Cultura

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Labores. Blanca Guambaña enseña la forma de ir trenzando las hebras para darle forma al sombrero.Jaime Marín / Expreso

Cincuenta años tejiendo sombreros de paja toquilla

Se llama Blanca Guambaña, tiene 63 años y dice que ha enseñado a mil mujeres el patrimonial oficio

“Somos admiradas en todo el mundo. Somos parte de la historia viviente de Ecuador por la sabiduría que nos dejaron nuestros abuelos, pero es la conciencia del cliente que no pide rebaja en el precio y considera que el arte manual vale más”, señala Blanca Guambaña, de 63 años. Ella es una de las tejedoras de sombreros de paja toquilla más antigua de Cuenca, lleva 50 años en el oficio y se ha convertido en maestra de nuevas generaciones.

SOMBRERO

El sombrero más popular, en una muestra

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El tejido del sombrero de paja toquilla fue reconocido el 5 de diciembre de 2022 como ‘Patrimonio Inmaterial de la Humanidad’. Una declaratoria que alentó esperanzas de que se reconozca el trabajo y el tiempo que toma tejer un sombrero. Los más finos, requieren días, semanas. Los hay, aquellos que se tejen en meses. Son los más caros.

“El título esperanzó. Se pensó que así aumentaría el pago por el tejido del sombrero, pero, al menos para mí nunca llegó ese aumento”, dice Blanca, de contextura gruesa, ataviada con un sombrero de paja, chaleco azul eléctrico y una blusa propia de la mujer rural.

Sentada sobre un tejido de lana colocado en el piso, en uno de los espacios del Ecomuseo del Sombrero de Paja Toquilla, donde trabaja, inicia un recorrido por su larga vida de tejedora.

  • TEJEDORAS. En Azuay y Cañar, entre agremiadas y no, existen unas 22.200 tejedoras de sombreros de paja toquilla, cuyas edades oscilan entre los 20 y 63 años, según un censo artesanal de 2022.
Franco Nero.

Franco Nero y Ornella Muti reciben sombreros de paja toquilla

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Primer plano. Las manos hábiles de Blanca Guambaña trenzan las hebras de la paja para iniciar con el tejido de los sombreros de toquilla.Jaime Marín / Expreso

Fue a los cuatro o cinco años de edad, viendo tejer a su abuela materna y entre juegos de niña y travesuras. Diseñaba pequeños sombreros con los que vestía a sus muñecas de trapo. “Eran malhechos y con los desperdicios que dejaba mi abu (abuela). A los diez años, ya pude tejer un lindo y hermoso sombrero”, contó la mujer, tras precisar que desde los 13 años comenzó con el tejido, pero como un trabajo oficial.

Sombreros Quito

Una tradición en forma de sombrero

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Son 50 años entre el sacrificio y la fortaleza para seguir un camino que con las “bendiciones de Dios y la Dolorosa” ha podido llevar adelante, dice.

Cuando se casó Blanca cuenta que gracias al tejido y junto a su esposo, fueron saliendo de las necesidades alimenticias y ofrecer vivienda y educación de sus tres hijos. “Se ganaba poco. Semanalmente hacía entre cinco u ocho sombreros. Se los vendía en aquel entonces a dos y tres dólares”, valores que pagaban por el tejido del elemento que debía posteriormente recibir el trabajo de acabado, es decir, dar la forma y coloración final.

En ese entonces, los compradores eran representantes de las empresas exportadoras del producto o almacenes de venta de las ciudades. Corrían los años 70, plena época del ‘boom’ migratorio hacia los EE. UU..

Entrelazar. Holger Carranza teje, entre sus dedos hábiles, un puñado de hebras, dándole forma al sombrero.

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En cada hogar, principalmente de la ruralidad, había al menos dos o tres miembros de familia que se dedicaban al oficio, por lo regular dirigidas por una adulta mayor; pero debieron dejar de lado para dedicarse a la agricultura frente a la migración de los varones de las comunidades, que decidieron buscan nuevos rumbos.

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Dentro esa etapa, Blanca aprendió y siguió con el arte que con el tiempo fue ganando clientes, los que le promocionaron en el exterior, logrando así más y mejores ventas, señala la artesana.

“Con el oficio de tejedora, he logrado que mis hijos estudien y tengan una profesión. Uno de ellos obtuvo en España el doctorado en Medio Ambiente y Aguas Residuales, viajó allá para estudiar. Ahora es él quien asegura que ayudará a mantener viva la tradición ancestral. Ha montado un taller artesanal”, dice Blanca, quien ahora es maestra, dicta clases en el Ecomuseo, donde en 15 años, asegura haber formado a unas 1.000 mujeres que han cambiado su vida aprendiendo a trabajar en paja toquilla.

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