía absurdo que viniendo de la misma ciudad, no nos conociéramos.

Pese a las diferencias musicales, tenían otras cosas en común.

Nos unían el cómic, el diseño gráfico, el skateboarding... y nos hacemos amigos. Entonces se arma una pequeña escena en Ambato. Yo vivía en Quito igual, pero claro, tenía mi nexo con Ambato y empezamos a hacer proyectos juntos. Yo creo que explota todo en el año 95 o 96, cuando aparece Mortero. Imagínate, eran eran cinco, seis o siete años menores que nosotros.

Y Mortero también tenía esa impronta de mezclar cosas. Metal con rap...

Era maravilloso, entonces empezamos a tocar con más bandas, de gente más joven que trataba de mezclar el reggae con el ska, cosas latinas... o sea todo un movimiento alternativo. Lastimosamente muchas de esas bandas desaparecieron, pero hubo a finales de los 90 mucha ebullición.

En ese sentido, Ambato se parece a la escena guayaquileña, que es también muy diversa y mestiza.

También los organizadores de conciertos buscaban, por rentabilidad, bandas que estuvieran haciendo cosas distintas. Nosotros llegamos a tocar con grupos con los que no teníamos nada que ver musicalmente, pero estábamos compartiendo escenarios underground, porque nosotros nos identificamos y seguimos militando el underground.

“El rock está en un momento súper crítico”

Actualmente en la guitarra los acompaña Pablo Dávila, en reemplazo de Roger Icaza.

Pablo nos acompaña desde la época de la gira posterior al lanzamiento del documental de 2019 sobre Mamá Vudú (Estación polar, del director Héctor Holguín). Primero como sonidista y luego como tecladista.

De manera que cuando Roger se fue en 2022, Pablo se convirtió en el sustituto natural.

Sí. Fue un proceso súper orgánico.

Dirías que a pesar de que Roger no está, ¿todavía se siente su influencia en el sonido de la banda?

Por supuesto. No dijimos “Roger habría hecho esto aquí”, más bien respetamos el espacio que dejó. Por eso suena más minimalista, porque las guitarras de Roger llenaban más todo el espectro. Y también aprovechamos para que el disco sea distinto.

Hace poco lo presentaron con Mashuta en Guayaquil y volverán para el festival Resistencia Huancavilca, el 26 de julio.

Está bacán porque nosotros le veíamos bien difícil venir este año a Guayaquil, por todas las circunstancias del país. Ya va a ser un año que lanzamos el disco en Quito e hicimos tres fechas en España, pero luego empezaron los apagones, todo un lío. Autogestionamos todos nuestros procesos, y es complicado movernos. Entonces, volver a Guayaquil dos veces en el año para nosotros ha sido hermoso.

Ahora pareciera que está todo en contra, con la crisis de inseguridad, la debacle económica...

Y además el rock está en un momento súper crítico: no hay financiamiento de nada, hay un público replegado, un público joven que no escucha; es como volver a los 90. Es difícil, pero es interesante porque te pone en un punto de humildad. Hay un montón de factores ahí que nos complican, pero que no nos intimidan.

Internacional polimorfa, un disco semiautobiográfico

Su disco más reciente, Internacional polimorfa (2024), es una obra conceptual sobre una banda ficticia de los años 90, que se desintegra justo cuando está grabando su música, por el destino trágico de sus integrantes, todos chicos veinteañeros.

“Una chica se muere por una sobredosis de Sosegon (analgésico opiáceo), el otro fallece en un accidente, y el otro pana que queda vivo desaparece. Entonces, yo en la historia que cuento, voy a un estudio de grabación en Quito y ahí escucho sus maquetas y me proponen hacerle un homenaje basado en esas grabaciones”, nos explica.

Ha sido inevitable que Edgar vuelque en ese relato, toda su experiencia de décadas con Mamá Vudú, así que la trama tiene una base semiautobiográfica, que reivindica al personaje del perdedor. “Quise reivindicar que el error, el fracaso, el desvío de los objetivos, el pelear y perder, no es malo realmente. En este mundo absurdo, que tiene una idea del éxito aberrante, es malo; pero realmente no lo es. Es un intento por sobrevivir, y cualquier expresión creativa y artística dentro de este contexto es valiosa”. 

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