
En Tenguel, la Navidad se vive como un mensaje de compañía: “no están solos”
Una entrega navideña llevó obsequios y recuerdos a los niños de la parroquia Tenguel, en Guayaquil
En Tenguel, la Navidad rara vez se ajusta al calendario oficial o a los anuncios institucionales. A veces se adelanta, otras se retrasa, y casi siempre llega en silencio. Se manifiesta como suelen hacerlo las cosas verdaderamente importantes en los lugares marcados por la ausencia: sin promesas, sin exigencias, simplemente con presencia.
Así ocurrió el sábado 12 de diciembre de 2025, cuando tres recintos de esta parroquia rural de Guayaquil —Puerto El Conchero, Israel y Pedregal— recibieron una entrega de regalos destinada a los niños. Según relatan sus habitantes, estos pequeños crecen con la persistente sensación de haber sido olvidados por las autoridades, y cada gesto solidario se convierte en un recordatorio de que aún hay quienes piensan en ellos.
Desarrollo de la jornada navideña
La jornada se desarrolló en tres puntos distintos, todos ellos profundamente simbólicos: una escuelita en Puerto El Conchero, otra en el recinto Israel y una más en Pedregal. Espacios pequeños, austeros, sostenidos más por el esfuerzo diario de sus docentes que por el respaldo institucional. Por unas horas, esas instalaciones dejaron de ser únicamente lugares de enseñanza para convertirse en escenarios de encuentro, sorpresa y celebración.
Detrás de la actividad estuvo María Eugenia Rivas Valdés, junto con la fundación Oswaldo Ramírez. Pero más allá de la organización formal, lo que dio sentido a la jornada fue una historia que se repite como herencia. “Volver a Tenguel es cumplir con un legado de amor que nos dejó mi abuelo, el abogado Oswaldo Ramírez”, cuenta a este Diario José Armando Ramírez, uno de los participantes de la actividad. No lo dice como una frase aprendida, sino como una certeza que atraviesa a toda su familia.

Durante años, en vida del abogado Ramírez, la entrega de regalos fue una actividad constante, casi ritual. Se realizaba cada año, sin falta. Tras su fallecimiento, sus hijos y nietos decidieron continuar con esa vocación solidaria en distintos sectores. Sin embargo, este 2025 tuvo un significado especial. “Se hacía todos los años hasta su fallecimiento; luego se continuó en otros lugares, pero este año retomamos Tenguel”, explica José Armando. Y añade algo más: “De ahora en adelante, la idea es que sea aquí”.
La muerte del abogado Oswaldo Ramírez ocurrió un 1 de junio, Día del Niño. Para su familia, esa fecha nunca fue una coincidencia. “Fue un recordatorio eterno de su vocación de servir a los más pequeños”, recuerda José Armando. Esa convicción fue la que sostuvo el esfuerzo de este año, una actividad que no nació de la improvisación ni del impulso del momento.
Dos meses de trabajo silencioso para llegar a Tenguel
La planificación empezó dos meses antes. María Eugenia Rivas se encargó de preparar con antelación la logística y los recursos: juguetes, bebidas y sorpresas. Además, se receptaron donaciones de amigos de la familia y de pacientes del centro médico NeuroKinetic. “Ella fue el motor que nos impulsó”, reconoce José Armando. “Aunque realiza esta labor cada año, en esta ocasión Dios nos reunió para unir fuerzas. Su aporte, tanto económico como emocional, fue invaluable”.
En total, 21 personas participaron directamente en la jornada. Quince de ellas pertenecían a la familia Ramírez; tres acompañaron a María Eugenia Rivas, y otras tres fueron amigos que se sumaron de manera voluntaria. Antes de llegar a los recintos, hubo también una gestión local indispensable. “Sí, allá en el sitio alguien gestionó antes”, señala José Armando. La coordinación estuvo a cargo de Ana Lucía Mendoza López, junto con las directoras y profesoras de las escuelas de Puerto El Conchero, República de Israel y Guayas N.° 9, quienes facilitaron el contacto con las comunidades y la organización de los niños.

Las cifras permiten dimensionar el alcance de la actividad: 170 juguetes, sorpresas y bebidas entregados en Puerto El Conchero; aproximadamente 60 en el recinto Israel y cerca de 50 en Pedregal. Pero quienes estuvieron presentes coinciden en que los números no alcanzan para explicar lo que ocurrió. Cada entrega estuvo acompañada de miradas expectantes, risas nerviosas y esa alegría contenida que solo aparece cuando algo inesperado irrumpe en la rutina.
Sin embargo, hubo un momento que marcó especialmente a los organizadores. No ocurrió durante la entrega, sino en las conversaciones con los docentes. “Lo que más nos impactó no fue solo la entrega de los juguetes”, recuerda José Armando, “sino escuchar a los maestros decir que, como escuelas rurales, a veces se sienten marginados”. Esa frase se repitió más de una vez, como un eco de lo que sienten también los habitantes de Tenguel: la sensación de estar lejos de las prioridades, de existir en los márgenes.
Por eso, para quienes participaron, la jornada fue mucho más que una actividad navideña. “Ver la sonrisa de los niños en recintos como Puerto El Conchero, Israel y Pedregal nos confirma que nuestra misión va más allá de un juguete”, reflexiona José Armando. “Es decirles que son importantes”.
En Tenguel, la Navidad no llegó envuelta en grandes discursos ni en promesas oficiales. Llegó en forma de memoria, de legado y de compromiso. Llegó como un acto sencillo, pero profundamente humano: el de no olvidar.
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