
Las armas secretas de Tiago Nunes en Liga de Quito
Opinión | Cornejo y Alzugaray transforman el juego de Liga con pausa, precisión y carácter
Liga de Quito acomoda el fondo lejos de Alexander Domínguez. Fernando Cornejo maneja la pausa, esa acción individual que consiste en bajar el ritmo para reinventar el tiempo y descubrir claros donde parecen no existir. Su pausa es tan desequilibrante como la velocidad: desacelera para ganar tiempo y hallar espacios escondidos. Cada intervención suya limpia la jugada y habilita nuevas rutas.
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Alzugaray, un talento indescifrable
Lisandro Alzugaray es enjuto, flexible, de hombros angostos. Cada toque suyo es una pincelada precisa e inesperada. Juega con un segundo más que el resto, como si viera el fútbol en cámara lenta. Nadie puede decodificar sus diagonales, ni propios ni extraños. Y eso a pesar de los momentos de oscuridad que atravesó: el fútbol reparte crueldad y gloria sin importar quién seas.

Los rivales lo chocan sin encontrarle el punto. Los malos jugadores no tienen tiempo; a los cracks como Alzugaray les sobra.
El motor competitivo en la recta final
Fernando Cornejo, imparable, resuelve todas las comprometidas. Aporta en la entrega, en la intercepción y en cada rincón del campo que barre sin descanso. Mueve la pelota en péndulo para liberar metros y activar a un compañero inspirado. Combina físico, determinación y una apostura feroz: pica, deja adversarios a su paso y escapa con movimientos de pantera para iniciar la circulación rápida en los últimos 20 metros, donde los delanteros rotan a un toque.
Tiene el guante para habilitar a cualquiera y, cuando huele el área, gana la posición y define de tiro cruzado, bajo, imposible para el arquero. Es fervoroso, optimista, chocador y tan combativo como imaginativo.
En la recta final, Alzugaray también se agiganta. Cuando hay que inflar el pecho, cuando se juega con energías que ya no existen, aparece su versión más completa. Es un futbolista integral que cumple en cualquier zona del campo, más allá de su rol específico. Sus primeros partidos fueron un torbellino de críticas y malos presagios; hoy es una pieza esencial del funcionamiento albo.
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