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En el taller de don Efrén Coello existen centenares de relojes, desde los de péndulo hasta de bolsillo con leontina.Amelia Andrade / EXPRESO

El legado del maestro del tiempo

El taller de Efrén Coello guarda recuerdos de uno de los últimos relojeros de la ciudad y de épocas donde tener un reloj era distinción. Su pasión traspasó fronteras

El alboroto del comercio en las calles contrasta con el silencio y una especie de teletransportación a otras épocas, que se experimenta en el taller de Efrén Coello Guerrero, uno de los últimos maestros relojeros de la ciudad y del país. Falleció inesperadamente, pero su legado no solo permanece en el pequeño local donde trabajó en los últimos 7 años y que su familia analiza tenerlo como un museo, sino en el aprendizaje que adquirieron dos de sus yernos y un nieto, quienes traspasaron fronteras con su pasión.

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En el pequeño local, ubicado en el suroeste de la ciudad (se omite la dirección exacta por motivos de seguridad) existen centenares de relojes de todo tipo; desde los de péndulo, especialmente uno de piso con maquinaria de marca alemana de hace 150 años, hasta un reloj de bolsillo con leontina o faltriquera Omega de 1820, que simboliza el Bicentenario de Guayaquil. Un invento de mediados del siglo XV, en Francia, costoso en la época y que solamente la clase más alta de la sociedad podía adquirir.

A pesar de la riqueza histórica que la rodea, Marcia Sánchez Torres, esposa del ‘maestro del tiempo’, muestra con humildad los tesoros que dejó don Efrén, acumulados durante los 63 años que estuvieron casados y apasionado al arreglo de relojes antiguos, pero también de los modernos.

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Dos de los relojes de bolsillo que tienen en su tapa la imagen en alto relieve de la Columna de los Próceres, que data de 1820.Amelia Andrade / EXPRESO

“Él vino de Cuenca a Guayaquil, vino a aprender la relojería porque su abuelo y tío eran de la misma rama. Cuando aprendió, pidió trabajo y años después puso su negocio, una relojería electrónica ubicada en ese entonces en García Avilés y 9 de Octubre, después a otro local cerca y en los que estuvimos aproximadamente 40 años”, narra doña Marcia, de 79 años. 

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Se fueron del sector luego de que el barrio se “dañara” con la presencia de muchachos que dormían en la entrada. Eso empezó a preocupar a sus clientes y a ellos, por lo que una hija le dio un espacio en el último local, donde retomó su pasión hace 7 años hasta el pasado 9 de noviembre, en que la muerte lo sorprendió.

Entre las reparaciones que destacan por su habilidad, están el arreglo del reloj ubicado en el hospital Luis Vernaza y del edificio donde funcionó el cine 9 de Octubre, en la avenida del mismo nombre. “Lo llamaron también para hacer arreglos en el reloj de diario El Telégrafo, en su antigua edificación ubicada en el centro de la ciudad. Subió a ver qué debía reparar, pero no se concretó el arreglo. 

También fue a ver el reloj de la torre en el Malecón, pero le indicaron que de arreglarlo tendría que darle mantenimiento. No aceptó por la escalera, por la edad ya no podía con ese trajín, aunque le gustaba esos retos, los relojes difíciles. Nunca decía no, aunque no había repuestos por ser muy antiguos, pero a como dé lugar lo hacía, era su vida, su pasión”, relata con nostalgia su esposa.

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El tradicional reloj cucú es una de las piezas características de cuentos, historietas infantiles que destaca dentro del taller.Amelia Andrade / EXPRESO

Fruto del amor que surgió a primera vista, la pareja tuvo cinco hijas, quienes aprendieron lo básico del oficio; sin embargo, sus yernos Félix Torres y Gonzalo Pesantes se interesaron en el arte del tiempo, lo que heredó también su nieto Karim Torres, quienes cuentan con relojerías en Nueva York y en el centro comercial Aventura, en Miami (Estados Unidos), con la marca WatchHospital, donde tienen clientes en toda Europa, China, Japón y Dubái.

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Hasta la semana anterior, la familia del maestro no había decidido aún si vender los relojes como piezas de colección o conservar el taller como un pequeño museo que muestra el paso del tiempo con relojes como los de péndulo, tanto de pared como piso; o los de aparadores, en madera o bronce; además de los viejos despertadores que fueron reemplazados por el teléfono celular; pero que, al verlos transportan a épocas tranquilas, sin tanta violencia, criminalidad y delincuencia común que afectan hoy a todas las ciudades. La decisión justamente se asienta en la inseguridad por la que atravesamos.

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Dentro de la colección de relojes está el conocido cucú o cuco, aquel visto en series infantiles, películas, que se caracteriza por la salida de un pequeño pájaro cada media o cada hora. Marcia Sánchez muestra el funcionamiento del reloj con el tradicional canto, acompañado de bailarines.

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Karim Torres y su papá Félix, nieto y yerno de don Coello, en su relojería en Miami.Cortesía

Ante la falta de repuestos para los relojes antiguos, don Efrén optaba por fabricarlos en su taller con unas máquinas que adquirió para ese fin. Por su habilidad llegaban clientes de todos lados para que repare sus relojes, y otros para aumentar su colección, entre los que constan decenas de relojes de bolsillo de leontina como los del Bicentenario de Guayaquil. Además del famoso reloj derretido del pintor Salvador Dalí, inspirado en su obra ‘La persistencia de la memoria’. Y, aunque no dan la hora, en el sitio también se guardan dos antiguos teléfonos y telégrafos de cable, que aún funcionan.