
Mario Pineida y una verdad eterna “Para una madre nunca en la vida hay un hijo malo”
La vida de Mario Pineida estuvo marcada por el sacrificio de su madre y una lección clara: en los momentos duros
Mario Pineida llevaba el fútbol tatuado en la piel, pero su verdadera camiseta fue siempre la de la familia. En el centro de su vida estuvo Letty Martínez, su madre, la mujer que fue motor, refugio y ejemplo cuando todo era cuesta arriba. Mientras él soñaba con una pelota, ella lavaba ropa para que nada le faltara. Ese esfuerzo silencioso sostuvo al niño que más tarde vestiría la amarilla de Barcelona SC y cumpliría el anhelo de tantos.
La tarde del 17 de diciembre de 2025, al norte de Guayaquil, los disparos apagaron su vida. La violencia le arrebató al fútbol ecuatoriano a un jugador, pero no pudo borrar el mensaje que Pineida dejó como herencia: el valor irremplazable del amor de madre y de la familia. Porque Mario entendía el éxito como consecuencia del sacrificio de los suyos, no como una conquista individual.

El amor a su madrecita
En su última entrevista, recordó con crudeza la fragilidad humana cuando enfrentó la covid-19. “Cuando las cosas van bien está todo el mundo; cuando estás mal, los únicos que se quedan son la familia y los verdaderos amigos”, le confesó a Ramón Morales.
Vivió días duros, de miedo y soledad, sin poder abrazar a sus hijos, convencido de que tal vez no pasaría de esa noche. Esa experiencia le enseñó a distinguir quién permanece cuando el aplauso se apaga.

Mario hablaba con orgullo de su madre. “Para una madre nunca en la vida va a haber un hijo malo. Puede ser la peor persona del mundo, pero yo adoro demasiado a mi madre”, decía. Reconocía su lucha, sus manos cansadas, la ropa lavada para sostener un sueño que hoy duele recordar. “Ella la sufrió, y por eso lo disfruta”, repetía.
Hoy, su ausencia pesa, pero su voz permanece. Pineida no se fue sin dejar una verdad sencilla y profunda: al final, cuando todo se rompe, la familia siempre está. Y ese amor, el de su madre, es eterno.
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