
La Garzota exige su renacimiento urbano y denuncia UPC abandonada y falta de cultura
Moradores reportan falta de seguridad y activaciones culturales para que la ciudadela del norte de Guayaquil vuelva a surgir
En La Garzota, norte de Guayaquil, se agrupan muchos factores que, potencialmente, ubicarían al sector como uno de los más bellos para residir en Guayaquil, pero sus moradores no lo sienten así. Si bien en la noche la zona se apaga y deja sus pocas luces a la actividad comercial de siempre, como ya ha registrado este Diario, en el día no es diferente.

¿Por qué la inseguridad le quitó la paz al barrio?
“La inseguridad nos ha quitado la paz aquí. No es solo la noche. Aquí los ladrones madrugan. A las siete de la mañana ‘pescan’ a los que salen caminando de sus residencias a tomar el transporte público y los asaltan”, relató Karina Cabrera, quien sacaba a su perro en uno de los parques de la manzana 86. Confiesa que dejó de salir a pasear por las áreas verdes por el incremento de la delincuencia, pero de vez en cuando es necesario.
A pesar de que la ciudadela cuenta con corredores verdes, muchos de estos espacios no son bien mantenidos por los vecinos, cuya cohesión se ve condicionada por la naturaleza rentera que ha adquirido La Garzota, evidenciada en sus múltiples letreros de alquiler que posan en las ventanas.
“En algunos parques se han robado los cables de las luminarias. Además, cuando vienen a podar los del Municipio, dejan caer los troncos sobre los adornos ornamentales del parque. Así dañaron la gruta de la virgencita en mi manzana”, narró Johanna Núñez.
Ricardo Franco, líder barrial, describe que no han existido acercamientos municipales para activaciones culturales o una “ruta peatonal” como en Urdesa y el centro de Guayaquil, pero no ha insistido porque coincide con sus vecinos en que lo primordial es la seguridad.
“Ya en la noche no hay nadie. La gente va al Garzocentro por la guardianía. Es lo único que queda vivo. Antes hacíamos ferias y comidas criollas. Ya después del encierro pandémico, todo eso se acabó”, rememora con nostalgia.
Franco señala que desde hace meses el UPC del sector está en completo abandono, y que esto repercute en la frecuencia de patrullajes y operativos. Briones confirma que la falta de actividades y el abandono de la UPC -cuyos guardias privados incluso han sido agredidos- han dejado a los vecinos encerrados.
Además, señala que hay calles que, debido al desarrollo urbano, se han vuelto caóticas, como la Camilo Nevarez -junto al aeropuerto-, que registra “por lo menos un accidente cada semana”, acorde con las denuncias recopiladas por el barrio.

La urgencia de estas soluciones ciudadanas se explica mejor al revisar los tiempos de la respuesta oficial. Franco señala que aunque hubo un compromiso del gerente de Segura EP, Álex Anchundia, para construir una Estación de Acción Segura (EAS) en el sector, esta obra recién entraría en el presupuesto a ejecutar en 2026.
¿Cuál es la hoja de ruta para la recuperación del barrio?
La recuperación de La Garzota no pasa únicamente por esperar el patrullaje que hoy escasea, sino por una reingeniería social urgente que empieza por una pregunta básica: ¿Quién vive hoy en el barrio?
Frente a la crisis de seguridad y la fragmentación vecinal, urbanistas y gestores culturales plantean una hoja de ruta inmediata que se aleja de la dependencia policial y apuesta por la reconstrucción del tejido comunitario a través de dos ejes: un censo participativo y la ocupación estratégica del espacio público.
El gestor cultural Luis Alberto Illescas coloca la primera piedra de esta solución. Para él, la prioridad es implementar un “censo barrial participativo”. La lógica es pragmática: La Garzota ha mutado hacia un modelo de alquileres temporales y Airbnb, lo que debilita la cohesión porque nadie conoce al vecino de al lado.

“Este instrumento permitiría identificar quiénes habitan actualmente, su tiempo de permanencia y las dinámicas de ocupación. Un barrio que se reconoce es un barrio que se cuida”, sostiene Illescas.
Esta propuesta ataca directamente la nostalgia y el desarraigo que sienten los jóvenes del sector. Erick Vargas, residente de 25 años, valida la urgencia de este reconocimiento vecinal al contrastar su infancia con el presente: “Los residentes de antes se han ido y han puesto a alquilar. La gente que llega no es muy aseada ni se integra. Es momento de volver a tener sentido de pertenencia”, lamenta Vargas.

Una vez identificada la comunidad, el siguiente paso es volcarla a la calle. El arquitecto y urbanista Brick Reyes propone pasar de la defensa pasiva (rejas) a la ocupación activa. Su diagnóstico es que la iluminación escasa en las áreas verdes facilita el delito, pero la luz por sí sola no basta.
La solución radica en la “activación programada” de los corredores verdes que conectan las manzanas. Reyes sugiere alianzas con universidades, ONG y empresa privada para dotar a los parques de mobiliario urbano real: bancos, mesas de picnic y zonas de estancia que inviten a permanecer, no solo a transitar.
“Hay que establecer puntos de ejercicio, clases de yoga, cine al aire libre y ferias. Si el vecino sale a usar el espacio, el delincuente se retrae”, explica el urbanista. La estrategia busca que el Comité Barrial gestione una agenda regular -ferias artesanales, conciertos, clubes de lectura- que devuelva la vida a los parques tanto de día como de noche.
La salida, coinciden los expertos, no es esperar el auxilio externo, sino organizar la resistencia desde la vereda.
¿Quieres acceder a todo el contenido de calidad sin límites? ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!






